KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Madres solas, pero no desoladas

Autor: 
Nereyda Rodríguez
Fuente: 
LFC-Mx

En México, las madres tienen predominantemente una condición conyugal, es decir, están casadas o viven en unión libre. No obstante, hoy por hoy también destaca el incremento de mujeres que ejercen la maternidad solas.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), en 1997, del total de mujeres de entre 15 y 54 años que tenían al menos un hijo vivo, 15.5 por ciento eran no unidas; conjunto que se conformaba por viudas, divorciadas, separadas y solteras. Para 2014, con datos también del ENADID, se observó que el porcentaje aumentó a 21.2 por ciento. 

La información más reciente de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), en 2017, muestra que de las 35.2 millones de madres que hay en México, 10.2 por ciento son viudas, 6.6 por ciento son separadas, 2.5 por ciento divorciadas y 9.6 por ciento son madres solteras. Es decir, el 28.9 por ciento de las madres en México crían a sus hijos solas.

Este incremento, según Julieta Quilodrán-Salgado, del Centro de Estudios Demográficos Urbanos y Ambientales del Colegio de México, puede explicarse a partir de las transformaciones recientes de la fecundidad, la nupcialidad y la esperanza de vida, que ha generado que haya más viudas que viudos (debido a que las mujeres viven más años que los varones), y a que se ha incrementado la disolución marital por separación o divorcio, así como el incremento de la procreación en mujeres solteras, que en gran número son adolescentes.

Las madres solas, en general, presentan mayor vulnerabilidad social y económica debido a que cuentan con menos redes de apoyo y a la evidente necesidad de sufragar gastos de salud, alimentación, vestido, educación y vivienda para ellas y sus hijos.

Con respecto a su incorporación al mercado laboral, las cifras de la ENOE 2017 señalan que del total de madres solas que trabajan, el 60 por ciento se desempeñan como trabajadoras subordinadas, 32.6 por ciento trabajan por su cuenta o en empleos informales y sólo 2.8 por ciento son empleadoras. Y más de la mitad (57.1 por ciento) no recibe prestaciones por su trabajo, incluso en el caso de las subordinadas, es decir, que dependen de un patrón. 

Así pues, la realidad que vivimos en México es que la crianza, educación y formación de millones de niños, niñas y adolescentes las llevan a cabo mujeres solas y, en la mayoría de los casos, en condiciones económicas, laborales, personales y sociales sumamente vulneradas y hasta precarias.

Es preocupante el nivel de desamparo y situaciones límite que estas mujeres y sus hijos están sufriendo en nuestro país. Sabemos de la enorme trascendencia del papel de la madre en cada persona; ella no sólo es generadora de vida, sino que es fundamental para la sobrevivencia y desarrollo de sus hijos; además, funge como eje en la formación de valores y soporte afectivo. Tiene, entonces, un papel predominante en el funcionamiento de la familia y, por extensión, en la sociedad en general. Es una realidad social que nos determina.

Habrá que agregar a todo esto una condición que es muy triste, pero ocurre: que las madres solas, además de las complicaciones de la vida diaria, llegan a sentirse despreciadas o marginadas por una continua actitud de crítica, juicio e incomprensión hacia ellas de parte de familiares, vecinos, núcleos sociales o laborales. No falta, incluso, que exista acoso o violencia en contra de ellas. En muchos casos, enfrentan la injusticia dos veces: abandono y recriminación social. 

Muy reprobable también es que, en América Latina, en diversas sociedades, todavía persiste una diferencia discriminante entre el hijo concebido en el matrimonio y el que ha nacido de una mujer soltera.

Juan Pablo II denunciaba este desprecio como una forma grave de discriminación: “Todavía hoy, en gran parte de nuestra sociedad, permanecen muchas formas de discriminación humillantes que afectan y ofenden gravemente a algunos grupos particulares de mujeres como, por ejemplo, las esposas que no tienen hijos, las viudas, las separadas, las divorciadas, las madres solteras” (Familiaris Consortio, n. 24). Ningún católico, que lo sea de verdad, puede caer en actitudes que impliquen ofender o despreciar a una madre soltera o a sus hijos.

De igual manera, en Amoris Laetitia, Exhortación Apostólica Postsinodal firmada por el Papa Francisco sobre el amor en la familia, se reconoce el valor inestimable de la mujer y de la maternidad para forjar un mundo nuevo; y tiene muy presente a las familias monoparentales, a la madre o el padre que huyen con sus hijos para escapar de la violencia del otro progenitor, a la mamá o el papá que cría a los hijos solo, debido a muerte o abandono y otras situaciones.

