KÉNOSIS

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La oración en las Sagradas Escrituras 

Autor: 
Ma. de los Ángeles Ituarte
Fuente: 
VP-Mx

El Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Ciertamente todos sentimos en el corazón, en diversos momentos de nuestra vida, esa invitación a dialogar con Dios; Él nos llama a este encuentro, toma la iniciativa y nos invita en forma íntima y personal; es nuestra la decisión de responder y de buscar ese momento, ese espacio de tiempo para comunicarnos con Él. Es una gracia, un don del Espíritu Santo el poder hacerlo; poder penetrar en nuestro interior y dirigirnos de “tú a tú” a quien nos ama entrañablemente y está atento a nuestra plegaria.

Sentimos el deseo de elevar el alma a Dios; sin embargo, la agitación de la vida, las prisas, las distracciones y los deberes urgentes nos hacen olvidar ese anhelo y lo relegamos para un “tiempo oportuno” que con frecuencia nunca llega… Entonces hacemos a un lado el llamado al diálogo con nuestro Padre Dios. El ejercicio de leer la Palabra de Dios en la Biblia, estudiarla, reflexionarla y guardarla en el corazón, como el Evangelio de san Lucas (Lc 2,51) nos dice que lo hacía la Virgen María, “mujer del silencio y de la escucha”, hace que la oración surja de forma espontánea.

Dejar que el alma penetre en la Sagrada Escritura acrecienta la fe, robustece la esperanza y hace madurar el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Su lectura asidua y la actitud de escucha en el corazón disponen a la persona para entablar un diálogo con Dios y responder a “la voz del Padre, que está en los cielos, que se dirige a sus hijos y conversa con ellos”. La lectura orante de la Biblia nos conduce a la contemplación de los misterios de Dios, a percibir su amor y a gozar de su presencia entre nosotros como preludio del gozo eterno que ha prometido a quienes lo amen y cumplan sus mandamientos.

En la Antigua Alianza, como en el Nuevo Testamento, la Biblia nos presenta numerosos ejemplos de esa forma humana de comunicarse con Dios: la oración. La lectura meditada de la Palabra de Dios en la Biblia, en especial cuando se acude a los textos que son inspirados por el Espíritu Santo, tiene como finalidad invitarnos a orar, nos conduce a la acción de gracias espontánea por las manifestaciones del amor de Dios, a la petición de ayuda, a la búsqueda de consuelo, a la alabanza del Creador y al reconocimiento de nuestra pequeñez como criaturas, con la gran dignidad de podernos llamar hijos suyos, pues en realidad lo somos, como afirma san Pablo.

En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con Él. La oración acompaña toda la historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el hombre” (núm. 2591). Dios nos ama como a sus hijos dilectos, nosotros podemos llamarle “papá” y hablar con Él en nuestro propio lenguaje, inspirados en su Palabra.

Orar es…

Algunas veces pensamos que orar es repetir ciertas fórmulas, memorizadas con frecuencia desde la infancia, mismas que son valiosas si encontramos el sentido de las palabras y las dirigimos a Dios con devoción y respeto. Pero orar va mucho más allá, es hablar con Dios en la intimidad del silencio, dispuestos a escuchar su Palabra.

San Juan Pablo II decía que orar no sólo significa que podemos decirle a Dios todo lo que nos agobia. También es callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir. La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime, lo que nos avergüenza, lo que por naturaleza nos separa de Dios. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.

La Sagrada Escritura, leída y meditada, es una base sólida para escuchar a Dios que nos habla, pero también para comunicarle nuestro amor y nuestra admiración por su obra creadora; para darle gracias por sus dones, pedirle perdón por nuestras faltas y exponerle nuestras necesidades con la confianza del Hijo que se sabe amado por el Padre. Por medio de su Palabra, dice san Juan Crisóstomo, Dios habla al hombre a través de palabras, mentales o vocales, y nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquel a quien hablamos en la oración. Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas.

La Iglesia recomienda insistentemente a todos sus files la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo y además nos pide que dicha lectura esté acompañada de la oración para que se entable el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras (Cfr. DV 25). La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior, sino que es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración, también es necesario aprender a orar, pues el Espíritu Santo es quien suscita en nosotros el deseo y la necesidad de hacerlo; pero, al mismo tiempo, quien nos inspira y nos ayuda en el diálogo con Dios.

La oración es un diálogo con nuestro Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo; un diálogo confiado de parte de quien ha logrado establecer una amistad con Dios, a través de escuchar su Palabra y de hacer su voluntad con sencillez. Para ello se requiere de un trato constante que se vuelva intimidad por la presencia de Dios en el alma y el deseo de hacerse presente ante Él. 

