KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

La Catedral de Puebla: ángeles y campanas custodian una ciudad

Autor: 
Manuel Olimón Nolasco
Fuente: 
LFC-Mx

1.Los ángeles trazaron la ciudad

La sede original del obispo fue Tlaxcala, señorío indígena que, apenas comenzada la conquista española y conscientes sus dirigentes de que una alianza con Cortés los liberaría de la continua lucha con los aztecas y de sus dificultades, fueron también quienes primero recibieron el Bautismo y la predicación del Evangelio de labios franciscanos. Fue, por consiguiente, una de las primeras comunidades cristianas en lo que se llamaría Nueva España.

Su primer obispo fue fray Julián Garcés, hombre recio y decidido que no a causa de esas cualidades dejó de ser paternal y asequible con la grey encomendada.

El traslado de su sede a Puebla está relacionado con la fundación de la ciudad que recibiría ese nombre, acontecimiento que se consideró deseado por Dios y revelado en sueños, al modo de las profecías bíblicas al propio fray Julián.

Dejo la palabra a don Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, que a su muerte en 1779 mantuvo inédita su Historia de la fundación de la ciudad de la Puebla de los Ángeles, que sólo pudo ser leída cuando se publicó en 1836. Dice: “Entregado a la quietud del sueño, el señor obispo don Julián Garcés, una noche que asientan haber sido víspera del arcángel san Miguel, en su festividad que celebra la Iglesia el 29 de septiembre, le fue mostrado un hermoso y dilatado campo, por en medio del cual corría un cristalino río y estaba rodeado de otros dos que le ceñían y le circunvalaban, poblado de variedad de yerbas y flores, cuya amenidad fomentaban y entretenían diferentes ojos y manantiales de agua que brotaban esparcidos en todo su terreno, haciéndole entender al Venerable Prelado, que aquel era el lugar que tenía el Señor preparado para la fundación que se pretendía, a cuyo tiempo vio descender de los cielos a él algunos ángeles que, echando los cordeles, planteaban y alineaban la nueva población…

Despertó muy de madrugada y la primera diligencia que hizo fue celebrar el Santo Sacrificio de la Misa con mucha devoción y recogimiento y haciendo llamar después a los religiosos franciscanos que se hallaban en Tlaxcala (entre los cuales fue uno el padre fray Toribio Motolinia, que algunos afirman estaba de guardián) y a otras  personas distinguidas y  de su confianza, así españoles como indios, les refirió el sueño y les dijo que estaba resuelto a salir en persona a reconocer la tierra por si en ella hallaba el sitio que se le había mostrado en el sueño, para cuyo efecto quería que lo acompañasen.

Salió pues, con esta comitiva dirigiéndose, no sin superior impulso hacia la parte del Sur, y habiendo andado como cinco leguas, llegando al paraje en que hoy está la ciudad, suspendió su marcha haciendo un alto en él y tendiendo la vista por uno y otro lado, conocía ser el mismo que se le había manifestado en el sueño y volviendo a los que lo acompañaban les dijo estas palabras: ‘Este es el lugar que me mostró el Señor y donde quiere que se funde la nueva ciudad’.  A todos agradó mucho el sitio y  reflexionadas después todas sus circunstancias, creyeron desde luego que la asignación que de él hizo el Señor Obispo fue por superior ilustración”.

Los ángeles, pues, acompañaron la elección del sitio y habrían de acompañar su historia y, desde luego, la de su catedral.

2. De la modestia al esplendor

Una pequeña iglesia ocupó un lugar cercano al que había de ser definitivo y una modesta construcción precedió a la monumental y magnífica que a su terminación tendría las torres más elevadas de toda Hispanoamérica (70 metros). Su construcción se inició en 1575 y se realizó con lentitud hasta que, llegando a ocupar la sede episcopal el dinámico y controvertido Juan de Palafox y Mendoza en 1640, se aceleraron los trabajos de modo que en abril de 1649 pudo consagrarse con solemnidad litúrgica y alegres fiestas populares.

La idea del prelado, llamado “mecenas entusiasta”, de que Puebla y su Catedral brillaran en esplendor, fue favorecida por la riqueza que el comercio con Asia dejaba en la población que era ya una auténtica joya. La obra arquitectónica de cinco naves y capillas adjuntas, entre la que destaca “el ochavo” que impresiona a cualquiera y la riqueza interior que parece ser un ascua ardiente de oro y colorido con los grandes lienzos de Cristóbal de Villalpando –la “transfiguración y la serpiente de bronce” por encima de cualquiera– y los infinitos detalles que parecen transportarnos a un paisaje celeste, tiene, desde luego, singular grandeza pero a la vez, convoca a la reflexión y el recogimiento. La mejor manera de gozar una visita a esta catedral sería, en acción silenciosa, imaginar que oímos una o varias de las preciosas composiciones del viejo maestro de capilla Juan Gutiérrez de Padilla en alguna solemnidad mariana presidida por Palafox. 

3. Las campanas poblanas

Entre historia y leyenda se forjó la trama de una ciudad y de sus habitantes. Y acerca de las campanas que se encuentran todas en una sola torre, se cuenta que, ya avanzado el siglo XVIII, en treinta días un buen número de hombres fuertes no pudieron subir la más pesada, dedicada a la virgen María. El guardia de las obras soñó que en el silencio nocturno unos ángeles la subían... Al amanecer del día siguiente, escuchó un alegre repique: los ángeles –quizá los mismos que con plomada y cordeles delinearon la traza de la ciudad– habían puesto en su sitio la pesada campana para alegrar los pasos y los corazones de los cristianos y de todos los que pasaran por ahí o las escucharan desde lejos.

La catedral angelopolitana ha visto pasar impávida los siglos. Es testigo de la historia de México: recibió a Iturbide que venía de firmar los Tratados de Córdoba y se dirigía triunfante a  la Ciudad de México con el Ejército Trigarante para hacer efectiva la Independencia; vio pasar junto a los azorados poblanos el ejército invasor estadounidense en 1847; festejó a Maximiliano y a Carlota a su paso... Sigue ahí, silenciosa y en pie, dorada y gloriosa, sincera y humilde, como el pueblo católico mexicano.

Ángeles y campanas, rumores celestes y sonidos armoniosos de esta tierra custodian la ciudad y su gente, la belleza, la historia... y el futuro.

Fuente: Revista La Familia Cristiana, México 2017.