KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

La mano inescrutable de Dios en el fenómeno migratorio (Gén 45,5.7)

Autor: 
Konrad Schaefer
Fuente: 
VP-Mx

La Biblia recuerda la historia y plasma el pronóstico de la migración. Por un lado, se atesora a lo largo del texto ejemplos de individuos y del pueblo migratorio; por otro, el texto sagrado narra el programa de un pueblo que pretende trasladarse desde la constitución de la sociedad temporal hacia su plenitud en el Reino de Dios. La primera es una migración que se traza en el mapa geográfico; la segunda se proyecta en la vida teologal, arraigada en las agendas y actividades del mundo limitado por la muerte, y la trasferencia hacia la vida fundada en la resurrección de Jesús y la eternidad. 

En el Antiguo Testamento 

En cuanto a la migración en el mundo presente, la Biblia recuerda a Caín, sentenciado a vivir como migrante después de su fratricidio; Abrán –conocido más tarde como Abrahán– y su esposa Saray (Sara) migraron desde Ur de los caldeos hasta Jarán, y luego hacia Canaán donde vivían sin domicilio estable, hasta que, con la muerte de Sara, se estableció como emigrante residente en la región de Hebrón (Gén 23), con la compra de un terreno donde sepultó a su mujer. Desde ahí mandó a su tierra nativa a conseguir a una esposa para su hijo. Siguiendo la historia del Génesis, algo parecido sucedió para la próxima generación. Jacob volvió a la tierra de su abuelo materno, se casó y, después de muchos años en aquella región desde donde migró su abuelo, Jacob migró con su familia numerosa hasta Canaán. El autor del Génesis narra que dos de sus hijos, Judá y José, vivieron en tierra extranjera. En el Éxodo Moisés, educado en la corte del faraón en Egipto, se refugió en Madián, y luego vivió como migrante en el desierto del Sinaí. Los libros de Rut, Esdras y Nehemías, Ester y Daniel tienen como memoria y argumento la migración y la integración del pueblo judío en la sociedad de adopción.

Una parte del pueblo de Judá, después de una crisis política y el destierro de su ciudad y tierra nativa, se instaló y se adaptó a la cultura de Babilonia, y cuando llegó el permiso de volver a su patrimonio en Judea, después de unas generaciones de vivir lejos de su patrimonio, los descendientes de los expatriados se resistían a volver a la patria. Al mismo tiempo, la clave para Crónicas y los profetas posteriores del exilio aclaran que el propósito del plan de Dios es la creación de una casa del Señor hacia la cual todas las naciones fluirán: “Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor, sobresaliendo entre los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones” (Is 2,2).

En el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento se presenta a la familia del niño Jesús que emigró a Egipto por la amenaza de un político y luego, por el peligro del nuevo rey, se mudó a Galilea en el norte. Jesús mismo se identifica como migrante al responder a la pregunta sobre dónde vive: “Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mt 8,20). Después de la resurrección, gracias al fenómeno de la migración, el Evangelio se extendió por todas partes del mundo mediterráneo, y Aquila, nativo del Ponto, y Priscila (o Prisca), socios comerciales de Pablo, se encuentran en varias comunidades (Roma, Corinto y Éfeso) del mundo mediterráneo oriental (Hch 18,2. 18. 26; Rm 16,3; 1Cor 16,19; 2Tim 4,19).

La migración en nuestros días

El siglo veintiuno es complejo en cuanto al movimiento de pueblos; en una escala masiva las fronteras de muchos países ceden ante la llegada de inmigrantes o refugiados, hecho que crea tensión y agitación en las poblaciones de origen y de llegada. Además de los beneficios que trae la migración, ésta desafía a la población de acogida, que suele percibir la presencia de los inmigrantes como una amenaza, en parte debido a la pérdida de control, el status político poco formal de los inmigrantes y el retraso de su integración en la sociedad de acogida. Varios factores alteran la seguridad y la confianza de la sociedad de acogida. Inquieta el estado incierto legal y las intenciones de los inmigrantes, particularmente cuando la población anfitriona se da cuenta de que los inmigrantes se instalan de un modo permanente. Aumenta la complejidad el hecho que a menudo la población aprovecha e incluso depende de la utilidad económica de los inmigrantes. Complica la comprensión del fenómeno migratorio el hecho de que a menudo la primera generación de inmigrantes tiene sus pies plantados en ambos lados de la frontera. En el caso de la migración de los países del sur a los Estados Unidos, por ejemplo, sus hijos, que asisten a las escuelas y universidades, hablan inglés y, como ciudadanos, están decididos a integrarse en la sociedad donde sus padres siempre serán considerados forasteros.

