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Drogadicción: ¿fuga de la realidad?

Autor: 
Umberto Mauro Marsich
Fuente: 
La Familia Cristiana

¿Qué es la drogadicción?

Para entender el fenómeno de la drogadicción hay que partir de la posibilidad que cada ser humano tiene de poder cambiar su vida psíquica mediante la utilización de ciertas substancias dopantes, naturales o artificiales. El término ‘droga’, antiguamente, evocaba el uso de analgésicos y psicofármacos; tal vez, mañana, evocará las drogas ‘del espíritu’, es decir, los estupefacientes. Hoy, concretamente, el término ‘drogadicción’ define “un determinado y grave problema que desemboca en la cultura de la dependencia”. Más ampliamente, la definimos como “la apetencia anormal y prolongada que manifiestan ciertos sujetos hacia sustancias tóxicas, o drogas, cuyos efectos analgésicos, eufóricos o dinámicos han conocido accidentalmente o buscado voluntariamente”. Lo cierto es que se trata de una enfermedad crónica caracterizada por la búsqueda y el uso compulsivo e incontrolable de alguna droga, a pesar de las consecuencias adversas. Para la mayoría de las personas, la decisión inicial de usar drogas es voluntaria, pero el uso repetido de las drogas puede llevar a cambios en el cerebro que, poco a poco, desafían el autocontrol de una persona adicta e interfiere con su habilidad de resistir los deseos intensos de usarlas. Estos cambios del cerebro pueden ser persistentes, por lo cual se considera la drogadicción una enfermedad reincidente. 

Se llama ‘drogadicción’, por tanto, a la adicción producida por el consumo de drogas. Droga es toda sustancia cuyo consumo actúa sobre el sistema nervioso-psíquico, modificándolo. Su abuso produce diversas consecuencias tóxicas, agudas y crónicas, produciendo un estado de dependencia con su correspondiente síndrome de abstinencia. Se puede producir, en fin, una sobredosis o intoxicación aguda cuando se introduce en el organismo más sustancia de la que éste es capaz de metabolizar, hasta provocar estados de coma e incluso la muerte. 

¿Qué pasa con el cerebro cuando una persona usa drogas?

La mayoría de las drogas afectan al circuito de recompensa del cerebro, inundándolo con el químico mensajero de la ‘dopamina’. Este sistema de recompensa controla la habilidad del cuerpo de ‘sentir placer’, euforia, y motiva a la persona a repetir comportamientos necesitados para prosperar, como lo es, por ejemplo, el comer y el pasar tiempo con los amigos. Esta sobre estimulación del circuito de recompensa causa la intensa ‘traba placentera’, que puede llevar a las personas a tomar drogas una y otra vez. Cuando una persona continúa usando drogas, el cerebro se ajusta al exceso de la dopamina al producir menos de ella, y/o reduce la habilidad de las células en el circuito de recompensa a responderle. Esto reduce la traba que la persona siente, comparado a la que sintieron cuando tomaron la droga por primera vez, sin embargo, no la convence a dejarla. 

¿Cómo se genera, socialmente, la drogadicción? 

Todo mundo reconoce que la droga se ha vuelto ya en un problema mundial que involucra siempre más a jóvenes y adultos de cualquier edad y que se difunde en los más variados ambientes sociales . Entre sus consumidores, dependiendo de la frecuencia, algunos son simples experimentadores ocasionales, otros son consumidores habituales y otros más son toxicómanos. Si para los primeros las esperanzas de recuperación están al alcance, para los segundos se reducen si no encuentran un acompañamiento adecuado. Para los toxicómanos, sin embargo, las esperanzas de recuperación parecen prácticamente inexistentes. Son tan absorbidos por las drogas que se convierten, éstas, en el motivo principal y único de su existencia. Nada les importa más que obtener la dosis periódica que les permita seguir subsistiendo y evadiendo de la realidad.

En el origen de la drogadicción, en efecto, hay quien ve un deseo de evasión social, tal vez nutrido de rencor y odio hacia la sociedad, juzgada hipócrita; otros ven el afán juvenil de conseguirlo todo, rápido y gratuitamente; otros más ven la actitud crítica de romper esquemas de vida, prefabricados y pobres de valores, que no respetan la libertad del joven ni el supuesto derecho de autodeterminación. La tesis del derecho a la ‘autodeterminación’, defendida poco sabiamente por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es un ‘híbrido’ intelectual y legal, alejado de la realidad socio psicofísica del ser humano y muy mal matizado. También la idea de que el hombre, para la expansión de la personalidad, necesite de alguna que otra ‘fumadita de marihuana’, es irracional y surrealista.

En la droga, supuestamente, todos encontrarían la solución mágica a las dificultades existenciales. Hay quien echa la culpa a los productores, a los pequeños narcotraficantes o a los cárteles de la droga. Otros ven la causa de la drogadicción en la mentalidad hedonista e individualista de nuestros tiempos. Otros, en fin, le echan la culpa a la familia disgregada, disfuncional e incapaz de educar. Lo cierto es que la droga cuestiona a nuestra sociedad enfermiza. Se trata, por tanto, de una ‘enfermedad social’ que motiva, inconscientemente, al joven para la fuga artificial de ella y que es causa también de su progresiva destrucción física, moral y espiritual: graduales ‘suicidios’ que ponen en tela de juicio a toda la sociedad contemporánea y a quienes deberían tutelarla, política y legalmente.

