KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra

Autor: 
Michel de Montaigne
Fuente: 
La calle del orco

En la vida debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra. ¿Por qué digo esto? Porque, a final de cuentas, nuestra vida es soledad: vivimos con nosotros mismos y para nosotros mismos, a pesar de las relaciones que establezcamos con los demás.

Ahora bien, puesto que nacimos para vivir solos –en el buen sentido de la palabra– y puesto que muchas de las veces hemos de arreglárnoslas sin compañía, hagamos que nuestra dicha dependa de nosotros mismos; desprendámonos de todas las ataduras que nos ligan a los demás, forcémonos a poder vivir solos de veras y vivir a nuestras anchas. ¿Ejemplos? El siguiente: Estilpón había escapado del incendio de su ciudad, en el cual había perdido esposa, hijos y bienes. Al verle Demetrio Poliorcetes, en medio de tal destrucción de su patria, sin miedo en el semblante, le preguntó si no había sufrido ningún daño. Él respondió que no, y que, a Dios gracias, no había perdido nada suyo.

Esto es lo que el filósofo Antístenes decía con gracia: que el hombre debía proveerse de un equipaje que flotara en el agua y pudiese salvarse con él, a nado, del naufragio.

Ciertamente, el hombre de entendimiento nada ha perdido si se tiene a sí mismo. Cuando los bárbaros arrasaron la ciudad de Nola, el obispo Paulino, que lo había perdido todo y estaba cautivo, rezaba así a Dios: “Señor, guárdame de sentir esta pérdida, pues Tú sabes que todavía no han tocado nada de lo que es mío”. Las riquezas que le hacían rico, y los bienes que le hacían bueno, estaban aún intactos. A tal punto es bueno elegir tesoros que puedan salvarse del daño, y esconderlos en un lugar al que nadie vaya, y que no pueda ser traicionado sino por nosotros mismos. Es preciso tener mujeres, hijos, bienes, y sobre todo salud, si se puede, pero sin atarse hasta el extremo que nuestra felicidad dependa de todo ello.

Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre, donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad. En ella debemos mantener nuestra habitual conversación con nosotros mismos, y tan privada que no tenga cabida ninguna relación o comunicación con cosa ajena; discurrir y reír como si no tuviésemos mujer, hijos ni bienes, ni séquito ni criados, para que, cuando llegue la hora de perderlos, no nos resulte nuevo arreglárnoslas sin ellos. Poseemos un alma que puede replegarse en sí misma; puede hacerse compañía, tiene con qué atacar y con qué defender, con qué recibir y con qué dar. No temamos a esta soledad que es natural en todo ser humano.

Por: Michel de Montaigne, en: “Los ensayos” (Traducción de J. Bayod Brau) / Editorial Acantilado.