El Sumo Pontífice pide que, cualquiera que sea la causa, el progenitor que vive con el niño “debe encontrar apoyo y consuelo entre las familias que conforman la comunidad cristiana, así como en los órganos pastorales de las parroquias”. Y exhorta a toda la comunidad cristiana a querer y apoyar a las madres porque son ellas transmisoras de la fe (A.L. 287) y amarlas porque son ellas las que nos aman (A.L. 102).

La Iglesia y todos los católicos podemos acompañar a las madres y a sus hijos de diversas maneras porque estamos llamados a apoyarles. Lo propio del cristiano es precisamente ayudar al necesitado, o a quien vive en una situación complicada. ¡Y vaya que es muy difícil vivir como madre sola!

El gesto valiente de la mujer que ha dicho sí a la vida de su hijo y sí a su crianza y cuidado es tan grande que merece el máximo respeto y apoyo de todos los que formamos parte de la Iglesia. Lo ideal es que grupos de familias y de personas competentes (médicos, pediatras, educadores, psicólogos, etcétera), con la dirección de nuestro párroco, vayamos poniendo en marcha centros o grupos de asistencia para acompañar a las madres solteras en nuestra parroquia; pero, en donde todavía no existan estos grupos por diversas circunstancias, cada feligrés personalmente podemos dar apoyo sincero, afecto, cercanía y solidaridad para las mamás y sus hijos.

Así como Jesús tuvo especial predilección por las viudas y los huérfanos, que en su tiempo eran las personas en mayor necesidad, también hoy debemos colocar a las madres solas y sus hijos entre nuestras prioridades cristianas.

Si bien es cierto que hay madres solas cuidando a sus hijos, de nuestra solidaridad, apoyo y amor cristiano depende que nunca lleguen a sentirse desoladas. 

Retos y consejos para madres que crían solas a sus hijos 

Ternura y autoridad. Esto es que, junto al amor y las caricias tiernas de la madre, también debe haber disciplina y un ambiente de orden y respeto que todo niño necesita.

Relacionar a los hijos con miembros de la familia o de la comunidad que sean una presencia masculina positiva ya que los niños aprenden por imitación. Por eso, el abuelo, el tío, el entrenador de fútbol o el ministro de la Iglesia que sea un líder ejemplar, puede ser una imagen buena para ayudar a los hijos, especialmente a los varones, a tener una sana identidad con su género; y a las niñas, una buena imagen masculina.

Evitar hablar mal del padre en presencia de los hijos. Ya sea que el padre los haya abandonado o que haya habido un divorcio difícil, los problemas de la pareja deben dejarse aparte de la relación de los hijos con el padre. Si no hay nada bueno que comentar, por lo menos evitar las críticas.

Reafirmar en los hijos la idea de que ellos han sido siempre deseados y esperados con amor por parte de su madre, y recibidos con alegría en el seno de la familia.

Si la madre encuentra otra pareja y desea casarse, es necesario incluir a los hijos en las decisiones y ajustes a la nueva vida. Es esencial asegurarse que la pareja de la madre nunca abuse de su autoridad, ni física ni moralmente, y mucho menos sexualmente de los niños. La prioridad debe ser siempre la seguridad física y emocional de los hijos.

De importancia vital es familiarizar a los hijos con el amor al Padre Celestial, fuente última de toda vida; esto les dará la base para saber que, más allá de todos los vacíos emotivos que los errores humanos puedan acarrearles, sus vidas fueron siempre deseadas y amadas por su Padre Celestial, quien además cuidará siempre de ellos.

Y para todas estas madres solas, la compañía maternal y solidaria de María, la Madre de Dios, será un consuelo y guía en la formación de su familia. De igual forma, la oración y los Sacramentos serán su mayor fortaleza y protección.

Acerca de la autora: Nereyda Rodríguez Ayala es docente del Instituto de Comunicación y Filosofía (COMFIL) y desde el año 2004 pertenece a la Misión Evangelizadora (Misión 2000). Ha colaborado en diversas instituciones como el Senado de la República, el Instituto Federal Electoral (ahora INE), el Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales (CEPROPIE) y el Instituto Mexicano de Televisión. Artículo publicado en: Revista La Familia Cristiana (México, Mayo 2021).