KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Descansar en Jesús

Autor: 
Ghislain Lafont
Fuente: 
Munera

“En ese momento, Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a los más pequeños. Sí, Padre, porque así has ​​decidido en tu benevolencia. Todo me ha sido dado por mi Padre; nadie conoce al Hijo, excepto el Padre, y nadie conoce al Padre, excepto el Hijo y aquel a quien el Hijo lo revele. Vengan a mí, todos ustedes que están cansados ​​y oprimidos, y les daré un refrigerio. Tomen mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque mi yugo es dulce y mi peso es ligero” (Mateo 11,25-30).

Jesús nos invita: “Vengan a mí, todos ustedes que están oprimidos por una pesada carga”. Todos sufrimos bajo el peso de una carga. Cada uno tiene su propia, compuesta de dolores, de esfuerzos costosos, de esperanzas decepcionadas, de relaciones a veces difíciles, pero también del peso del sufrimiento del mundo y de todas las víctimas que lo pueblan.

Esta carga a veces se ve exacerbada por el hecho de que somos más o menos lo que el Evangelio llama “sabios”: en el sentido de que tenemos juicios preestablecidos, creencias insatisfactorias pero no siempre fundadas, y también estamos sujetos a leyes que nos obligan sin poder entender por qué… Todo es como una especie de corsé más o menos apretado que nos obliga, no nos libera y nos convierte la carga más pesada.

Aquí, entonces, Jesús nos invita a descansar: “Ven a mí, te daré descanso, encontrarás reposo para tu alma”.Intentamos entender esta invitación, aquí, ahora. Jesús nos dice cómo obtener este descanso: “Conviértete en mi discípulo, porque soy manso y humilde de corazón”.

Debemos tomarnos el tiempo de contemplar a Jesús: en Él la mansedumbre y la humildad se muestran realizables, y no como aquello que pueda definirse de manera abstracta. Es necesario abrir los ojos y mirar estas dos cualidades en Aquél quien las vive: Cristo, que es manso y humilde de corazón.

La mansedumbre de Jesús es la mansedumbre del Evangelio. Esta última no es una regla fácil de la vida, pero cuando la escuchamos salir de la boca de Jesús, emanando de su rostro, no hay más dureza en ella.

La Regla de San Benito, que dibuja un tipo de vida bastante austera, tiene el honor de no imponer nada –como él dice– de fuerte o amargo: la regla debe tomarse con dulzura, ya que proviene de alguien que quiere darnos vida. De la misma manera, ¿no nos invita Jesús a tomar la vida con mansedumbre? ¿Y esta mansedumbre no sanará la dureza de nuestro corazón?

Pero el Evangelio va más allá: la mansedumbre de Jesús es una revelación de DiosSi Jesús nos invita a ser sus discípulos es porque quiere enseñarnos a Dios. Nadie ha visto a Dios: es un Dios oculto. Ni siquiera conocemos en detalle su idea sobre el mundo, sobre la historia, sobre la vida de cada uno de nosotros.

Todo esto es lo que la Escritura llama Misterio: un libro sellado al que no tenemos acceso. Solo uno sabe: el Hijo que está en el seno del Padre, que ha vivido entre nosotros y no quiere nada más que revelarnos lo que está oculto. Al invitarnos a ser sus discípulos, Jesús quiere presentarnos a Dios, dárnoslo a conocer; pero también quiere que entendamos lo inexplicable, lo que es más fuerte que nosotros, lo que a veces nos escandaliza, lo que aparenta insoportable. Y para ello nos propone observar su mansedumbre y su humildad, porque allí es donde se revela al mismo tiempo el verdadero rostro de Dios y el arte de vivir dócilmente en un mundo de violencia.

Por lo tanto, es posible entender la invitación a “ser pequeño”. Esta pequeñez no es infantil. Es la raíz aún fresca y tierna de nuestro ser más profundo. Un tipo de disponibilidad no condicionada a donde podemos llegar, lo que nos permite aceptar sin ningún cálculo lo que está sucediendo, tomar todo “a voluntad”, como lo sugiere Santa Juana de Arco. Es sabernos colocar en el camino del conocimiento de Dios, de la visión de Dios en las vicisitudes humanas. Es sabernos dispuestos a comprender lo que Jesús, quien conoce al Padre, quiere revelarnos. Es el resultado es una proximidad respetuosa con todos los seres humanos, comenzando con los más cercanos.

Con esto, nuestra carga no desaparece. El don que Jesús quiere ofrecernos también implica un dinamismo: tal vez el mismo que llevamos, pero ¿acaso no con otro significado ahora? Un don acogido en la mansedumbre y la humildad de Cristo, cuyo peso se aligera y ya no lastima los hombros que lo llevan.

Me parece que este pasaje de Mateo es como la quintaesencia del Evangelio y, al mismo tiempo, el secreto de una vida, si no feliz, al menos llena de tranquilidad. No lo dejemos pasar, esforcémonos. Vayamos a Jesús, mansos y humildes de corazón, y entremos en el descanso que Él nos ofrece.

Traducción: Rafael Espino.