KÉNOSIS

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El sufrimiento fecunda el amor. La reveladora historia de Job

Autor: 
José María Becerril
Fuente: 
LFC - MX

Ante las tragedias de la vida, frente a las enfermedades que nos agobian, ante el sufrimiento que gotea implacablemente sobre nosotros, nos sentimos muchas veces desconcertados. Algunas personas, con cierta altanería, hasta llegan a preguntar: “¿Por qué a mí?, ¿por qué el Señor permite que yo caiga en el sufrimiento?” Estas preguntas, en el fondo, van dirigidas a Dios como una protesta.

En la Biblia, especialmente en el Libro de Job, se intenta dar una respuesta a estas acuciantes preguntas que brotan en nuestro existir. Echemos, pues, una mirada a la historia de Job, el santo varón que, después de perder a sus hijos y todas sus riquezas, logró la unión profunda y estable con Dios.

Satán confabula contra Job

La Biblia nos dice que la excelencia de vida y el correcto proceder de Job ante Dios comenzó a despertar los celos de Satán. Job estaba ocupado en sus negocios, llevando una vida de santidad y edificando a todo el mundo. Pero dicha situación hizo que el “Adversario” confabulara en su contra: “El día en que los hijos de Dios fueron a presentarse delante del Señor, también fue el Adversario en medio de ellos. El Señor le dijo: ¿De dónde vienes? El Adversario respondió al Señor: De rondar por la tierra, yendo de aquí para allá. Entonces el Señor le dijo: ¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra, es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal…” (Job 1,6-8).

La respuesta de Satán expresa muy bien su malquerencia hacia todas aquellas personas que buscan vivir en consonancia con los mandatos del Señor, igual como lo hacía Job. De allí que el Adversario no teme decirle a Dios: “¿Tú has puesto un cerco protector alrededor de Job, de su casa, de todo lo que posee? Tú has bendecido la obra de sus manos y su hacienda se ha esparcido por todo el país. Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee, entonces ¡seguro que te maldecirá en la cara!” (Job 1,9-11).

De manera figurada, se puede decir que Dios no encontró la respuesta adecuada ante las palabras de Satán. Tenía que admitir la posibilidad de que Job permanecía obediente gracias a la buena fortuna que se le había provisto. Además, la virtud de Job no había sido probada a fondo. Entonces el Señor dijo al Adversario: “Está bien. Todo lo que le pertenece está en tu poder, pero no pongas la mano sobre él” (Job 1,12), y Satán se alejó de la presencia de Dios.

No se puede culpar a Dios por esta situación. El mal existe. No podemos escapar de la envidia de Satán una vez que comenzamos a crecer en la vida de la gracia. Pero el Señor usa la propia malicia del Demonio para hacer que sus servidores crezcan con mayor rapidez y fortaleza hacia la fe. Job fue uno de esos casos en los cuales el amor se inicia con una serie de tragedias personales permitidas por Dios: cuando estaba sentado bebiendo un vaso de vino en la casa de su hermano mayor, llegaron tres mensajeros, portadores de malas noticias. El primero le anunció que sus bueyes y asnos habían sido arrebatados y que todos sus hombres habían sido asesinados, excepto uno; el segundo le dio la noticia de que sus ovejas habían sido fulminadas por un rayo; y el tercero le comunicó que unos bandidos se habían lanzado sobre sus camellos y se los habían llevado. Job apenas se iba recuperando de esos “golpes”, cuando arribó un cuarto mensajero, diciendo que estando todos sus hijos e hijas en una casa, se levantó una tempestad, se desplomó el techo y los mató a todos. ¡Impresionante debió haber sido la reacción de Job! El texto bíblico dice que se levantó, rasgó su manto, rapó su cabeza y se postró rostro en tierra. Su reacción puede traducirse como una adoración a Dios. Su fe inquebrantable y su profunda resignación se entienden a partir de sus palabras: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1,21). En todo esto Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios.

Dios prueba la pureza del amor de Job

Algunos podrían pensar que en ese primer episodio de la historia el patriarca recibió el triunfo del martirio, dado su gran sufrimiento, pero ahora, ese amor que apenas se había puesto a prueba, vuelve a ser parte de las conjeturas de Satán.

Job se había sometido a la voluntad divina en medio de su dolor, probando de esa forma que amaba a Dios más que a todas sus posesiones y más que a su familia. Pero Satán vuelve a confabular en su contra: “El Señor le dijo a Satán: ¿De dónde vienes? El Adversario respondió: De rondar la tierra, yendo de aquí para allá. Entonces el Señor le dijo: ¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra, es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal… A pesar de la prueba, él todavía se mantiene firme en su integridad, y en vano me has instigado contra él para perderlo” (Job 2,3).

