KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Abraham, el andariego

Autor: 
José López
Fuente: 
LFC - Mx

La historia del mundo se había enturbido demasiado. Primero el pecado de Adán y la turbación de toda la naturaleza; luego del diluvio; inmediatamente la rebeldía de Babel. Parecía que las tinieblas dominaban sobre su luz. En eso aparece en escena un hombre que se pone de todo corazón al servicio de Dios para que se sirva de El en la obra de la salvación en el mundo. Este hombre se llamó Abraham.

Una orden, una vocación

Abraham recibió una orden intempestiva: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar”. Fue algo dramático. En ese momento Abraham contaba con 75 años; a esa edad ningún anciano quiere que le estén sacando de su rutina. Abraham no pone objeciones: se puso en camino imediatamente, aunque no sabía a dónde iba.

Una vocación es eso: una orden del Señor que hay que cumplir; El sabe por qué motivo da esa orden.

Todos en la vida recibimos de parte de Dios alguna orden que, a veces, nos puede parecer intempestiva; pero si no optamos por seguirla podemos enredarnos en nuestros propios proyectos que solamente nos traerán desilusiones.

A Abraham se le considera como el prototipo de la fe; porque, sin saber hacia dónde iba y cuándo llegaría, se atrevió a confiar en el Señor y a decirle, sin titubeos, “Sí”, y a ponerse en camino, aunque ignoraba la ruta por la cual debía peregrinar.

Parece fuera de la lógica; pero eso es precisamente la fe: confiar en la Palabra de Dios, aunque parezca sin sentido.

Nuestro plan y el plan de Dios

En el capítulo 15 del Génesis se reporta una visión que tiene Abraham; el Señor le dice: “No tengas miedo porque yo soy tu protector. Tu recompensa va a ser muy grande”. Abraham no se alegra; ni para mientes en que el Señor le está ofreciendo protegerlo y darle una “gran recompensa”. Abraham está simplemente obsesionado por no tener hijos, y es eso lo que le reclama al Señor…

Esa “gran recompensa”, de que hablaba el Señor, incluía lo mejor que el Señor pudiera obsequiarle a Abraham. Pero Abraham no piensa en el plan de Dios; sólo piensa en el proyecto que él mismo ha ido forjando para su vida. En resumidas cuentas, era como que Abraham le dijera a Dios: “No me interesa tu propuesta; sólo quiero la que a mí me parece mejor”.

Algo más. El Señor le había prometido a Abraham que le daría muchos hijos; pero nunca llegaba el primogénito, y la vejez avanzaba implacablemente. Entonces Sara y Abraham pensaron que tenían que “ayudarle” a Dios. Se les ocurrió que Abraham podía tener un hijo con la esclava Agar, ya que Sara era estéril. Y nació el niño, y con él llegó también la intriga a aquel hogar, pues las dos mujeres (esposa y esclava) le hicieron la vida imposible a Abraham con sus celos.

El plan de Dios no era la intranquilidad para aquel hogar; eso fue un apéndice que Abraham y Sara introdujeron en sus vidas porque, en su afán de tener un hijo, creyeron que tenían la obligación de “echarle una mano” a Dios para que pudiera salir adelante.

Muchos de nuestros contratiempos, en la vida, son producto de nuestra prisa, de no saber esperar el momento precioso, la “hora de Dios”. Nos adelantamos y, automáticamente, estamos introduciendo situaciones conflictivas en nuestra vida.

Abraham aprendió la elección y continuó su peregrinaje sin rumbo, esperando que se aclarara la voz de Dios y que una luz brillara en medio de su oscuridad. Por eso alcanzó madurez en su fe.

Nuevo nombre, nueva creatura.

En la Biblia, ponerle nombre a algo equivale a tomar posesión de él. A “Abram” el Señor lo va a llamar “Abraham”. Este cambio de nombre no se afectúa cuando por primera vez, a los 75 años, el Señor se le apareció. Fue hasta que tenía 99 años, porque el Señor le permitió transcurrir varios años de purificación y de entrega.

Descubriendo a Dios

El capítulo 18 del Génesis trae el relato de algo extraño: tres jóvenes pasan frente la tienda de Abraham. Al verlos, Abraham se postra ante ellos y los adora. Algunos comentaristas dicen que era Dios, acompañado de dos ángeles, quien pasaba. Lo cierto es que Abraham, que estaba en actitud meditativa, pudo descubrir al Señor que pasaba a la vera del camino.

