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El hijo adulto manipulador: características psicológicas

Autor: 
Gema Sánchez Cuevas
Fuente: 
Mente maravillosa

El hijo adulto manipulador tiene dificultades para tolerar la frustración. Sin límites y sin el reconocimiento de lo imposible, no surge la motivación para forjarse un proyecto de vida y luchar por consolidarlo.

El fenómeno del hijo adulto manipulador es cada vez más frecuente. No se trata de un cuadro en el que hay un adulto inescrupuloso aprovechándose de padres bondadosos. Estas situaciones retratan a familias en las que los hijos están afligidos y llenos de problemas, mientras que los padres se muestran confusos, erráticos y desesperados.

Con mucha frecuencia, el hijo adulto manipulador tiene padres que presentan rasgos similares. En este tipo de situaciones hay de lado y lado; por lo tanto, la responsabilidad sobre lo que sucede es compartida. Por supuesto, la solución también debería serlo.

Más allá de la buena o mala crianza como tal, lo que hay en estas familias es un conjunto de patrones neuróticos en las relaciones. El problema no es el hijo adulto manipulador, ni tampoco sus padres, sino el tipo de vínculo que han establecido y los patrones de conducta dentro de los que se mueven.

El hijo adulto manipulador

El hijo adulto manipulador es alguien que sigue manteniendo un vínculo muy estrecho con sus padres. Dicho vínculo se caracteriza por la dependencia y se vale con frecuencia del chantaje emocional para que no se establezca un límite. Los padres, por su parte, suelen estar invadidos de sentimientos contradictorios que incluyen culpa, ira y amor.

Los principales rasgos de este tipo de hijos, que en ocasiones suelen verse desde la adolescencia, son los siguientes:

– Aprisiona emocionalmente a los padres: amenazan con incurrir en conductas autodestructivas, o efectivamente incurren en ellas, como medio para lograr que sus padres hagan algo que ellos desean.

– Distorsiona las percepciones: el hijo adulto manipulador suele interpretar todas las situaciones a su acomodo. Busca con frecuencia victimizarse o, en otros casos, sabotear los planes o propuestas para conseguir un cambio.

– Evita asumir responsabilidades: existe la idea de que son los padres los que deben tomar la responsabilidad por lo que él necesita o quiere. Tienen una vida en la que prima el estancamiento y la improductividad.

– No tienen mayor escrúpulo con el dinero o los gastos: a veces “piden prestado” dinero que nunca pagan. Otras veces, piden y piden, muchas veces lo mejor y lo más costoso. No sienten que son ellos quienes deben hacerse responsables de sus gastos.

– Faltan al respeto con frecuencia: no tienen problema en levantar la voz o arrojar las puertas contra el mundo, cuando se enojan. Los padres están acostumbrados a que sea así y no le reclaman por su majadería.

Una situación que viene del pasado

Como resulta obvio, un hijo adulto manipulador no nace, sino que se hace. No se llega a ser así de la noche a la mañana. Detrás de esta condición hay una crianza seguramente muy bien intencionada, pero con un criterio deficiente.

Lo más habitual es que estos adultos hayan sido niños sobreprotegidos o que hayan sufrido alguna suerte de abandono, emocional o físicodurante la infancia, que probablemente fue compensado con mayor permisividad. Por lo uno o por lo otro, es probable que a los padres les haya costado educar poniendo límites.

El niño caprichoso seguirá siéndolo, incluso hasta la vida adulta, si se le refuerza esa conducta. Seguirán actuando así con sus parejas y en sus trabajos. Les costará precisar sus metas y lograrlas. Por eso mismo, tenderán a prolongar la dependencia con sus padres. Lo bueno es que, sin importar la edad, esto puede revertirse en gran medida.

¿Qué hacer?

Llegados a la vida adulta, este ya no es un problema que deban resolver solo los padres, sino sus hijos también. Por más infantiles o adolescentes que se muestren, ya son adultos y tienen el deber y la responsabilidad de tomar las riendas de su destino. Por supuesto, es bueno que los padres contribuyan en ese proceso, pero no son los únicos encargados de hacerlo.

El hijo adulto debe aprender a quererse de verdad y, en esa medida, a exigirse un comportamiento más elevado. Es bueno que piense en todo aquello que está perdiendo por su decisión de prolongar la infancia y la adolescencia para siempre. ¿No quisiera sentirse orgulloso de lo que puede lograr? ¿No desearía tener una vida más auténtica y libre?

Por su parte, los padres deben abandonar la idea de que amar es complacer sin límites. También deben superar el sentimiento de culpa que los induce a lo anterior. Lo mejor que pueden hacer por su hijo es ayudarle a entender el significado de la palabra “no” y de la existencia de los límites. Sin letanías, sin reclamos, sin ultimátum que nunca cumplen. Más bien con el amor genuino que quizás no dieron antes.

Acerca de la autora: Gema Sánchez Cuevas es Licenciada en Psicología por la Universidad de Salamanca (2012) y habilitada como Psicóloga General Sanitaria, número de colegiada: EX01253. Directora de TFM en el Master Universitario en Terapias de Tercera Generación de la Universidad Internacional de Valencia. Actualmente es Doctoranda en la Universidad de Salamanca (Fuente: “La mente es maravillosa” / Publicado el 27 agosto de 2021).