Evidentemente, Dios es reticente para probar a Job. Sin embargo, es forzado a ello por la actitud miserable del Demonio… El Adversario respondió: “Job te ha dado todo lo que tiene a cambio de su vida. Pero extiende tu mano contra él y tócalo en sus huesos y en su carne; seguro que te maldecirá en la cara” (Job 2,4-5).

Con estas palabras el Demonio obliga a Dios a probar la pureza del amor de Job, para ver si lo ama sobre todas las cosas. Esta misma ocasión sirve para que el patriarca alcance la pureza del amor perfecto, que sólo puede producirse por una purificación profunda. Este tipo de prueba no es tan rara como podríamos pensar. Dios señala especialmente para un tratamiento singular, a aquellos a quien más ama.

Volviendo a la historia de Job, Dios está impresionado con los argumentos del Maligno y exclama: “Bien, ahí lo tienes en tu poder, pero respétale la vida” (Job 2,6).

Con esto, Satán se retiró de la presencia del Señor. Hirió a Job con una úlcera maligna desde la planta del pie hasta la cabeza. Job tomó entonces un pedazo de teja para rascarse, y permaneció sentado en medio de la ceniza. Su propia esposa no lo alivió mucho; le dijo: “¿Todavía vas a mantenerte firme en tu integridad? Maldice a Dios y muere de una vez”. Pero él le respondió: “Hablas como una mujer insensata. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?” (Job 2,9-10). En todo esto, Job no pecó con sus labios.

En nuestro acontecer, igual como ocurrió a Job, sucede con mucha frecuencia que cuando estamos en la vía del dolor alguien viene y pone el dedo en la llaga, o dice algo que no podría ser más indiscreto. Pero esto es parte de gozar un favor especial de Dios, porque Él se concentra en el que sufre…

El alivio ficticio que recibió Job

Dios no sólo permitió que pasaran tragedias en Job, sino que le retiró todos sus amigos y le envió tres personas que lo importunaron con chabacanerías piadosas y lo acusaron de toda clase de cosas que jamás había cometido. Estos tres “falsos consoladores” colmaron la paciencia de Job. Les implora: “Por lo menos, ustedes, amigos míos, tengan piedad de mí” (cfr. Job 2,11; 19,2). En otras palabras: “¡Déjenme en paz!”

El alivio ficticio que los “consoladores” ofrecían a Job es lo que lo llevó a perder los estribos. Su paciencia había llegado al límite; rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento. Tomó la palabra y exclamó: “Desaparezca el día en que nací. ¿Por qué no me morí al nacer? Ahora yacería tranquilo, estaría dormido y así descansaría junto con los reyes y consejeros de la tierra... ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida al que está lleno de amargura… al hombre que se le cierra el camino y al que Dios cerca por todas partes? ¿Por qué me sucedió lo que más temía y me sobrevino algo terrible? ¡No tengo calma, ni tranquilidad, ni sosiego; sólo una constante agitación!” (Job 3,1-12).

Las calamidades por las que tuvo que pasar Job se ennegrecen al verse falto de apoyo, abandonado particularmente, incluso asediado, por quienes él creía que serían su bastión en la dificultad.

Dios: la única esperanza en medio del dolor

El sufrimiento de Job, que es prototipo del sufrimiento del inocente, encierra un gran misterio. Tal vez sea mejor aceptarlo como un misterio y tratarlo como tal. Pero vemos, según nos cuenta la Biblia, que paso a paso, primero material y luego espiritualmente, Dios se aparece ante Job como el único consuelo. Y esa es precisamente la enseñanza fundamental del texto: reconocer que Dios es Dios, el Creador que puede hacer cualquier cosa sin que nadie pueda decirle: “No me puedes hacer esto a mí”. Porque el Señor es dispensador de su gracia mediante designios tan sabios que a Él sólo compete distribuirlos.

No por nada podemos ver al final de la historia del patriarca que, en cuanto es intimidado gradualmente a la aceptación de la voluntad divina, en el silencio, crece a prisa la pureza de su amor. Y al final, Dios, como un símbolo de su gracia interior, hace a Job dos veces más rico de lo que había sido antes que comenzaran sus pruebas (Job 42,10).

Recordemos: Dios es justo, y sabe que el dolor puede ser un medio de revelación divina; una vía medicinal del alma que combate el orgullo y que, al mismo tiempo, acrisola el amor en el corazón de los hombres.