KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Mi hija no entiende qué es la libertad”

Autor: 
Juan Manuel Galaviz
Fuente: 
LFC - Mx

Estimado Padre: Quiero pedir un consejo para mi hija de 22 años, que todo lo entiende a su conveniencia. Me refiero explícitamente a que, por ser mayor de edad, constantemente nos demanda (a su padre y a mí) más “libertad”; pide a gritos librase de “ciertas ataduras” buscando ser dueña de sus propias decisiones.

Con frecuencia tengo discusiones con ella porque, bajo pretexto de “su madurez”, quiere amanecer en las fiestas, viajar por doquier sin darnos aviso, malgastar el dinero en lo que le plazca, romper las reglas de la escuela, etc. Usted se ha de imaginar que tipo de “libertad” es la que nos exige...

Reconozco que no he sido una excelente madre, y sé que la educación que le proporcioné en su infancia debió ser más estricta. Pero ahora reconozco mi error y deseo mejorarme.

El episodio que me movió a escribirle aconteció esta mañana: su hermano le pidió que le sirviera el desayuno, y ella se exasperó, lanzando amenazas. Es cierto que a sus hermanos nunca les ha ayudado de buen agrado, siempre los regaña, los llama atenidos, y les grita que deben servirse los alimentos solos porque ella no es sirvienta de nadie. Pero, lo peor del caso, es que volvió a “gritonear” que los tiempos han cambiado; que Dios la hizo para ser libre, y no para ser sirvienta de los demás…

Yo he procurado inculcarle buenos valores. Pero me sorprende la actitud que ha tomado en los recientes meses. No logro comprender sus “arranques”.

Me gustaría que, a partir de sus conocimientos y experiencia, me diera algún consejo para el trato con mi hija. Sobre todo, le pido que me ayude a comprender la correcta interpretación de la libertad, y poder hacérsela ver.

Estoy segura que la respuesta a mi carta ayudará también a muchos padres de familia que se encuentran en este dilema. Pues sé que mi caso es una constante en la sociedad. Más ahora que los medios de comunicación promueven “una supuesta libertad” en la que cada quien hace lo que le plazca.

Aprovecho para agradecerle el trabajo que realiza. Dios lo siga colmando de sabiduría y le dé la fortaleza para cumplir la bella misión a la que ha sido llamado.

¡Espero con ansia sus letras!

Atte. Una mujer necesitada.

Respuesta:

Muy querida mujer:

Numerosos errores de conducta y conflictos familiares y de otro tipo dependen de que no se tiene un concepto cristiano de la libertad personal.

Te soy sincero: aunque no responda directamente al caso que me presentas, voy a referirme al tema de la libertad haciendo una consideración que es aplicable a muchísimas circunstancias de la vida familiar y social.

Procuraré hacer esta consideración con términos muy sencillos, empezando por lo más esencial: “¿Qué es realmente la libertad?” Podríamos decir, simplificando, que es la “capacidad que tenemos de optar por una u otra cosa”.

Ahora bien, aquello por lo que optamos –es decir lo que decidimos y hacemos– puede ser bueno o malo, y tanta libertad se ejerce en uno como en otro caso. En efecto, el problema de la libertad no es precisamente cuestión de cantidades (más libertad, menos libertad…), sino que ha de juzgarse según su empleo (bien usada, mal usada, etc.). Tanto mejor será el uso de la libertad cuanto mejores sean las acciones a que conduce y los fines que se persiguen. Si lo que yo decido es excelente, aunque su ejecución me cueste trabajo y me exija sacrificios y renuncias, mi libertad será de calidad. No así cuando decida hacer algo reprobable, por más que también en ese caso yo sea libre.

Ahondando un poco en esta consideración, podemos reconocer que, cuando decidimos algo malo, en realidad no somos tan libres como creemos, puesto que nos  dejamos dominar por alguna pasión. Al revés, las buenas resoluciones suelen implicar un vencimiento previo, por ejemplo: del propio egoísmo, de la propia negligencia, del propio orgullo, etc.

Cristo, a los dirigentes judíos de su tiempo, que presumían de ser libres y de no estar sometidos a nadie, les echó en cara que en realidad eran esclavos, puesto que los dominaba el orgullo, el egoísmo, la incredulidad. En suma, les faltaba amar, que es el camino de la auténtica libertad.

San Agustín tiene una frase que, si no se tomara en su justo sentido, hasta podría parecer escandalosa: “Ama y haz lo que quieras”. Bien entendida, esta frase resulta luminosa y certera. Significa que, si las personas aman de veras, harán cosas buenas, para sí y para los demás, pues el amor genuino mueve siempre a cosas amables; o, para decirlo con palabras de san Pablo: “El amor es paciente, es benigno, no tiene envidia, no es jactancioso, no se hincha de orgullo, no se porta indecorosamente ni busca su propia venganza; no se irrita, no juzga mal; no se alegra de la injusticia, sino que se regocija en la verdad; lo cubre todo, lo cree todo, lo espera todo, lo aguanta todo… (1Cor 13,4-7). ¡Esta podría ser la descripción de una persona realmente libre!

