“No te detengas. Sigue subiendo”

Una cosa es lo que Dios te regala cuando eres niño, otra cosa es lo que Dios te regala cuando eres joven, otra cosa es lo que Dios te regala cuando estás envejeciendo. Son distintos dones divinos que te van llevando de a poco hacia tu plenitud, hacia tu ser total. Pero si buscas recuperar la niñez, o si lamentas que haya pasado la adolescencia, o, incluso, si crees que tu madurez no ha andado bien, te quedarás sin nada.

Porque “lo que pasó ya pasó”. Ahora Dios te ofrece otra cosa. Lo que tenía de bueno esa etapa pasada se queda dentro del corazón. Además, es imposible volver atrás. Cada etapa de la existencia en esta tierra es como el peldaño de una escalera. Su sentido es ayudarnos a subir, y una vez que subimos hemos de dejar todo atrás.

Por eso, cuando escalas un monte vives intensamente cada paso, pensando en la cima, y no dando demasiado interés a lo que vas dejando atrás. Porque el pasado es pasado, pero no lo perdemos, sino que lo llevamos dentro, en el corazón. Hemos, tan solo, esperar la preciosa experiencia de llegar a la cima y mirar desde arriba la armonía de conjunto, esa multiforme hermosura que sólo se aprecia desde lo alto.

Agradece, pues, al Espíritu Santo las cosas buenas que dejaron en ti las etapas pasadas de tu vida, las distintas edades, los diferentes trabajos que has tenido, las variadas relaciones humanas que te han enriquecido. Y sigue caminando, sigue subiendo, sigue viviendo, siempre a imitación de Cristo, que es nuestro único modelo…