En otras palabras, orar es entrar en intimidad con Dios; es tener un diálogo de amor con el Señor. No se puede ser santo si no hay una comunicación frecuente y profunda con el que es santo. La oración, por tanto, es una gracia, un don gratuito de Dios que invita, pero también un encuentro que supera el orden natural, porque surge de la experiencia profundamente espiritual de la persona human en el terreno de la fe, la esperanza y el amor; es una experiencia sobrenatural.

San Juan Pablo II consideraba que orar es establecer una conversación y como en toda conversación siempre hay un “yo” y un “tú”. En el caso de la oración, el “tú” es lo más importante “porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios” y recomendaba que procuráramos hacer un poco de silencio en nuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con fervor… pues estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y los pensamientos elevados encuentran obstáculos que deben cualificar la existencia del hombre.

La oración se consigue en el silencio del corazón, buscando intencionalmente el encuentro con Dios, ya que como decía la Madre Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración”. De ahí que se requiera acallar todo lo que nos distrae y nos aparta para lograr un mejor fruto, así como disponer el corazón al diálogo con el Señor.

Tipos de oración

El Catecismo de la Iglesia Católica titula su cuarta parte “La oración cristiana”. De ahí hemos tomado algunas ideas sobre las “formas de oración”. El Espíritu Santo, que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de gracias y alabanza. Dado que Dios bendice al hombre, su corazón puede bendecir, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición. 

La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera. La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos. Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser materia de la acción de gracias, que, participando en las mismas vivencias de Cristo, puede llenar toda la vida: “En todo den gracias a Dios” (1Tes 5,18). La oración de alabanza totalmente desinteresada se dirige a Dios; canta para él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho, sino porque él es.

Existen también distintas formas de orar: la oración vocal y la oración interior. La primera es la oración por excelencia de multitudes, ya que es exterior y plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquel a quien hablamos. Entonces la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa. La tradición cristiana menciona tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las tres tiene en común el recogimiento del corazón.

La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana, asocia el cuerpo con la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el Padre Nuestro a sus discípulos. La meditación es una búsqueda orante que hace intervenir el pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, la cual es confrontada con la realidad de nuestra vida. La oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de su misterio.

Otros medios para hacer oración

El canto también es una forma de oración, pues “el que canta ora dos veces”. Hablaremos de ello en el tema de los salmos, pues son oraciones muy antiguas destinadas a la alabanza de Dios mediante la música y el canto. “La fe expresada particularmente con textos y alusiones bíblicas también debe ser cantada como un himno jubiloso que sube y llega hasta el trono de Dios”. Otros cantos se convierten en oraciones cuando ofrecen un fuerte contenido de fe, ya que cuando la fe y la vida espiritual se cantan con entusiasmo y con júbilo, llevan consigo una oración de acción de gracias al Creador, pues de Él procede todo lo que es bueno, hermoso, agradable y santo.

De la misma manera que la música y el canto nos ayudan a elevar el alma a Dios, las imágenes nos acercan a la contemplación de Cristo, “imagen visible de Dios invisible”, como tan hermosamente lo describe san Pablo (Cfr. Col 1,15). Hemos hablado de la meditación o contemplación de la Palabra leída en la Biblia, o escuchada en las celebraciones litúrgicas, y de otras formas de oración. Así como con el canto, también se puede orar en el Espíritu de forma sencilla, cargada de silencio y de contemplación, con la ayuda de las imágenes.

Desde los primeros tiempos, la Iglesia promovió la oración ante las imágenes que recordaban la presencia de Cristo y hoy son un elemento no sólo decorativo en las iglesias y en los hogares, sino una motivación para orar. En las Iglesias orientales, los íconos, imágenes que cada día son más comprendidas y veneradas en Occidente, impulsaron a los fieles a la oración; pero también hoy, gracias a su sencilla presencia, nos invitan a entablar un diálogo con Dios, con la virgen o con los santos.

La oración ante las imágenes nos ayuda a concentrarnos y a buscar ese encuentro con Dios que se cristaliza en el acto de orar. Numerosos santos y santas se inspiraron en las imágenes de Cristo o de la Virgen para llegar a la contemplación del misterio de Dios y al diálogo con Él. Santa Teresa de Jesús (Ávila) afirma en el libro de su vida que aprendió a descubrir la presencia de Dios en las imágenes, a mirar que “Dios nos mira con amor” y a devolverle en la oración esa mirada de amor. Santa Faustina describió cómo debía ser la imagen en que el Señor Jesús mostraría su misericordia y querría ser invocado con confianza. La misma Virgen nos dejó su imagen plasmada en el lienzo santo para que al verla la invoquemos y la imitemos en su actitud orante; para entregarnos a su Hijo y que a través de ella lo encontremos a Él.

