KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

El Abad y la parábola del hijo pródigo

Autor: 
Luigi Santopaolo
Fuente: 
Kénosis

Un día, el Abad de un antiguo monasterio, mientras ingresaba a la capilla, escuchó a uno de sus discípulos que anunciaba el Evangelio:

– “¡Conviértanse, porque si no cambian su vida, la condena de Dios caerá sobre ustedes sin remedio alguno!”, gritaba el joven ante una gran asamblea.

Minutos más tarde el Abad le dijo:

– “Hijo mío, tu prédica ha sido muy similar a la de los profetas de calamidades, que anunciaban la condena segura de los pecadores. Pero, ahora, después de dos mil años de cristianismo, ¿sigues predicando la idea de un Dios sin misericordia? ¿Qué acaso nada valió el sacrificio de Cristo? ¿No recuerdas, por cierto, la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32)? ¿Aquella que narra la historia de dos hijos, de los cuales uno regresó al amor, mientras que el otro pereció por miedo? Dime, tú que predicas el castigo, ¿quién de esos dos hijos se salvará?”

Y el joven, con un aire extrañado, permaneció meditativo.

El Abad prosiguió:

 – “Dime hijo: ¿Acaso el padre de la parábola expulsó de su casa a alguno de sus dos hijos? ¿Acaso castigó su conducta? Estamos seguros que no fue así. El Padre amó tanto a sus dos hijos, que les perdonó sus flaquezas, sus incomprensiones. Y fue tanto el amor que tenía por ellos que hizo lo posible para que cayeran en cuenta que eran amados no por sus virtudes, sino por pura gracia.

El joven discípulo alzó sus ojos, y dijo al Abad:

– “¡No entiendo! ¿Qué significan las palabras que ahora mismo me dirige?”

Y el Abad prosiguió:

– “Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito a anunciar el amor de Dios al mundo. Y lo hizo compartiendo enseñanzas y entregando su vida. Y entre una de sus más bellas enseñanzas anida aquella parábola del hijo pródigo y el padre amoroso. Dicha parábola nos hace comprender que Dios es amor. Y ese amor es la condición única que nos atrae hacia nuestro Creador. De tal forma que, te invito a no predicar un Dios inmisericorde o castigador. Te invito a “no asustar a los pequeños”: porque los hombres vuelven a Dios por amor y no por miedo. De hecho, quien se siente amado sin condiciones, amará sin condiciones. El miedo, por su parte, aleja (como se alejó el hijo mayor de la parábola). El amor te cambia la vida, el miedo tan sólo te hace cambiar de comportamiento. Además, ¿recuerdas la alegría del padre cuando el hijo menor regresó? Pues, en efecto, si quieres que Dios sea igualmente feliz como aquel padre, en lugar de condenar a los pecadores, que también son sus hijos, reza para que regresen a casa. Porque la alegría de Dios es que los pecadores se conviertan… Y a propósito, como también soy un pecador, ¡ruega por mí, y pide que Dios no deje de mostrarnos su amor y misericordia!”

Idea original: Luigi Santopaolo