KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Por qué nos gusta Anton Chéjov?

Autor: 
Richard Ford
Fuente: 
La calle del orco

Todo esto puede ser sólo una manera de decir que la razón por la que nos gusta tanto Anton Chéjov (narrador y dramaturgo ruso), ahora al final de nuestro siglo, es que sus relatos del fin de siglo anterior nos parecen muy modernos, se ajustan mucho a nuestro tiempo y a nuestra mentalidad. Sus meticulosas anatomías de los complejos impulsos humanos, su concepción de lo que es gracioso y patético, su lúcida atención a la vida tal como es vivida… se corresponde de algún modo con nuestra experiencia. Tenemos la impresión de que sus relatos podrían escribirse hoy en día, publicarse en The New Yorker, y leerse con placer y avidez por su perspicacia, sin modificaciones ni notas a pie de página para explicar la época o la región donde suceden. Para nosotros, tan fresca adecuación al presente no sólo confirma la redentora vitalidad del impulso literario, sino que a la vez nos garantiza que formamos parte de un continuum y que somos perdurables. Cómo nos sentimos en la actualidad por la muerte de una esposa, nuestra amante casada, nuestro abogado inepto, nuestras lealtades hacia nuestros parientes abandonados, por el modo abrumador en que la vida presenta tal abundancia de subjetividad y tal escasez de verdad objetivable; exactamente así se sentían los rusos en un tiempo ya lejano, y en el que al igual que ahora un relato se consideraba una respuesta salvadora. Chéjov hace que nos sintamos corroborados, indemnizados dentro de nuestra fragilidad humana, e incluso un tanto esperanzados respecto de nuestra capacidad para afrontar la vida, poner orden y encontrar claridad.

Con Chéjov, compartimos la franqueza de la inalienable existencia de la vida; compartimos la convicción de hasta qué punto resultaría beneficioso que una mayor cantidad de sensación humana pudiera elevarse a un lenguaje claro y expresivo; compartimos la concepción de que la vida (en particular la vida con los demás) es una superficie bajo la cual debemos esforzarnos por construir un trasfondo a más cosas con menor desesperación, y compartimos una esperanzada intuición de que algo más de nosotros mismos –en especial esas partes que creemos que solo nosotros conocemos– puede ser susceptible de exponerse de manera clara y útil.

Como lectores de ficción (es decir, de literatura imaginativa), siempre vamos en pos de pistas, de señales: ¿dónde, en la vida, buscar con mayor diligencia? ¿Qué no dejar pasar inadvertido? ¿Cuál es el origen de tal clase de calamidad humana, de tal clase de júbilo y placer? ¿Cómo podemos vivir más cerca de ésta y más lejos de aquélla? Y para buscadores como nosotros, Chéjov es un guía, quizá el guía.

Para los escritores del siglo XX, su presencia, naturalmente, ha incidido en todos nuestros supuestos sobre qué es un tema apropiado para una narración imaginativa; qué momentos en la vida son demasiado cruciales o preciosos para relegarlos al lenguaje convencional; cómo debería comenzar un relato y las diversas formas para terminarlos; y, lo más importante, sobre lo inapelable que es la vida y, por tanto, lo tenaces que han de ser nuestras representaciones de ella.

Sin embargo, más que ninguna otra cosa, es el gran equilibrio de Chéjov lo que nos emociona y admira. Dados los temas, los personajes y las acciones que Chéjov pone en juego, automáticamente tenemos la sensación de que todo lo importante está siempre presente en cada una de sus obras. Como adultos, suele gustarnos lo que nos incita a saber más, y nos sentimos halagados por una firme autoridad que primero nos inspira confianza y luego nos ofrece buenos consejos. Ciertamente da la impresión de que Chéjov nos conociera.

Fuente: Richard Ford, Prólogo a Cuentos imprescindibles de Anton Chéjov (18 de julio de 1998) / Traducción: Ricardo San Vicente (Editorial: Debolsillo).