KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

La Asunción de la Virgen María (y nuestro destino)

Autor: 
Manuel Olimón Nolasco
Fuente: 
Kénosis

En muchas catedrales de España e Hispanoamérica encontramos en un lugar distinguido esculturas radiantes de hermosura en las que la Virgen María, envuelta en ropajes de azul intenso que parecen flotar al impulso del viento como velas de una barca, se eleva, mediante sutiles manos angélicas, a un cielo de un azul aún más intenso. Es la representación que conocemos de la Asunción de María, es decir, de una especie de adopción por el Hijo resucitado y glorioso de su Madre como ciudadana de la Patria definitiva. A esta misma Patria estamos convocados quienes, por el Bautismo, hemos sido adoptados como hijos de Dios y miembros de la gran familia liberada del pecado y de la muerte por el Hijo de María.

Entre los cristianos orientales esta realidad lleva otro nombre: la “Dormición” de María, concepto que subraya que ella no fue tocada por la mayor humillación que pueden sufrir los planes humanos y el precio más grande que la humanidad tiene que pagar por el pecado: la muerte. San Pablo lo afirmó de modo rotundo: “El salario del pecado es la muerte”. Los iconos sirios, bizantinos y rusos con este tema son de extrema placidez e invitan a la contemplación, a la experiencia de la cercanía de lo divino: la Virgen descansa en su lecho. Bajo él hay un prado tranquilo y en la parte superior se ve una especie de reverso de las imágenes de María con Jesús niño: el Hijo, adulto y con ropajes reales acoge en su pecho a su Madre como si fuera una niña pequeña. Es la representación visual del efecto último de lo que significó el “sí” que escuchó el enviado divino de labios de la doncella de Nazaret, efecto que tiene fruto para los cristianos de todos los tiempos y de todas partes.

Esa doble línea de tradición cristiana tuvo pérdidas con el tiempo y se convirtió, a pesar de la celebración en muchos pueblos y ciudades del 15 de agosto, en algo lejano y difícil de explicar. En muchas predicaciones hasta hace pocas décadas se acudía a una leyenda tomada de un Evangelio apócrifo (es decir, que no fue aceptado como texto inspirado y por consiguiente no está en la lista definitiva de la Sagrada Escritura) en la que los apóstoles habían llevado a enterrar a María en ausencia de Tomás y al exigir éste una prueba de esa muerte –incrédulo todavía, a pesar de su experiencia de tocar las llagas del cuerpo del Resucitado– abrieron la tumba y en lugar de encontrar un cuerpo, encontraron un jardín profusamente florido.

La “Asunción” en la obra de Sor Juana Inés de la Cruz

Mencioné al comienzo de estas líneas el alto número de imágenes de la Asunción de María que se encuentran en templos hispanoamericanos. Quiero también mencionar que en el momento cumbre de la cultura cristiana en México, se celebró con hermosas composiciones poéticas este misterio de la relación de la Virgen María con su Hijo y con el pueblo rescatado por Él para el servicio de Dios. Sor Juana Inés de la Cruz, cuya calidad poética no necesita presentación, dejó varias preciosas composiciones con este tema, integradas, como era su delicia, en el juego que para referirnos a Cristo y a las realidades por Él inauguradas se da entre el cielo y la tierra y que poéticamente se presenta entre las flores y las estrellas, que son las flores del cielo.

En la Catedral metropolitana de la Ciudad de México, en la fiesta de la Asunción de 1679, se oyeron estos cantos salidos de la pluma de la monja inspirada:

“...Sube la que es del cielo honra, riqueza, corona, luz, hermosura y nobleza, cielo, perfección y gloria.

Flamante ropa la viste, a quien las estrellas bordan, en cuya labor el sol a ningún rayo perdona.

En oposición los astros lucientes tejen corona, que se adornan de sus sienes más que sus sienes adornan.

La luna a sus pies mendiga todo el candor que atesora; y ya sin temer menguantes, plenitud de luces goza.

Perennes fuentes de luces, confusos cuadros de rosas, los ojos y las mejillas, unos manan y otros brotan.

Alado enjambre celeste, ser quiere en volantes tropas, si de sus flores, abejas; de sus llamas, mariposas...

A recibirla salieron las Tres Divinas Personas con los aplausos de quien es Hija, Madre y Esposa.

En fin, el inmenso espacio que Febo luciente dora, todo lo ocupan sus luces, todo lo inundan sus glorias”.

Ojalá este mes de agosto el día de la Asunción sea ocasión de reflexionar sobre la Virgen María como cercana a nosotros y a nuestra vocación de eternidad. Sírvannos de apoyo estas palabras del Vaticano II: “La maternidad de María perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la Patria bienaventurada” (Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 62).