KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Dios en las tormentas de la vida

Autor: 
Padre Rafa
Fuente: 
Kénosis

Un obispo australiano, en una reunión en Roma, contó que en uno de sus viajes en avión tuvo una experiencia tremenda. El avión parecía que se precipitaba a las aguas ante una tormenta. ¡Todos los pasajeros rezaban! En contraste a aquel azaroso panorama, un niño que viajaba a su lado, tranquilamente, leía una revista. No se inmutaba. Algunos gritaban ante la situación angustiosa. Le dijo, entonces, el obispo al niño: “¿No tienes miedo? Esto se pone serio”. “¡Ah, no! –dijo el niño–. El que lleva el avión es mi papá… De hecho, algunas veces pasa que se agita este aparato, pero siempre aterriza bien. Ya verá cómo todo queda en un simple susto…”.

La anécdota del obispo australiano nos lleva a pensar en el acto de confianza total de un niño ante su padre. Una confianza que, sin duda, es aquella que nos pide el Señor en todo momento, y más especialmente en las situaciones de dificultad.

A propósito, esta confianza ha sido exigencia incluso de los grandes santos. Santa Teresita de Lisieux, por ejemplo, vivió alguna vez la experiencia de creer que se tambaleaba la barca de su vida entre borrascas y con la sensación de que Dios estaba durmiendo, o se encontraba muy lejos. Su experiencia solemos conocerla como “la noche oscura”; experiencia difícil donde el cielo le pareció callar.

Los mismos discípulos de Jesús tuvieron que atravesar, en cierto momento, la prueba de sentirse abandonados. Me refiero a aquella escena en la que sufren los estragos de una tempestad en el mar (Mt 8,23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25); escena que muchos teólogos y biblistas identifican como “relato tipo” que muestra la real y plausible vida del hombre. Una escena que nos lleva a descubrir lo que decía san Juan de la Cruz: que, “a veces, la mayor presencia de Dios es su aparente ausencia”. Pues Dios está presente (nunca ausente) en el mar embravecido de la vida.

Ciertamente, hay ocasiones en que experimentamos la sensación de abandono. Esa sensación de que nos han olvidado todos, en la vida, en la fe, en la Iglesia, en el matrimonio, en la juventud. Momentos en los que Dios parece callar. Y es cuando “las aguas se agitan y arremeten contra nuestra barca existencial”… Pero, más que naufragar, en esos momentos hemos de recordar que sólo tenemos un camino, una convicción que nunca falla: Jesús nos acompaña; Jesús está en la barca; Él nunca se ha ido, ni se va, ni se irá. Aunque parece callar, aunque se duerma, no se marcha, ni está ausente. Y esto lo saben muy bien los contemplativos, los orantes, los que luchan día a día por mantenerse en íntima comunión con el Señor… Ellos saben, además, que Él sólo nos pide fe. Una fe sencilla y confiada en medio de la tormenta; una fe total en medio de las agitaciones de la vida.