La migración siempre ha sido una realidad en las Américas, como lo ha sido en todo el mundo. De la inmigración de otras culturas siempre resultaban el mestizaje entre diversos grupos, así como el rechazo o la resistencia de varias etnias, tanto de inmigrantes como de la población nacional. Por la posición geográfica de México y debido a motivos sociales, económicos, climatológicos, culturales y de tránsito, se da la permanencia de extranjeros en varias partes del país. 

Hoy la creciente facilidad de movilidad, las presiones del hambre, la sequía, la pobreza, conflictos políticos y la búsqueda de mejores condiciones de vida repercuten en la presencia creciente de inmigrantes en muchos países. La asimilación nunca ha sido fácil. La forma en que las personas se refieren a esta afluencia de personas –migrantes, extraños, extranjeros, refugiados e incluso intrusos– ilustra el desafío de su incorporación pacífica o a veces conflictiva dentro de la sociedad. Los migrantes han estado en nuestros vecindarios durante generaciones, pero muchos de ellos, incluso residentes y ciudadanos naturalizados e incorporados en las estructuras laborales, educativas y eclesiales, siguen sufriendo el estigma del huésped, extraño y extranjero.

En la actualidad, el desafío de la integración de lo que se considera extranjero ha contribuido al resurgimiento de nacionalismos y racismos que intentan definir y cerrar fronteras, tanto geográficas como culturales, para evitar la llegada de los “diferentes” y “extraños” que podrían trastornar el status quo, pues, en varias dimensiones de la vida –religiosa, ideológica– los migrantes se resisten renunciar a su identidad y costumbres étnicas. En las parroquias y comunidades eclesiales, el advenimiento de diversas expresiones culturales y religiosas a menudo se considera contrario a las costumbres devocionales en la cultura dominante, y los migrantes son fichados, menospreciados y a menudo ridiculizados o rechazados. Otro factor es que un grupo étnico tiende a moverse, aglomerarse, invitar y facilitar el aumento de la migración, incluso cuando de los enlaces de sangre e identidad surge el imperativo moral de ayudar a las familias de la región nativa para aliviar las dificultades y carencias.

En el mundo de hoy los países económicamente fuertes se encuentran desconcertados por la llegada cada vez mayor de inmigrantes que no sólo aspiran a mejores condiciones de vida, sino que también se instalan en plan de integrarse, tanto económica como legalmente, a pesar de que las barreras ideológicas y lingüísticas impiden que esto suceda con facilidad. El desafío cultural es más acuciante y delicado, porque la sangre que se nutre y transfunde a través de las costumbres, la dieta, la música y el folclore a menudo fluye por las venas como una ley de gravedad hacia la afinidad de origen, y esto puede causar en el inmigrante una crisis de identidad: aun cuando los migrantes no están dispuestos a abandonar sus orígenes, tienen el reto de asimilar las condiciones culturales de la sociedad de acogida.

Hoy en día muchas regiones en Europa occidental y varias partes de América enfrentan el desafío de la integración entre el anfitrión y las culturas de inmigrantes. Lo que se experimenta en varios países también es evidente en el libro del Génesis. El ciclo de José en el Génesis es la historia de una familia fracturada, sujeta a factores que hacen necesaria la emigración de su región nativa. El primer acto de la saga de José (Génesis, capítulos 37 y 39) narra la división familiar y cómo, por accidente o por destino, un hermano se transfiere a Egipto, donde lucha por su lugar en la sociedad extranjera, donde es promovido y logra cierta promoción en la sociedad, pero sufre discriminación, es víctima de acoso sexual, es acusado de un crimen, presumido culpable y sentenciado a prisión. Después de su liberación, vuelve a asumir responsabilidades, pero sigue siendo tildado de hebreo, por lo que no puede aspirar a un estatus social igual al de sus patrones egipcios.