Esos tres personajes le traían una gran noticia: dentro de un año, Abraham contaría y a con su hijo. Cuando Sara escuchó esta comunicación de los ángeles, lo tomó a broma y se empezo a reír, pues le parecía tan increíble que ella, tan anciana, pudiera concebir un hijo. Abraham la tomó muy en serio. Para él la palabra del Señor tenia un hondo significado.

Todos los días el Señor pasa a la vera de nuestra vida. Nos trae buenas noticias, nos trae “Evangelio”. Lo malo es que no nos encuentra en actitud meditativa como Abraham, sino, todo lo contrario, atareados en tantas cosas poco espírituales. El quisiera que lo descubriéramos, pero resulta que nosotros no logramos entender los repetidos signos que El hace para que nosotros captemos su señal. San Agustin era plenamente consciente de esto; por eso escribió: “Temo al Señor que pasa”. Sabía que el señor continuamente junto a nosotros Y que nosotros, dispados por tantos quehaceres, podemos despreciar su mensaje, so buena noticia.

Dios se sirve de los  justos

La primera vez que el señor se le presentó a Abraham, le aseguró que le daría una “gran recompensa”; Abraham,  centrado en su el egoísmo, en su persona, sólo acertó a reclamar que no tenía hijos. Eso reclamo al Señor  -su rudimentaria oración- sólo pensó en sí mismo. Ahora ya habían pasado muchos años desde aquel día. Abraham había sido transformado por la gracia de Dios. Se convirtió en un poderoso intercesor ante Dios. El capítulo 18 de Génesis lo presenta “regateando” con Dios para arrancar el perdón a favor de Sodoma y Gomorra.

La oración del justo llega directa al corazón de Dios. Toda la Biblia está invitando a los justos hacer como “un muro” ante Dios para que el mal no alcance a los alejados de Dios. Hay mucho mal en el mundo, y un verdadero cristiano no es el que con egoísmo centra toda su persona, Sino que mira su alrededor y casi se olvida de sí mismo para pedir por los demás, sobre todo por los que tienen su corazón cerrado a la Gracia.

Abraham y el sacrificio de Isaac

Como complemento de esta oración de corazón abierto hacia nosotros, el capítulo 22 del Génesis expone un caso sumamente dramático: Abraham piensa que el Señor le pide que le sacrifique al hijo que le acaba de conceder después de tantísimos años de espera. Abraham se había jugado el todo por el todo en aras de la fe. Pero ahora decide llevar al sacrificio al muchacho; lo colocó sobre el altar; ya tenía el puñal en alto, cuando un ángel le detuvo la mano. Tal vez alguien me parece algo espantoso eso de “sacrificar un hijo”. En el tiempo de Abraham era costumbre ofrendar a Dios uno de los hijos. Pero el señor le demostró a Abraham que El no era un Dios sanguinario: El no quería ofrendas de hijos..

Jesús dijo que el que pierda su vida por El, la salvará. Abraham le entregó al señor de corazón a su hijo tan querido. En su corazón ya lo había  inmolado a Dios.

Al Señor se le debe obedecer hasta las últimas consecuencias.  El es el Señor de nuestra vida. El jovencito Isaac,  al ver que ascendían  al monte sin llevar la víctima, le preguntó a su papá: “¿Y el cordero?” A Abraham  se le ha  de haber partido el alma cuando le contesto: El Señor proveerá”. El Señor siempre vela por nosotros cuando en nuestro corazón “perdemos nuestra vida” para ofrendársela a El. Con el señor nosotros nunca salimos perdiendo.

En el nombre de Dios hasta las últimas consecuencias.

Abraham es el andariego sin rumbo. No sabe hacia dónde va ni cuándo llegará. Parece una broma pesada la que le han hecho: le han prometido un hijo; los años se vienen encima hasta convertirlo en un centenario. Abraham  no duda ni un momento y continúa esperando. No es un hombre ingenuo; no se ríe, Como Sara, de la promesa de Dios. Simplemente  sigue esperando con ilusión. Ya llegará el momento porque Dios nunca engaña. Porque Abraham tenía fe llego a levantar el cuchillo sobre el corazón de su hijo. Dice la carta los Hebreos que Abraham “creía que Dios era tan poderoso que podía resucitar a su hijo” (Heb 11,19).

Tener fe es eso: seguir caminando, aún bajo  la noche, sin rumbo fijo, si saber cuándo se llegará; pero con la certeza de que a pesar de todo, A pesar de que Dios enmudece, A pesar de que deja brillar por mucho tiempo, continúa caminando junto a nosotros. Tener fe es saber esperar el momento y la hora de Dios, y, entretanto, seguir caminando con ilusión sin desconfiar ni un solo segundo de que Dios es siempre un padre amoroso que nunca nos abandona.