KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Al buen entendedor…

Autor: 
Nereyda Rodríguez
Fuente: 
FC-Mx

¿Alguna vez te has sentido completamente a gusto en una conversación, muy conectado e identificado con quien dialogas? O, al contrario, ¿te has sentido incómodo, irritado por las constantes interrupciones o descortesía de alguien con quien has tenido que conversar?

¿Por qué sucede esto?, ¿por qué nos sentimos tan cómodos con algunas personas y con otras hacemos un esfuerzo por no ver el reloj y salir corriendo? La diferencia está en la buena comunicación, en contraste con la verborrea o el simple intercambio de palabras.

A veces creemos que porque sabemos hablar y oír ya nos podemos comunicar y esto no necesariamente es cierto. Existe gran diferencia entre intercambiar información o dar un mensaje unilateral y la cualidad de poder comunicarse.

El término comunicar tiene su origen en el latín communicare y éste de communis, cuyo significado es “común” o “hacer común”, “compartir”. Es decir, la comunicación interpersonal eficiente es una acción recíproca, horizontal, que conlleva retroalimentación y un cambio de papeles entre el emisor y el receptor de una manera interactiva y ordenada. Su finalidad, además de informar y transmitir una idea, es generar acciones, crear un entendimiento y, muchas veces, transformar.

En este orden de ideas, reflexionemos: ¿qué tan buena es la comunicación en nuestra familia?, ¿siempre escuchamos a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, o padres?, ¿estamos realmente interesados en lo que piensan o sienten, o sólo queremos imponer nuestras ideas? Recordemos que de la buena comunicación depende, en gran parte, la armonía y la buena relación entre nosotros y nuestros seres queridos. Y para que exista una buena comunicación es indispensable aprender a escuchar.

Oír y escuchar no son lo mismo. Para saber escuchar hay que llevar a cabo la escucha activa, que no sólo presta atención a las palabras que una persona dice, sino también a su lenguaje corporal, a su comunicación no verbal y emocional. La escucha activa, entonces, incluye escuchar “entre líneas”: percatarse de la mirada, los gestos, el tono y volumen de voz, la postura, la distancia o proximidad, qué estados de ánimo están presentes, los silencios prolongados, la rapidez de las palabras o la tensión en ellas, etcétera. Muchos estudios han demostrado que el mayor porcentaje de la comunicación interpersonal está en el lenguaje no verbal sobre del verbal. Algunos expertos hablan hasta de un 80 por ciento sobre de un 20 por ciento, respectivamente.

Cuando practicamos la escucha activa nos concentramos por completo en lo que la otra persona nos dice; escuchamos con todos nuestros sentidos y prestamos toda nuestra atención a la persona que habla. Esto requiere, por supuesto, dejar el celular a un lado o cualquier otra actividad que nos distraiga de ver directamente a nuestro interlocutor, lo que favorecerá que la persona con quien dialogamos se sienta atendido, comprendido y reconocido y, en consecuencia, aumentará su apertura, verbalización y buena disposición.

La escucha no siempre se traduce en dar una respuesta afirmativa o una solución inmediata, sino en atender a una necesidad emocional. Muchas veces, sólo hay que permitir que la gente ventile y exprese libremente aquello que le molesta o incomoda para que comience a abrirse a la posibilidad de conciliar o negociar alguna alternativa. Y aún cuando no pueda haber acuerdo, escuchar con respeto a fin de que alguien se desahogue es, en sí, un acto de amor y solidaridad humana.

Las personas nos abrimos a los demás cuando nos respetan y validan nuestras emociones. Todas las personas tenemos derecho a sentir enojo, tristeza, decepción, preocupación, o cualquier otra emoción, y a expresarla sin ser juzgado o censurado en el seno de nuestra familia. Tengamos cuidado de no intentar controlar o inhibir las emociones de quien las manifiesta durante el diálogo; esto requiere de mucha tolerancia y autocontrol de nuestra propia incomodidad con respecto a ellas. Olvidémonos de frases como: “Los hombres no lloran” o “las mujercitas se ven muy feas enojadas”.

Las personas sean del género que sean, o tengan la edad que tengan, sienten todas las emociones y deben manifestarlas; sólo hay que aprender a gestionarlas, es decir, aprender a expresarlas de forma correcta, en el momento adecuado. Por ejemplo, si un matrimonio tiene una molestia durante una reunión social, pueden hacer un esfuerzo de autocontrol y esperar a llegar a casa para dialogar en privado de una manera respetuosa.