Que, luego, algunos caen más fácilmente que otros en el vicio de la drogadicción, depende de los ‘factores de riesgo’ en que se hayan encontrados. Entre ellos, ubicamos factores de predisposición biológica o genética, factores sociales de pobreza o de amistades dañinas, factores familiares adversos, factores culturales de ignorancia y ausencia de recursos morales y espirituales.

Si la drogadicción es un problema moral y social ¿Cómo hay que enfrentarlo? 

Hay que enfrentarlo desde el frente moral, legal y social. Antes de juzgar el uso de las drogas, sin embargo, necesitamos distinguir entre las finalidades que lo motivan, es decir, entre su uso ‘terapéutico’ o ‘lúdico’. En términos generales, entonces, podemos decir que el uso de la droga no es intrínsecamente ilícito si la intención es terapéutica: toxicomanías justificadas para combatir el dolor o necesarias en momentos de fuerte crisis de salud. Mientras es ‘ilícito’ cuando se recurre a ella por placer o para evadir la realidad y alejarse de la vida, huyendo así de toda responsabilidad: es el caso de ‘toxicomanía perversa’. Esta, en efecto, es el verdadero problema. La terapia de la tóxico-dependencia no necesita de fáciles e ingenuos moralismos porque es un desafío arduo. Además, prevalece la idea que es siempre posible liberarse de ella y que la esperanza y la fe por lograrlo nunca deben darse por vencidas. Similar a otras condiciones crónicas de la salud, el tratamiento terapéutico será continuo, ajustado y basado en cómo el paciente responda. Los planes de tratamiento necesitan ser revisados a menudo y modificados para adaptarse a las necesidades cambiantes del paciente.

El drogadicto ¿es siempre responsable de su situación de dependencia?

El análisis atento de la toxico-dependencia nos hace concluir que muy raramente alguien llega a drogarse por placer; más bien, lo hace porque sufre profundamente y encuentra en la droga el medio para narcotizar los sufrimientos. Tomada en cuenta la complejidad del ser humano, sobre todo en su actuación moral, debemos reconocer que no siempre el drogadicto es plenamente responsable de su decisión. Ya incurriendo en el ‘síndrome de abstinencia’, o sea, de adicción física absoluta con pérdida de libertad, cae en una cadena irresistible de decisiones irresponsables y de acciones, incluso delictivas, de las que será moralmente responsable sí, pero únicamente en su origen, o sea, ‘en causa’. Las circunstancias, por tanto, que entornan las acciones de cada sujeto tóxico-dependiente, pueden constituirse en factores atenuantes de la responsabilidad del sujeto, pero, sus actos nunca dejarán de ser objetiva y moralmente inaceptables. En efecto, la afectación a la ‘integridad física y mental’ es y será siempre un acto moralmente deplorable.

Frente a una juventud inquieta, que se droga por rebeldía, por malestar interior, por oposición a la sociedad o por la razón que sea, debemos, en primer lugar, evitar actitudes de fácil moralismo y, en segundo lugar, asumir otras más constructivas como, por ejemplo, dialogar y entender las razones por las que el joven decide drogarse, pidiendo con firmeza actitudes de mayor responsabilidad para que cambie el rumbo de su vida. Al joven se le debe inculcar la convicción de que la calidad de su destino está puesta en sus manos y que sí puede reclamarle a la sociedad, para que le ofrezca propuestas alternativas, sin embargo, debemos darle a entender que es él quien debe luchar para crear un mundo mejor, donde ser y amar valgan más que poseer y consumir. También las terapias rehabilitadoras, en lugares adecuados para ello, son un camino y un método, personal o comunitario, eficaces, de rescate de la dependencia .     

A manera de conclusión: lo importante es ‘prevenir’

Lo cierto es que la drogadicción, hoy, se ha vuelto un grave problema y un enorme desafío al que no encontramos siempre la forma clara de enfrentar. Hay quienes piden acciones de mayor represión y quienes proponen su legalización. El debate queda abierto; en efecto, los pros y los contras se encuentran en cualquier método. Lo que sí debe ser asumido por todos es la prevención, tanto a nivel familiar que escolar y social. Es indudable que la drogadicción está en relación directa con la crisis de civilización actual: crisis de ideales, de valores morales y de certezas trascendentes. La droga, en fin, manifiesta profundas carencias éticas en la sociedad actual y, por tanto, será siempre más urgente moralizarla, enriqueciéndola con ideales y valores, más que reprimiendo a aquellos que, de la sociedad, pudieran ser víctimas indefensas.

Acerca del autor: Umberto Mauro Marsich es sacerdote xaveriano. Doctor en Teología Moral (Pontificia Studiorum Universitas A.S. Thomas AQ. In Urbe) y Licenciado en Teología Dogmática (Pontificia Studiorum Universitas A.S. Thomas AQ. In Urbe).