KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Abuelear”

Autor: 
Enrique Monasterio
Fuente: 
Pensar por libre

Dentro de pocos días cumpliré 80 años y pienso celebrarlo a lo grande. Con permiso de mi pediatra me tomaré una copa de brandy. Si intenta impedírmelo, cambiaré de pediatra. A mis parientes y amigos sólo les pido que no intenten convencerme de que "todavía" soy joven, que estoy como siempre, que por mí no pasan los años y otras bobadas semejantes. Siempre quise llegar a viejo y, al fin, lo he conseguido. ¿Por qué queréis quitarme también esto? Llevo más de un mes proclamando que he cumplido los 80. Es estupendo ponerse años, mejor que quitárselos, como una manifestación más de coquetería.

— ¿Y los achaques?

Bien, gracias. Ahí siguen, creciendo un poco cada día. Son el recordatorio de que hay que ir preparando la maleta, sin prisas, para el último viaje de la vida. Eso me dijo mi amigo Mariano, un chico de mi edad, cuando me telefoneó hace un par de años:

— No nos hemos visto desde la universidad, pero creo que ya no tengo excusas. Deberías ayudarme a preparar la maleta.

La preparamos juntos en su chalet de Las Rozas, quemando los malos recuerdos en la hoguera de la contrición y embalando los buenos para el viaje.

A esta edad, a uno le van jubilando por la espalda aunque no quiera. También a los que cultivamos la tarea de ser sacerdotes in aeternum. Uno ya no está disponible para correr el encierro en San Fermín ni para hacer el camino de Santiago. Quizá todavía esté en condiciones de predicar sin demasiados balbuceos, pero esto durará poco.  Lo nuestro ahora es “abuelear” a diestro y siniestro.

¿Abuelear? Sí. Me propongo escribir al director de la Real Academia para que incluya este verbo cuanto antes en el diccionario. De momento no se me ocurre una definición breve y precisa, pero puedo arriesgarme a describir su contenido.

Abuelear es profesar de abuelo aunque uno, como es mi caso, no tenga nietos. También sirven los sobrinietos, los hijos de los alumnos y sus amigos.  Abuelear es estar disponible para lo más importante de la vida aunque uno sea un completo inútil para lo accidental. Es ser canguro cuando los padres se van de viaje o tienen demasiado trabajo; ser maestro de primaria; ser oyente y sobre todo escuchante de las increíbles historias que relatan los niños, ésas que los padres no tienen tiempo de valorar. Es aprender a contar cuentos que siempre terminan bien y, paradójicamente, nunca acaban.  Es transmitir por contagio, con pocas pero francas palabras, la sabiduría que uno guarda en la memoria del corazón, aunque la otra memoria empiece a naufragar y se vayan borrando los nombres y los apellidos que uno debería haber conservado.

Abuelear es aprender a mimar a los niños sin ser empalagoso ni indigesto. Es dar lecciones magistrales que deberían impartir los padres pero que, algunas veces —ay de mí—, parecen haber olvidado. Es hablar de Dios, de la Virgen María y de los santos con la naturalidad que uno emplea para charlar sobre la mascota de la familia. Abuelear es ser generoso para dar y para darse. Es aprender a ser niño otra vez y descubrir que la formación del abuelo no termina nunca.

Yo sé que un día me dirán, con todo el afecto del mundo, que no renueve más el permiso de conducir porque puedo causar una catástrofe en la vecindad; que intente no repetir tanto las mismas historias, porque, la verdad, empiezan a cansar al personal; pero como, gracias a Dios, mi familia es la mejor, me tomaré con todos la copa del decenio para que ellos también aprendan a abuelear.

Fuente: Enrique Monasterio“Pensar por libre” (Blogspot: 30 de junio 2021).