La alegría de la libertad

Dios nos hizo libres y nada anhelamos más intensamente que vivir en la libertad; no únicamente en la libertad física, sin ataduras ni restricciones, sino también y sobre todo en la libertad interior, esa que nos hace capaces de optar por algo que consideremos conveniente.

El ejercicio de la libertad se manifiesta en hacer lo que realmente queremos; en poder elegir una meta y esforzarnos por alcanzarla; en actuar según las propias convicciones, sin que otro nos imponga su pensamiento. Claro que podemos adoptar el pensamiento de otra persona, pero entonces lo hacemos nuestro y no puede hablarse de imposición. 

Para un buen ejercicio de la libertad, se requiere mucho discernimiento: tener adquiridos valores conscientes y distinguir con fundamento lo que es bueno y conveniente de lo que es nocivo o reprobable. 

La libertad, meta de toda persona

Todo genuino desarrollo de la persona es un camino hacia la libertad. Se madura en la media en que se es libre. Todo acto auténticamente humano es un acto libre, y viceversa. 

La primera experiencia del ser humano es un delicado juego entre autonomía y dependencia. Durante nueve meses, el bebé que se va desarrollando en el vientre de su madre depende totalmente de ella; a partir de su nacimiento, da comienzo en la vida de ese pequeño un proceso de progresiva autonomía: respira por su cuenta, ensaya nuevos movimientos, emite sonidos, se expresa con el llanto. Ese proceso es lento, más de cuanto suele serlo en el caso de los animales. La dependencia del niño respecto de sus padres continúa por bastante tiempo, tanto en lo físico como en lo emocional. 

Cuando un chico llega a la adolescencia –etapa en que deja de ser niño–, o cuando un adolescente pasa a ser joven, siente a la vez una cierta nostalgia por el mundo que va quedando atrás y el ansia de experimentar la independencia; se ve, por muchos signos, que está cobrando conciencia de su libertad, aunque muchas veces no sepa emplearla; por eso es tan probable que a la libertad se le la confunda con la tendencia a satisfacer los instintos y caprichos personales.

Tan libres en el bien como en el mal

Interesa mucho tener un correcto sentido de la libertad y ejercitarla adecuadamente. Repito una vez más que la libertad no se mide por cantidad, sino por el valor de lo que se elige. Tanta libertad tienen el que comete un delito como el que cumple un acto heroico. La diferencia está en el mal o el buen uso que se hace de la libertad. 

Otro importante aspecto a considerar es la dimensión interior de la libertad. Para un ejercicio correcto de la libertad es preciso poseerla ya interiormente. La libertad interior presupone estar libre de ataduras o esclavitudes internas, como son los vicios, las intenciones malignas, los prejuicios y la ignorancia.

Para alcanzar la libertad interior es indispensable saber que cada elección que hagamos configura nuestra identidad personal. Porque elegir un acto u otro, una cosa u otra, significa apostar, correr un riesgo, al grado de provocar la felicidad o la frustración en la medida en que nos acercamos o nos alejamos de nuestro proyecto vital.

Algunos consejos

Respecto a los consejos que me pides para tu hija, brotan de mi mente los tres siguientes:

1. Debes brindar confianza: porque la confianza provocará en tus hijos la disponibilidad para hacerte saber lo que piensan, opinan o quieren hacer. No debes reaccionar con sorpresa ante posibles rebeldías. En las conversaciones, escúchales sin imponer. Dales oportunidades, lógicas y razonadas, para ir usando su libertad ante determinados planes o acciones.

2. Debes mantener paciencia: habrá ocasiones en que prohíbas a tus hijos ciertas cosas porque no cuentan con la suficiente madurez para asumir responsabilidades. Eso es bueno y es recomendable, dado que una buena educación conlleva la enseñanza de ciertos límites. Sin embargo, te sugiero mantener paciencia frente al desarrollo de tus hijos. Al paso de los años ellos aprenderán a responder por sí mismo.

Así que no lo olvides: además de la indispensable paciencia, que no te preocupe negarles algo o decirles que “no” ante ciertas situaciones; eso les ayudará a superar posteriormente otras dificultades.

3. Incúlcales responsabilidad: la libertad se conquista con actos responsables. Por eso, debes asegurar que tus hijos cumplan sus encargos y deberes. Si eso no lo logran cumplir, significa que todavía no son lo suficientemente maduros para usar su libertad a su antojo. Debes hacerles ver que la libertad se alcanza en la medida en que se tenga la capacidad de entrega hacia los demás y en tanto uno se preocupe del enriquecimiento personal.

Con afecto: P. Juan Manuel Galaviz H.

Fuente: Revista La Familia Cristiana (México)