KÉNOSIS

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La fe en Jesucristo: fundamento y vida del creyente

Autor: 
Juan José Sosa
Fuente: 
Kénosis

¿Qué implica ser cristiano? ¿Cuál es el contenido de nuestra fe? ¿En qué se debe notar el hecho de seguir a Cristo? Estas y otras preguntas surgen constantemente en nuestra vida  cristiana. Por eso es indispensable hacer un recorrido sobre la doctrina de la Iglesia en torno a la dimensión de la fe y el compromiso que de ella deriva en los problemas sociales, especialmente en el mundo de los pobres:

¿A qué nos referimos cuando decimos fe cristiana?

La fe cristiana, en concreto, es la adhesión al Dios vivo y, por tanto, es adhesión al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo (Dios uno y trino). Ellos son el contenido central de la fe cristiana.

En efecto, podemos decir que nuestra fe contiene al Dios vivo, a quien conocemos y recibimos en la Iglesia, teniendo como horizonte-esperanza la vida eterna, que es precisamente Dios-con-nosotros.

La fe cristiana como acontecimiento

Para el cristiano, el acontecimiento fundamental de su vida es Jesús, un hombre concreto, histórico, en el que Dios nos comunica la verdad, el camino y la vida definitiva (Jn 14,6).

Ser creyente cristiano es vivir el acontecimiento de Jesús: vivir en plena atención a Él, centro de todas las realidades del hombre, opción fundamental de todas las demás opciones.

Pues por el acontecimiento de la Encarnación, Dios se unió a nuestra condición (en todo igual a nosotros excepto en el pecado: “Él, que era de condición divina, llegó a ser semejante los hombres” Flp 2,6-7). Vivir este acontecimiento es saber que Dios ha entrado en la historia concreta de cada hombre y les ha dado una dimensión nueva.

El creyente que vive esto aprende:

a) A analizar la realidad del hombre concreto para descubrir en ella la tensión pecado-gracia, mentira-verdad, odio-amor, muerte-vida, esclavitud-libertad, frustración-esperanza.

b) A asumir la realidad, como Jesús, metiéndose de lleno en la historia de los pobres y oprimidos: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los pobres son evangelizados” (Lc 7,18-23).

c) A compartir los límites, el sufrimiento y el pecado que oprime a los hombres cercanos, víctimas de la relaciones y estructuras alienantes. No se puede creer en Cristo sin compartir todas estas cosas.

d) A transformar la realidad de pecado y de injusticia. Encarnase no es sólo hacerse uno como los demás. Es, desde una misma historia, realizar un proceso de fraternidad y solidaridad, para realizar entre los hombres y para todos los hombres una apertura y una lucha para el proyecto de Jesús.

Esta fe se vive en la continua tensión entre la muerte (pecado, injusticia) y la vida (libertad, fraternidad, justicia). La fe no es adhesión a verdades abstractas y teóricas, sino opción por la Pascua de Jesús. Y vivir la Pascua de Jesús supone realizar progresivamente la cruz, muerte y resurrección de Jesús en nuestra vida personal, laboral, familiar y social, con la luz, fuerza e impulso del Espíritu Santo.

La fe cristiana como celebración

Pero el acontecimiento de Jesús también se vive celebrándolo. Celebración que se hace anuncio y realización del Reino en el aquí y ahora entre los hombres. Mediante los ritos de fe (los sacramentos) nos unimos más como hermanos y compartimos la fraternidad y solidaridad de nuestra historia común.

Por ejemplo, la vivencia de la Pascua de Jesús en la Eucaristía no termina en el rito-culto, sino en la historia: en la calle, en el trabajo, en la lucha por la justicia, en las opciones liberadoras, en la promoción del pobre, como lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “Para recibir en la verdad el cuerpo y la sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos” (CEC 1327).

La fe cristiana es un proyecto liberador

El cristiano vive en clave de libertad, porque Cristo rompió todas las cadenas, incluso las de la muerte: “Cristo nos liberó para que fuéramos libres” (Gál 5,1). El hombre que ha optado por vivir el acontecimiento de Jesús y celebrarlo en su historia personal y social, ha optado seriamente por vivir todas las realidades desde las exigencias del amor y la libertad.

Este amor por los hombres tiene que tender a ser eficaz, a realizar un servicio liberador que dé respuestas a las verdaderas necesidades de los hombres, aquí y ahora. Por eso, no va con la libertad del cristiano ceder a las tentaciones del tener, del poder y del goce desmedido (cfr. Lc 4,1-14).

Vivir este proyecto liberador nos exigen unas actitudes fundamentales:

a) La preocupación preferencial por los pobres: los necesitados, los débiles, los marginados (Lc 7,22; CA 57).

b) El deseo de la verdad y el bien: Jesús puso de manifiesto que la falsedad es incompatible en la vida del que busca la verdad del Reino de Dios (Mt 6,1-18; 23,1-39).

c) La denuncia de las injusticias y la promoción de la justicia: Jesús tuvo que enfrentarse al fanatismo, a la intolerancia, al fatalismo, para presentar la justicia del Reino de Dios.

d) El amor a todos los hombres, sin condiciones ni discriminaciones: Jesús, por amor, se acercó a los pobres; por amor, defendió la igualdad y la justicia. Por eso, cuando le preguntaron sobre lo más importante en la vida, respondió: “Amar a Dios y al prójimo” (Mt 22,34-40).

La fe cristiana es una opción comunitaria

La fe que recibimos es la fe comunitaria de la experiencia de los Doce discípulos de Jesús, testigos de la resurrección de su Maestro, confirmados por la acción del Espíritu Santo.

Nuestra fe viene de la palabra que nos transmitió aquella comunidad primitiva y nos inserta en la celebración del acontecimiento de Cristo. No hay fe en Cristo sin incorporación a la comunidad de la Iglesia. Porque la Iglesia es una comunidad de hermanos (Hch 2,44; 4,30).

Por eso, la Iglesia no es sólo institución, organización, normas, autoridad… la Iglesia es Pueblo de Dios, cuya historia radica en vivir bajo la acción del Espíritu Santo, bajo las palabras y los gestos de Jesús, que vino no para ser servido sino para servir. La Iglesia, por tanto, es también una comunidad de servidores (1Cor 12,4-31).

Llamados a proclamar la fe

El cristiano, por tanto, está llamado a proclamar su fe, y se compromete éticamente a convertir las situaciones de injusticia en experiencias históricas de igualdad, solidaridad, justicia, verdad y paz. Todo ello emana de la fe en Jesucristo.

Por eso, el cristiano debe orientarse a partir de los valores y criterios coherentes con el Reino de Dios: fraternidad, solidaridad, cooperación, convivencia, amistad, comunión, igualdad de oportunidades, respeto mutuo, bien común, familia, amor…