KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

"Con un corazón nuevo"

Autor: 
Mons. Mario de Gasperín
Fuente: 
El Observador de la actualidad

Jesús nació y vivió en un mundo violento e injusto. Él lo padeció y vino a salvarlo. Salvarlo es transformarlo desde dentro, desde el corazón. No dictó al hombre nuevas leyes, sino que se le puso al frente, le dio ejemplo y lo invitó a seguirlo.

Esta original pedagogía aparece en el “Sermón de la montaña”, en los capítulos del 5 al 8 de san Mateo. Nos propone cuatro pilares y un techo para edificar aquí una morada digna de los hijos de Dios:

1. La sacralidad de toda vida humana

El error más grave que ha cometido la humanidad es el desprecio de la vida humana. “Caín anda suelto y nadie lo mata porque lo llevamos dentro”. La historia humana es un matadero entre hermanos.

Todo homicidio o feminicidio es un fratricidio. Para Jesús se comienza matando desde el corazóncon la ira, la venganza, el desprecio. Todo ser humano es “imagen de Dios” y merece respeto absoluto. Dios no es cómplice ni acepta ofrendas de un asesino de su hermano.

2. La sacralidad de la familia

Jesús va al núcleo del problema: “Ustedes saben que se dijo: ´No cometerás adulterio´. Pues yo les digo que quien mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28).

El abuso de la sexualidad, en todas sus aberrantes dimensiones, se fragua en el corazón perverso del hombre o de la mujer.

La intención califica la acción: “Si tu ojo derecho –o tu mano– te lleva a pecar, arráncatelo…” (Mt 18,9). Hay que arrancar el pecado: la mirada mala, la mala acción, del fondo del corazón. Y explica: “Yo les declaro que todo aquel que repudie a su mujer –salvo en caso de concubinato– la induce a adulterio, y quien se case con una divorciada comete adulterio” (Mt 5,32).

Una sociedad sin soporte moral y legal no puede sostener una convivencia pacífica, digna de los hijos de Dios. La carencia de amor genera enemistad: “Lo llaman matrimonio para disimular la culpa”, observa Virgilio (Eneida, IV, 170).

3. La sacralidad de la palabra

“Tu palabra es la verdad”, dice la Escritura. Dios habla palabras verdaderas, y dio al hombre el lenguaje para dialogar con Él, y con su semejante. Mentir al hermano es desdecir a Dios.

Nos tienen enmarañados entre mentiras y falsedades. Jesús recuerda que se dijo: “No jurarás en falso y cumplirás tus juramentos al Señor. Pues yo les digo que no juren en absoluto… Que la palabra de ustedes sea sí, sí; no, no. Lo que se añada luego procede del Maligno” (Mt 5,34). Construir la sociedad sobre la mentira y la falsedad es construir el reino del Maligno, no el de Dios.

4. La sacralidad del perdón

“Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no hagan resistencia a quien les hace el mal” (Mt 5,38). Hay un no absoluto a la ley del talión y un sí incondicional a la ley del perdón.

Muchos llegan hasta la compasión, lo cual no es poco; pero sólo Jesús –y el cristiano– llega hasta el perdón. El perdón hace del enemigo un hermano y restablece la fraternidad.

Estos son los cuatro pilares con que Jesús reconstruye la humanidad y la sociedad. El techo que los cubre y sostiene es la experiencia viva de Jesús con su Padre: “Sean misericordiosos como mi Padre es misericordioso” (Mt 25,31). Por eso nos enseñó a decir: “Padre nuestro”. Sin un padre común es imposible la fraternidad. Tanta sencillez nos impide ver la sublimidad del cristianismo y asumir nuestra tarea.

Fuente: “El Observador de la actualidad”

Con fecha de: 23 de febrero de 2020