KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Quiénes son los dignos de esperar?

Autor: 
Josep M. Esquirol
Fuente: 
El Ciervo

Las bienaventuranzas son la mejor y la más profunda expresión de la esperanza. La cuestión es quiénes, a pesar de todo y más que nadie, son dignos de esperar. La prístina intención está, pues, en abrir la puerta de la esperanza más que en prescribir cómo hay que vivir, aunque mucho de esto se desprenda de aquello. No soy hermeneuta de los textos bíblicos; carezco de conocimientos expertos en este campo. Creo que la expresión “pobres de espíritu” o “pobres en espíritu” hace referencia a todos los que no están demasiado llenos de sí mismos, demasiado ávidos de proyectos y colmados de pretensiones. En términos coloquiales diríamos: “No ser engreídos”, “no ser vanidoso”, “no quererlo todo”. Conviene advertir que una cosa es cuidar de uno mismo y otra cosa bien distinta ser narcisista.

El problema tampoco está en tener la necesaria autoestima, sino en tenerla excesiva. Solamente sin exceso es posible estar cerca de la pobreza de espíritu. Y sólo así ocurre, paradójicamente, que uno puede llegar más lejos: evidentemente, no más lejos en el mundo de las posesiones materiales, pero sí en el de lo que de verdad vive. Con menos lastre, con el equipaje de lo imprescindible, el viaje alcanzará tierras incógnitas. Aunque hay una segunda paradoja: no es que el pobre de espíritu se proponga llegar muy lejos; llegará lejos; se le ofrecerá el Reino, pero como consecuencia de su vida de humildad.

¿La relación entre pobreza de espíritu y pobreza económica? Pues la que acabo de mencionar. La riqueza material suele llevar pareja egos demasiado inflados. Quien mucho tiene, mucho cree poder, sin darse cuenta de que, en realidad, su peso, su gravedad, le impide caminar por ciertos senderos a los que ni siquiera es capaz de dirigir la mirada. Ser pobre no es condición necesaria para ser pobre de espíritu, pero, como también dice el Evangelio, es muy difícil que el rico pueda entrar en el Reino de Dios (Mt 19,23).

Dado que, gozando del bienestar de nuestras sociedades occidentales, un discurso de este tipo siempre roza la hipocresía, no tenemos la autoridad necesaria para hacer un elogio de la pobreza. Podemos, creo, advertir todos los inconvenientes, los males y las injusticias de los excesos. Y hay que luchar para que no haya pobres, pero en absoluto para que haya ricos.

Por eso, ante la figura del esnobismo y la desmesura consumista, me resulta cada vez más entrañable la vida sencilla de la que todavía mucha gente es capaz. La banalidad no está tanto en la sencillez cotidiana como en la inquietud ávida de novedades y de etiquetas –en la vestimenta, en las verborreas intelectuales, y en las modas espirituales–.

Banalidad, esta última, que es como una fuga de nuestra finitud y una muestra de nuestra debilidad. En la sencillez, en cambio, sí hay una cierta pobreza de espíritu, una mirada más limpia, un caminar más ligero y una disponibilidad para lo esencial.

El autor: Josep M. Esquirol es profesor de Filosofía en la Universidad de Barcelona.