En la santa Misa y en el Oficio Divino, la imagen de Cristo crucificado preside la celebración como para recordarnos aquello que escucharemos en su Palabra y que ofreceremos en el sacrificio; todo esto por medio de una forma plástica que penetra en nuestro interior a través de la vista para elevar nuestra oración a Dios. Músicos, artistas plásticos y arquitectos, es decir, los creadores de obras religiosas, se han inspirado con frecuencia en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia para la realización de sus obras, destinadas a elevar los corazones de quienes escuchan la música o contemplan las imágenes y esculturas, pero también a motivar la oración mediante el recuerdo de los grandes misterios de nuestra salvación.

De hecho, en sus orígenes, las imágenes fueron “la Biblia” para quienes no sabían leer o no tenían acceso a la lectura directa de los textos sagrados, por lo que se convirtieron en un medio privilegiado para invitar a la oración.

Moisés, modelo de oración

Muchas son las ocasiones y las figuras que nos muestran el camino de la oración en la Sagrada Escritura durante la Antigua Alianza. Los motivos de las plegarias son diversos, pero el testimonio de Dios que escucha es siempre ocasión de alegría profunda para quien ora con confianza en Él.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en su numeral 2574 que cuando comienza a realizarse la promesa (Pascua, éxodo, entrega de la Ley y conclusión de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en “el único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1Tim 2,5).

La Sagrada Escritura, en el segundo libro del Pentateuco, el Éxodo, corazón del Antiguo Testamento, habla de Dios que se acerca al hombre: El Señor pasó ante Moisés proclamando ser paciente, misericordioso y fiel (Éx 34,6). Moisés se inclinó y le dijo: si gozo de tu favor, venga mi Señor con nosotros, aunque seamos un pueblo testarudo; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya (Éx 34,8-9). Pues bien, Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (Éx 33,11).

La oración de Moisés es típica de la oración contemplativa y gracias a ella el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés “habla” con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña para escucharle e implorarle, bajando hacia su pueblo para transmitirle las palabras de su Dios y guiarlo. “Él es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él, abiertamente” (Núm 12,7-8), porque “Moisés era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la faz de la tierra” (Núm 12,3).

Ciertamente, Moisés es el modelo de una oración humilde, pues acepta los atributos de Dios y las miserias personales; reconoce al pueblo que representa como pecador que necesita de la misericordia de Dios, pide perdón e intercede por él, pero al mismo tiempo es consciente de su pertenencia al Señor. El autor del libro de la Sabiduría hace eco de esa plegaria siglos después.

Jesús, maestro de oración

El Espíritu Santo es el autor de la oración cristiana porque estimula esta actividad. Es Él quien engendra la necesidad y el deseo de obedecer el consejo de Cristo, especialmente para la hora de la tentación: “Velen y oren… que el espíritu está pronto pero la carne es débil”. Algunas veces no sabemos cómo orar. Jesús nos da ejemplo de cómo dirigirnos al Padre, pues él mismo oró y los Evangelios dan testimonio de que a pesar de las jornadas agotadoras buscaba un lugar solitario para “hablar” con su Padre. Cuando había que tomar decisiones como la elección de los doce apóstoles, cuenta el Evangelio que pasó la noche en oración.

Estaba acostumbrado a orar con frecuencia, “oren para no caer en la tentación” (Cfr. Lc 22,39.-40). Ésa era la recomendación que más de una vez hizo a sus discípulos; pero en esa ocasión, en el momento en que iba a ser entregado, sus palabras se perciben apremiantes, como si previera los momentos difíciles que se acercaban.

María, la madre de Jesús, desde las primeras páginas del Evangelio de san Lucas, expresa confiada su alabanza con el Magnificat, que recuerda las antiguas oraciones del pueblo de Dios. Otros personajes recién llegada la “plenitud de los tiempos” también oran y podemos imitarlos. Quienes se acercaban a Jesús y conseguían el ansiado “milagro” nos hablan de la importancia de la fe y la humildad en la súplica al Señor; así escribió el venerable monseñor Nguyen van Thuan, desde su cautiverio en Vietnam, refiriéndose a un pasaje señalado en los Evangelios sinópticos: “Aunque tus labios no se abran, el Señor conoce el fondo de tu corazón. Mira a esa mujer que sufría hemorragias; le bastó tocar la franja de la túnica de Jesús para que su petición fuera acogida”.