El segundo acto en la saga de José (Gén 41,53-44,34) relata cómo, debido a la hambruna en la región, sus medios hermanos cruzan la frontera egipcia para comprar comida. Han pasado años desde que vendieron a José a los madianitas, y una vez en presencia de su hermano perdido hace mucho tiempo, ahora un oficial extranjero, sus hermanos no lo reconocen pues se les dirige a través de un intérprete (Gén 42,23).

El tercer acto (45,1-15; véase 50,15-26) relaciona la autorrevelación de José con sus hermanos y la reconciliación familiar. En esta parte el autor del Génesis formula el argumento teológico de la migración, es decir, en las palabras de José, “para preservar la vida me envió Dios delante de vosotros” (45,5).

En un cuarto acto (45,16-46,27), aún motivado por la hambruna en la región, el faraón acoge a pueblos vecinos, pero se opone a su integración en la sociedad egipcia. Instala a la familia de José en Gosén, región fértil al margen de la sociedad egipcia. Se observa que los egipcios detestan a los pastores (46,34), su ocupación. Toda la familia se instala, son beneficiarios de su medio hermano, un oficial de alto rango en el gobierno, y reciben la bendición de Jacob (46,28-49,33).

¿Cómo son vistos los emigrantes por su cultura nativa?

En una cultura donde la familia representa el bien común y proporciona seguridad, la emigración es menospreciada. En algunos círculos, dejar el lugar de nacimiento, el hogar y la familia se considera una inconformidad; separarse de la familia, abandonar el patrimonio y el destino común puede verse como una afrenta a los que se quedaron en casa. Además, en culturas que comparten un índice alto de identidad grupal y solidaridad, alejarse expone al individuo al riesgo de la pérdida de la propia identidad. Este fue el caso con los hebreos.

En la saga de José en el Génesis (capítulos 37-50) el narrador aclara que José no se separó por su propia decisión, sino las circunstancias adversas causaron su partida. José era la excepción entre sus medios hermanos, en parte debido al favoritismo de su padre por el hijo de su amada esposa Raquel y en parte por su pretensión – recuérdese la interpretación de sus sueños (Gen 37,8. 10-11. 19) –. Había recibido ropa distintiva (37,3-4), y estaba exento del oficio familiar. Mientras sus hermanos estaban pastando el rebaño, se quedó en casa. Finalmente, cuando sus medios hermanos conspiraron para matarlo (37,18-20), terminaron vendiéndolo a mercaderes que lo llevaron a Egipto donde lo vendieron a Putifar, el ministro del faraón (37,28. 36).

Varios años pasaron antes de que José se encontrara con sus hermanos, esta vez en Egipto. A medida que la historia evoluciona, los hermanos le demuestran que su crimen todavía les pesaba, pero al encontrarse con ellos por segunda vez, José insiste en que no ocupa su puesto actual en el extranjero porque sus hermanos lo vendieron, sino porque Dios lo planeó de esa manera: “Dios me envió por delante para que puedan sobrevivir en este país, para conservar la vida a muchos supervivientes” (45,7). Según la apreciación del teólogo que narra la historia, detrás de las escenas la mano providencial de Dios se movía en situaciones difíciles por el bien de las vidas de las personas. Además, su visión sugiere una opción para abordar ciertas condiciones en torno a la inmigración en la actualidad.

Características de la existencia del migrante

El Génesis recalca algunas características de la vida del migrante. En su lugar de origen, antes del desplazamiento de la familia, se destaca el desacuerdo entre los hermanos. El narrador enfatiza que los medios hermanos rechazaban a José hasta negarse a saludarlo (37,4). Más tarde, el avance del migrante que había luchado por sobrevivir en un ambiente adverso será el escenario de la reconciliación familiar. Los incidentes desagradables marcan la experiencia de José: el insistente acoso sexual de la esposa de su jefe, la acusación falsa y el juicio apresurado sin una defensa (39,7-20), el encarcelamiento (39,20-41,14). Es significativo que mientras estaba en el calabozo se borró de la memoria egipcia, pero se quedó dolorosamente presente en la memoria familiar.

