KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

El vino de Caná

Autor: 
Enrique Monasterio
Fuente: 
Pensar por libre

¡Qué guapa estaba mi Señora vestida de fiesta con su túnica azul! En aquella boda de Caná de Galilea Ella era la invitada principal y la mejor madrina, la más hermosa y también la más discreta. Le habría gustado pasar inadvertida, pero, con una copa de vino en la mano derecha, que apenas probó, y una sonrisa permanente en los labios, atraía las miradas de todos, también las de Homero, mi búho.

Jesús hablaba con Andrés en un rincón de la casa cuando se le acercó su Madre para decirle en un susurro:

—No tienen vino.

…Fue el primer milagro de Jesús y también el más modesto. Convertir el agua en vino parece más sencillo que detener tempestades, curar leprosos o resucitar muertos; pero fue un milagro mariano. María comprendió que, en una boda modesta como aquella, el vino es siempre lo más importante. Si faltara, los novios recordarían el día más feliz de su vida con una sombra de pena, quizá incluso de vergüenza.

En Caná hubo aquella noche dos vinos diferentes. El primero, áspero, peleón, adobado con especias y quizá rebajado con un poco de agua, servía para encender una chispa alegre en las pupilas de los invitados y para engañar al hambre con la risa.

El segundo fue el que nació del milagro, el que entregaron al maestresala los sirvientes cuando la fiesta decaía. Era un vino, denso y ligero al mismo tiempo, sabroso y refrescante, suave al paladar, rico en aromas, capaz de enamorar desde el primer sorbo. Un vino con memoria y sin resaca, una joya inolvidable.

Quizá María quería explicar a los novios que también hay dos tipos de amor. El primero, el de la boda, es un amor impetuoso, entusiasta, un poco ciego. Llega caído del Cielo como un flechazo y se cree eterno. Desde fuera uno lo contempla con simpatía. A todos nos conmueve verlo en los que comienzan su aventura. A ese primer amor lo llamamos enamoramiento, y es precioso, pero termina pronto. Quizá también deja resaca.

Pero hay otro amor que no termina nunca. Es un milagro que Dios crea en el alma si seguimos el consejo que nos dio María en la boda de Caná de Galilea:

—Haced lo que Él os diga.

Los sirvientes fueron llenando de agua —¡hasta arriba!— las seis tinajas de piedra que había en la casa. Dicen que casi seiscientos litros, cántaro a cántaro, sin hacer preguntas, confiando sólo en el mandato de Jesús y en la sonrisa firme de la Señora.

El amor nuevo crece así, acarreando agua, sufriendo un poco, desviviéndose siempre, luchando contra el egoísmo, que es una amenaza constante. Si los enamorados no tienen miedo a la entrega ni a los hijos que Dios les envía, porque saben que son el fruto natural del matrimonio, un regalo divino y nunca "un riesgo" ni un obstáculo para su felicidad, entonces, sólo entonces, recibirán de manos de la Virgen el vino nuevo de Caná, el Amor con mayúscula que nunca termina.

Fuente: Blogspot: “Pensar por libre”