KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

El amor: don y tarea

Autor: 
Padre Rafa
Fuente: 
Kénosos

 

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué los seres humanos se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué le hace falta a la gente de este tiempo para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

La respuesta a estas preguntas la encontramos en el Evangelio de este Domingo (Lucas 6,27-38): la respuesta es “el amor”.

El amor es la respuesta definitiva a las preguntas más acuciantes del ser humano. Pero, “¿qué es el amor?” Dios es amor. Esto lo sabemos porque la única y más bella razón por la cual Dios Padre creó el mundo es el amor; porque el único y central mensaje que nos dio a conocer Jesús, el Hijo encarnado, es el amor; porque la más grande experiencia de fe y de vida cristiana en el Espíritu acontece cuando experimentamos el amor.

Lo repito una vez más: el amor es la única respuesta para quienes buscan llenar de sentido su existencia. Pues, lo queramos o no, los seres humano estamos llamados a amar; y, quien no lo hace cae en la amargura; cae en un vacío que nada ni nadie puede llenar.

¿Cómo vivir en el amor?

Ahora bien, la pregunta que seguramente emana de lo dicho líneas atrás, es la siguiente: “¿Cómo encontrar el amor? ¿Cómo vivir en el amor?” La respuesta también nos la da el Evangelio de Lucas (6,27-38): el amor se alcanza a través del desprendimiento. Las palabras de Jesús son la clave. Él nos dice: “Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te odian, bendice a los que te maldicen, ora por los que te injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Trata a los demás como quieres que ellos te traten. Pues, si amas sólo a los que te aman, ¿qué mérito tienes? (…) Todo aquel que ama tendrá un gran premio y será hijo del Altísimo (…) y se verá colmado –de amor y de dones– con una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”.

En otras palabras, el camino que conduce al amor es el amor mismo: es el desprendimiento, la vida en el servicio, la caridad. No hay otro camino.

Dejarnos amar por Dios

Como lo hemos dicho: el amor es el tema central de la liturgia de este Domingo. Todo hemos de hacerlo por amor, y más aún, por amor en Dios. La expresión “por amor en Dios” tiene dos significados diferentes: en uno Dios es el objeto (a Él se le ama) y en el otro Dios es el sujeto (Él nos ama); uno indica nuestro amor por Dios y el otro indica el amor de Dios por nosotros. Como sabemos, la persona humana es más propensa a ser activa que pasiva, a ser acreedora que deudora. Las personas, en general, han preferido siempre el primer significado, es decir “amar” (actuar) en favor y movidos por Dios. 

Sin embargo, el Evangelio de Lucas nos lleva a reflexionar que es imposible nuestra acción en la caridad si primero no nos dejamos amar (por Dios). Ésta es la fórmula que enriquece el mensaje de Dios en nuestra jornada: “para amar nos hemos dejar amar primero”.

La revelación bíblica lo deja muy claro: Dios mueve al hombre “en la medida en que éste reconoce que es amado”; Dios mueve el mundo “en la medida en que se deja amar por Dios”, esto es, en la medida en que es objeto de amor. La Biblia nos hace ver que “Dios crea y mueve el mundo en el amor”. Por consiguiente, cuando se habla del amor de Dios, lo más importante no es que el hombre deba amar a Dios (y al prójimo), sino reconocerse inundado por un amor que le sobrepasa, que es Dios mismo. Porque Dios ama al hombre, y lo ama “primero”, tal y como lo dice la primera Carta de Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero” (1Jn 4,10).

¿Qué resulta de todo esto? Un llamado a no olvidar un eslabón esencial de la cadena: antes y después que el amor (A Dios y al hermano y a la hermana), está el reconocimiento de ser amados por ese Otro que es Amor. Un Amor que se ha hecho Palabra, que se ha hecho Carne (Jesús), y que ha unido los dos extremos de este misterio: nos hace reconocernos receptores y nos mueve a vivir en el amor.

 

Evangelio según san Lucas (6,27-38)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Trata a los demás como quieres que ellos te traten. Pues, si amas sólo a los que te aman, ¿qué mérito tienes? También los pecadores aman a los que los aman. Y si haces bien sólo a los que te hacen bien, ¿qué mérito tienes? También los pecadores lo hacen. Y si prestas sólo cuando esperas cobrar, ¿qué mérito tienes? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: se les verterá una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que usen, esa misma la usarán con ustedes.

Palabra del Señor.

R. / Gloria a ti, Señor, Jesús.