Otro aspecto imprescindible en la escucha activa es la empatía, que proviene de la palabra griega empatheia, “sentir dentro”. Así que, la empatía se construye sobre la conciencia de uno mismo; cuanto más abiertos estemos a nuestras propias emociones, más hábiles seremos para interpretar los sentimientos de los demás. En este sentido la comunicación intrapersonal, es decir, el contacto con nuestras propias emociones, sentimientos, pensamientos y reflexiones, es muy importante para tomar conciencia de nosotros mismos y poder conectarnos con los demás.

Si aprendemos a desarrollar nuestra empatía, los acordes emocionales que están implícitos en el lenguaje y que se deslizan a través de las palabras y las acciones de las demás personas serán muy visibles para nosotros y podrá existir una sintonía emocional y, por ende, comunicacional.

La escucha activa también requiere de benevolencia; una señal de afecto o un gesto afirmativo y amable durante el diálogo demuestra que respetamos y apreciamos lo que nuestro familiar nos comparte y, en consecuencia, mejora nuestra cercanía y confianza.

Ser neutral y dejar de lado los prejuicios también son cualidades del buen escucha. La apertura sincera de un hijo, por ejemplo, podrá darse sólo si sabe que no habrá un juicio apresurado de sus acciones o, lo más importante, de su persona. Procuremos no poner etiquetas o calificaciones, ya que son una manera de crear autoconceptos negativos, sobre todo en los niños y jóvenes.

De igual manera, nunca traicionemos la confianza de quien nos revela algo personal en alguna conversación. Nada hay más decepcionante y que cierre más la comunicación que la pérdida de confianza. Por ejemplo, no es válido ventilar un asunto que, como adultos, nos pueden parecen insignificante o gracioso, pero para un adolescente o un niño le representa algo vergonzoso o, simplemente, privado. La discreción y prudencia son virtudes que abonaran a la confianza que nos tengan nuestros seres queridos, o cualquier otra persona.

La paciencia es otra cualidad importante de la escucha activa. A veces ya estamos pensando en la respuesta, la solución o nuestra opinión antes de que la persona termine de hablar y cometemos el grave error de interrumpir, lo cual es una gran descortesía y, lo peor, es que hace sentir poco importante a nuestro interlocutor. 

La virtud de la humildad nos hará darnos cuenta que no siempre tenemos respuesta para todo o que no tenemos que asumir una posición y mucho menos imponer nuestras ideas en un diálogo. Recordemos que la escucha es para conocer los sentimientos y pensamientos de los demás, a fin de conectarnos armónicamente y estrechar vínculos.  

En estos tiempos apresurados, procuremos también darnos momentos especiales para dialogar en familia. La hora de las comidas o salir a caminar durante algunos minutos podrían ser momentos que reservemos para platicar y escuchar a los nuestros. Sacrifiquemos un rato de esparcimiento frente al televisor o la computadora para conocer los sentimientos y pensamientos de nuestros seres amados.

Asimismo, al escuchar, demos retroalimentación verbal y no verbal para demostrar que estamos atentos; por ejemplo, sonreír, asentir, hacer contacto visual, hacer preguntas pertinentes, resumir lo que escuchamos, pedir alguna aclaración para entender mejor, recordar detalles de lo que se nos platicó anteriormente, son pequeñas acciones que afirman que estamos escuchando con interés y atención todo lo que nos comparten.

Escuchar activamente es, pues, un acto de humildad, respeto, amor y atención frente a otro ser humano. Adiestrémonos, entonces, en esta cualidad para comunicarnos y unirnos más a nuestros seres amados y tener, en general, mejores relaciones con las demás personas que nos rodean.

Tal como nos aconseja el apóstol Santiago con sabias palabras: “Hermanos muy queridos, sean prontos para escuchar, pero lentos para hablar y enojarse” (Santiago 1,19).

Acerca de la autora: Nereyda Rodríguez Ayala es docente del Instituto de Comunicación y Filosofía (COMFIL) y desde el año 2004 pertenece a la Misión Evangelizadora (Misión 2000). Ha colaborado en diversas instituciones como el Senado de la República, el Instituto Federal Electoral (ahora INE), el Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales (CEPROPIE) y el Instituto Mexicano de Televisión.