Después de varios años, el hambre en la región ocasiona la migración de la familia de José, la cual fue a Egipto a comprar alimentos. El narrador informa (41,54-42,2):

… comenzaron los siete años de hambre, como había anunciado José. Hubo hambre en todas las regiones, y sólo en Egipto había pan . . . Todo el mundo venía a Egipto, a comprar grano a José, porque el hambre arreciaba en todas partes. Al enterarse Jacob de que en Egipto había grano, dijo a sus hijos . . . He oído que hay grano en Egipto: Vayan allá y compren algo de grano para nosotros. Así viviremos y no moriremos. 

Después de las dos visitas y de comprobar su arrepentimiento, José recibe con afecto a sus hermanos, con sus familias y su padre. La historia concluye con una breve noticia pesimista: “Subió al trono en Egipto un nuevo faraón que no había conocido a José” (Éx 1,8). Egipto había acomodado una inmigración masiva de países que carecían de alimentos, pero un cambio de gobierno traía consigo un giro de política con respecto a la ola de inmigrantes indocumentados y recién llegados que constituyeron el brazo fuerte de la mano de obra dura del país.

El bienestar de los descendientes de los inmigrantes no estaba garantizado; su subsistencia era vulnerable ya que dependían de la simpatía oficial de un gobierno que desconfiaba de ellos. A la precariedad del estatus del inmigrante, el autor agrega dos detalles que reflejan la aversión prevaleciente a la coexistencia pacífica: “los egipcios no pueden comer con los hebreos: sería abominable para los egipcios” y “los egipcios consideran impuros a los pastores” (43,32; 46,34), observaciones que reflejan la incompatibilidad entre los egipcios nativos y los extranjeros viviendo en su país.

El teólogo justifica la migración

En el segundo viaje de sus hermanos a Egipto, cuando José les revela su identidad, el narrador aplica una interpretación teológica a la compleja historia familiar. “Pero ahora no se aflijan ni les pese haberme vendido aquí; porque para salvar vidas me envió Dios por delante” (Gén 45,5). El texto está redactado con esmero. La comercialización de su hermano –“pese haberme vendido aquí”– es el hecho empírico; “me envió Dios por delante” es la interpretación teológica que define la “misión”; la frase “delante” ubica la historia bajo la rúbrica de la voluntad divina que es “para salvar vidas”. Resulta una inesperada confesión de fe y una formulación del interés teológico de la historia de José. A pesar del abuso familiar y la traición, la migración forzada y la larga separación, con una mirada de fe José percibió la mano de Dios atrás de todo lo sucedido; el narrador atestigua la bondad y la presencia de Dios en medio de las crisis y los desafíos en la vida (vv. 5-9).

Dios transformó los efectos del crimen de la venta de un ser humano en benéficos: “para salvar vidas me envió Dios por delante” (v. 5b). En lugar de enfocarse en el acto delincuente, el autor reconoce la mano de Dios en los asuntos oscuros. José tiene todo el derecho de culpar a sus hermanos por haberlo vendido, pero su fe le dice que no lo haga, con el resultado que transforma el pecado en un beneficio y una gracia en el plan divino. Los hermanos actuaron con malas intenciones; sin embargo, oculta detrás de todo había estado la divina providencia que convertía las obras humanas en algo bueno. Después de la muerte de su padre, José reiterará esta convicción (50,20): “Ustedes intentaron hacerme mal, Dios intentaba convertirlo en bien, conservando así la vida a una multitud”, cuando alega que Dios es el instrumento de su supervivencia. Cuando joven, José soñó con el futuro de la familia, y más tarde en Egipto actuó como intérprete de los sueños de otras personas; ahora interpreta el pasado como una opción a favor de la vida en lugar de la muerte, e interpreta los eventos con una fe que va más allá de la evidencia.

En este texto el teólogo del Génesis expone una justificación teológica para la migración. En la reunión familiar la causa material de su llegada a Egipto, el odio de los hermanos, es interpretada como una misión de Dios: “Dios me envió por delante para que puedan sobrevivir en este país, para conservar la vida a muchos supervivientes” (45,7). Todo lo que sucedió en Egipto se atribuye a Dios (Gén 45,5. 7. 8). Al final, se reitera esta postura teológica: “Ustedes intentaron hacerme mal, Dios intentaba convertirlo en bien, conservando así la vida a una multitud, como somos hoy” (50,20). Aunque los hermanos de José querían deshacerse de él, Dios usó la maldad para conservar la familia de Jacob, salvar a Egipto y preparar el camino para el pacto y el nacimiento de la nación de Israel. El plan divino no cambia debido a lo que hacen los seres humanos. José interpreta las malas intenciones de su hermano como parte del plan de Dios para la salvación.