Y cuando las palabras no vienen a la mente, san Pablo nos dice que el Espíritu Santo ora en nosotros: “Somos débiles, pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. No sabemos lo que nos conviene pedir, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inexpresables. Y Dios, que sondea lo más profundo del ser, conoce cuáles son las aspiraciones de ese Espíritu que intercede por los creyentes en plena armonía con la divina voluntad” (Rom 8,26-27).

La oración personal, como lo expresa el Evangelio de san Mateo en su capítulo 6, ha de buscar ese momento de intimidad con Dios, de forma sencilla, sin fórmulas rebuscadas, siguiendo el ejemplo de Jesús quien recomendaba a sus discípulos que cuando oraran, no lo hicieran como los hipócritas, pues a ellos les gustaba orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. A sus apóstoles, y con ellos a todos nosotros, les recomienda que se retiren a su habitación, que cierren la puerta y oren a su Padre que está en lo secreto, y su Padre, que ve en lo secreto, los recompensará. También nos recomienda que no hablemos mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. Nos pide que no hagamos lo mismo que ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que nos hace falta, antes de que se lo pidamos (Cfr. Mt 6,5-8).

El Maestro también nos habló de la eficacia de la oración cuando es confiada e insistente: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si les pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Cfr. Mt 7,7-11).

También el evangelista Lucas nos recuerda después de estas palabras que: “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”. ¡Pedir el Espíritu Santo hace tanta falta en el mundo de hoy! Pedirlo para que nos conduzca en la oración que ilumine nuestro caminar; para que nos guíe en las decisiones que hemos de tomar. Pedirlo para nuestros gobernantes, pues sólo con su inspiración lograrán gobernar con rectitud, mirando al bien común de sus pueblos. “El Espíritu Santo es nuestro guía. El hombre por sí mismo no es nada, pero con el Espíritu Santo es mucho, sólo con el Espíritu Santo puede elevar su alma y llevarla a lo alto”, decía el santo cura de Ars.

La oración en comunidad agrada sobremanera a Dios, también Jesús nos aseguró que, si dos se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se los concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos. (Cfr. Mt 18,19-20). Con estas palabras nos alienta a unirnos en familia y en comunidad para hacer oración de alabanza a Dios, para pedir perdón, en la solicitud de algún favor o en la acción de gracias, teniendo la seguridad de que Él está con nosotros cuando oramos junto a otros.

La eficacia de la oración, por tanto, está garantizada cuando se reza en familia o en las pequeñas o grandes comunidades de oración; tenemos la seguridad de que Dios nuestro Padre nos escucha y nos concederá lo que pedimos porque su Hijo amado está entre nosotros y nos dice: “Vengan a mí todos lo que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30).

A manera de conclusión

Para entender a Jesús resultan fundamentales las repetidas indicaciones en las que se retiraba al monte y allí oraba noches enteras, a solas con el Padre. Este orar de Jesús es la conversación del Hijo con el Padre, y en ella están implicadas la conciencia y la voluntad humanas; pero también el alma humana de Jesús, de forma que la oración del hombre pueda participar en la comunión del Hijo con el Padre.

Jesús oraba y dialogaba con su Padre con gran confianza, le expresaba los sentimientos de su alma, tanto en las alegrías como en las preocupaciones, le manifestaba su deseo de curar o hacer el bien a los que acudían a escucharlo, ya fuera en la tristeza o en la desolación. Jesús oraba espontáneamente, pero también lo hacía con ayuda de los salmos y los textos de los profetas. Ante la insistencia de los discípulos para que les enseñara a orar, el Maestro los instruyó con base en su propia experiencia de oración, es por ello que en el Padre Nuestro hace una síntesis de los salmos y, como afirmaba Tertuliano, presenta el “compendio del Evangelio”.

El Padre Nuestro es la oración más acabada y perfecta; se convierte así en la oración más agradable al Padre, sencilla de aprender, para que nosotros nos dirijamos confiadamente a Él, pues abarca en sí misma todas las peticiones del hombre para resolver sus necesidades espirituales y materiales.

Acerca de la autora: María de los Ángeles Ituarte de Ardavín tuvo la oportunidad de participar en el estudio de la Biblia en el Instituto de Sagradas Escrituras donde entró en contacto con la fuente clara de la Escritura; tiempo después ingresó en el Instituto de Pastoral Bíblica. Mediante las enseñanzas del P. Salvador Carrillo Alday, MSpS (México), y de las maestras expositoras de los libros santos pudo buscar y apreciar la “perla preciosa” de la que habla Jesús en el Evangelio y comprender que sólo al estudiar y meditar la Palabra de Dios podemos tener un contacto más íntimo con Él.