KÉNOSIS

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"¿Por qué callaste, Señor?"

Autor: 
Padre Rafa
Fuente: 
Kénosis

He escogido esta frase como título del presente escrito porque son las palabras que el Papa Benedicto XVI pronunció cuando visitó el campo de exterminio nazi en Auschwitz (Polonia), “lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia”. A su llegada a ese lugar, el Pontífice se detuvo a orar ante una barda conocida como “muro de la muerte”, donde los nazis asesinaron a miles de personas (judíos y no judíos) en la Segunda Guerra Mundial. En ese campo de muerte el Papa dirigió una bellísima oración:

"¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué permitiste todo esto?..."

Más delante dio un discurso, en el cual utilizó más o menos las mismas palabras: “¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?”. Son palabras muy significativas. Sintetizan las interrogantes de todos los hombres, cuando vemos a personas que sufren, sobre todo a personas inocentes. "¿Por qué?" Y es que el problema del sufrimiento del ser humano constituye uno de los interrogantes más inexplicables.

A esta pregunta muchas personas, a lo largo de la historia, han tratado de dar una respuesta. Pero sobre el sufrimiento humano ningún sabio de este mundo ha dado la respuesta precisa y satisfactoria. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: “Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios. Sólo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de la historia (…) debemos seguir elevando, con humildad pero con perseverancia, ese grito a Dios: ¡Levántate no te olvides de tu creatura, el hombre!”. Porque solamente Jesús, el Hijo de Dios, tiene la respuesta a este misterio. Y quien no lo acepta andará siempre masticando angustiosamente respuestas engañosas o incompletas.

Muchas confesiones religiosas no católicas encuentran difícil comprender por qué los cristianos le damos tanto valor al sufrimiento. Algunos de ellos piensan que un buen seguidor de Jesús siempre debe estar sin sufrimientos, sin ningún tipo de enfermedad física o psicológica, y debe irle bien si “ora lo suficiente”. Argumentan que “si uno tiene la fe suficiente, será sanado por Jesús” (y hasta lo garantizan). Por lo tanto, si alguien sufre es porque verdaderamente no se ha convertido a Jesucristo. Proclaman que quien se convierte a Jesucristo recibe como resultado, de inmediato, salud abundante, prosperidad económica, etc.

Por supuesto que Jesús sana de los sufrimientos y de las enfermedades. Eso es totalmente cierto y los católicos sabemos que Jesús nos librará de todo ello, si esa es la voluntad del Padre. La comprensión del sufrimiento está en la voluntad del Padre. La conversión y la fe en Jesús, aunque sean sinceras no significan salud total y prosperidad económica. Esa era también la mentalidad de los fariseos en tiempos de Jesús. Lo vemos claramente en la oración del “publicano y el fariseo” en el evangelio de san Lucas: el fariseo le estaba “declarando” a Yahvé las obras meritorias que había cumplido, para que el Señor lo premiara.

Poner a Jesús como quien da la única respuesta adecuada sobre el sufrimiento, es difícil decírselo a una persona que no tiene una experiencia religiosa seria, que mantiene una fe infantil, anticuada, que tiene una idea equivocada sobre Dios, considerándolo como alguien que gobierna despiadadamente a una masa de esclavos y que se goza castigando hasta la menor infracción de sus leyes. Dios no tiene esclavos, ni empleados, solo tiene hijos. Dice san Juan: “Nosotros somos llamados hijos de Dios y de hecho lo somos” (I Jn 3,4). El amor que Dios le tiene a su Hijo lo tiene también a nosotros. La gloria de Jesús es también nuestra gloria

Los mismos contemporáneos de Jesús tenían una idea equivocada del sufrimiento: Yahvé castiga con enfermedades o pobreza a quienes no cumplen al pie de la letra su Ley, y premia con bienes materiales y una buena salud a quien “cumple hasta el más mínimo detalle de la Ley”. Por eso, según esta concepción, había enfermos y pobres porque esos estaban siendo castigados por ese Dios terrible. Jesús vino a cambiar toda esa concepción equivocada. El sufrimiento, el dolor, la enfermedad de ninguna manera son un castigo divino.

Para los católicos, la cruz, el sufrimiento, no son sinónimos de castigo. Aun en el Antiguo Testamento se nos muestra que no es así. Este es el hermoso mensaje del libro de Job, un servidor de Yahvé, justo y fiel, sin pecados graves, sin embargo, tiene que pasar por pruebas. Los niños asesinados por Herodes y sus familias no tenían culpa alguna. Cristo, el inocente por excelencia, en obediencia al Padre se humilla hasta aceptar la muerte y “una muerte de Cruz” (Fil 2,7-8). A la luz de estos signos, el sufrimiento no puede entenderse como castigo divino sino como un misterio. Es un misterio maravilloso, parte del plan de Dios para el que muchas veces no encontramos respuesta.

Nosotros, en nuestra cultura que queremos que todo nos sea demostrado, buscamos una explicación a todo, una respuesta tangible para todo, pero en este punto en particular del sufrimiento, muchas veces las explicaciones no alcanzan  y está bien que así sea para mantener nuestra humildad ante la voluntad de Dios. Jesús nos da la clave: tuvo que sufrir el “viernes de dolores” para ser exaltado el “sábado de las glorias”

Con Cristo hemos entendido que no solamente su cruz tiene valor. Todas las cruces de la tierra por él tienen un valor redentivo. La cruz del sufrimiento que el ser humano carga sobre sus espaldas lo llevará al mismo lugar de Cristo. Para Jesús las cosas no siempre marcharon bien. Lo dice san Pedro a los primeros cristianos: “Pues, ¿qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es mérito ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas”. (I Pe 2,20-21). La “explicación” del sufrimiento la da Pablo cuando dice: “Cumplo en mí lo que le falta a la pasión de Cristo”. Lo que quiere decir: con mi sufrimiento, colaboro a la salvación de los hombres. Por lo tanto, el sufrimiento, la enfermedad, tienen un valor redentivo en el pensamiento de los católicos, es ayudarle a Cristo a cargar con la cruz de los pecados del mundo...