Los nombres de los hijos de José sostienen este esquema de la teología de la migración. El texto dice: “Al primogénito lo llamó Manasés, diciendo: Dios me ha hecho olvidar mis trabajos y la casa paterna. Al segundo lo llamó Efraín, diciendo: Dios me ha hecho crecer en la tierra de mi aflicción” (41,51-52). Más tarde, la bendición y adopción de los nietos por parte de Jacob justifica la estadía de José en tierra extranjera (48,8-22; ver vv. 15-16).

El lector se sorprende por la insistencia de un faraón en facilitar la migración de la familia (45,16-24), por lo que este faraón les ofrece (47,5-6) y en el detalle del faraón que recibe la bendición de Jacob (47,7 -10). Pero la política y el criterio cambian, y un nuevo rey subirá al poder en Egipto, alguien que hará todo lo que esté a su alcance para controlar el aumento de la población extranjera (Éx 1,8-10).

El significado actual

Las afirmaciones teológicas son discretas, pero la narración tiene una intención singular. El teólogo del Génesis declara que los propósitos de Dios obran de manera misteriosa en las contingencias de la historia, que el diseño de Dios es confiable y se lleva a cabo. Dios no se impone ni se inmiscuye en la acción humana, sino que permite un espacio amplio para la libertad y bendice el resultado. El punto principal es que Dios trabaja entre bastidores, sin ser limitado por las actitudes o acciones humanas. En el mundo actual que duda de la eficacia de Dios, esta historia ofrece una visión positiva de su plan en los acontecimientos. Ni los hermanos ni siquiera José están conscientes hasta el final del alcance de la mano de Dios en la historia familiar y su migración.

Frente a la indignidad del desarraigo, de las desgracias y las injusticias sufridas por los migrantes, la separación y aparente pérdida de los lazos familiares, la amenaza de detención y deportación, la privación de los derechos y la dignidad y la discriminación, el teólogo sostiene que Dios sigue transformando la angustia y la lucha de la migración en bendición, tanto para la gente que queda en tierra natal como para la sociedad que recibe al migrante; de alguna manera el sufrimiento y los contratiempos se convierten en una bendición. Al mismo tiempo, el teólogo nos invita a interpretar los propios desafíos y el dolor, con la vista puesta en la vida que genera el desarraigo y el traslado a otro país.

En la saga de José el migrante fue idealizado. El autor recalca que José es un hombre cabal, fiel a sus principios y valores familiares. Es cierto que fue separado de sus raíces, pero se reunió con su familia e incluso los ayudó a encontrar una vida nueva; expuesto a injusticias y costumbres extranjeras, se mantuvo firme a sus principios. Dios nunca lo abandonó sino que lo ayudó a tal grado que se convirtió en una bendición para su pueblo e incluso para los egipcios. Si José no hubiera estado en Egipto, todos, parientes en casa y egipcios en el extranjero, habrían obtenido un resultado distinto.

Para aplicar esta reflexión sobre “José el migrante”, como es presentado en el Génesis, concluimos que la emigración puede resultar en una bendición para aquellos que permanecen en su tierra natal y la inmigración puede verse como una bendición para la sociedad de acogida. Además, en culturas en las que el abandono de la patria se considera negativo, el ciclo de José aprueba a los emigrantes a través de los cuales Dios bendice a todos sin excepción.

Acerca del autor: Konrad Schaefer es sacerdote de la Orden de San Benito, monje y prior del monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, Cuernavaca; S.S.L. del Pontificio Instituto Bíblico, Roma (1984); Doctor de Sagrada Escritura de la École Biblique, Jerusalén (1993). Profesor estable en la UPM y coordinador de la sección de Teología bíblica. Además, es autor de varias obras como: Psalms (Berit Olam; The Liturgical Press 2001); Salmos Cantar de los CantaresLamentaciones (Verbo Divino 2005); Profetas menores y Daniel (Verbo Divino 2014); Evangelio. Palabra de vida. Ciclo B (comentarios de cada día, Ediciones Paulinas, Bogotá 2018) y de artículos en varios revistas.