KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Lávate en la piscina de Siloé” (Jn 9)

Autor: 
Enrique Monasterio
Fuente: 
Pensar por libre

Jesús vio al pasar a un hombre ciego de nacimiento, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: “Lávate en la piscina de Siloé”. Él fue, se lavó y volvió con vista (cfr. Juan 9,1).

Sí, fue un día de primavera. El ciego salmodiaba su eterna cantinela melancólica con la esperanza de arrancar unas monedas a los peregrinos que iban camino de Jerusalén. La mayoría pensaba que aquel mendigo debió de ser un gran pecador. O tal vez lo eran sus padres. Solo así se explicaba que Yahvé lo hubiese condenado a vivir en tinieblas desde el vientre materno.

El ciego no sabía lo que era el color ni la luz. Sus ojos ni siquiera veían un lienzo negro, solo la nada. Su imaginación se alimentaba de sonidos, aromas, caricias, risas y lamentos. Las yemas de sus dedos habían aprendido a distinguir el relieve de las monedas, la tersura de una piel joven, las estrías de un rostro anciano, la sinceridad o la doblez de una voz cercana.

Cuando las monedas tintineaban al caer sobre su manto, sabía al instante si eran sestercios, ases, cuadrantes o cualquiera de las piezas extranjeras que traían los judíos de la diáspora. También detectaba la presencia silenciosa de los que le miraban.

—¿Quién pecó, éste o sus padres…? —preguntó alguien a su lado—.

—Ni éste ni sus padres —respondió una voz llena de afecto y autoridad—.

El ciego notó que su corazón se aceleraba. Enseguida, sintió la caricia de unas manos jóvenes y el frescor de un insólito colirio hecho de barro y saliva que penetró en la órbita reseca de sus ojos muertos. Era Jesús quien le sanaba. Entonces creyó en aquella voz, dejó que la medicina le empapara hasta el fondo, y, también él, como el ciego de Jericó, se desprendió del manto para correr sin obstáculos hacia la luz de la piscina de Siloé.

Fuente: Blogspot: “Pensar por libre”