KÉNOSIS

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Resumen: “Gaudete et Exsultate” (Exhortación del Papa sobre la santidad)

Autor: 
Umberto Marsich
Fuente: 
VP-Mx

Presentación general

El 9 de abril de 2018 se hizo pública la tercera “Exhortación apostólica” del Papa Francisco, cuyo título es Gaudete et Exsultate (Alégrense y exulten). El objetivo de la exhortación, según el Papa, fue la de “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (n. 2). El hilo conductor de la “alegría” continuó también en este documento, representando el elemento unificador del magisterio del Sumo Pontífice. Francisco, en efecto, hoy como siempre, quiere cristianos gozosos y que manifiesten el haber encontrado al Resucitado y, en Él, también el secreto de una vida llena de paz, realizada y santa, haciendo eco a la enseñanza del Concilio Vaticano II acerca de la “llamada universal a la santidad”. 

Gaudete et Exsultate indica en la “santidad” el horizonte natural de la existencia de todo cristiano sencillo, corriente y común (cfr. LG 11). Lo primero que llama la atención es la convicción del Papa en sostener que la santidad pertenece al “paciente pueblo de Dios”, es decir, a las personas que tienen una vida ordinaria, sembrada de cosas sencillas. Son éstas, de verdad, las que estructuran la existencia de todos los santos. Por tanto, hay que acostumbrarnos a pensar que pueden ser santos también los de la puerta de al lado: los papás que cuidan a sus hijos con amor; los hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan de cada día al hogar; los enfermos y las religiosas ancianas que no dejan de sonreírle a la vida… (n. 7). 

La santidad de la que nos habla el Papa, no es sólo para héroes/heroínas o para personas extraordinarias. Más bien, es una santidad que se puede encontrar en existencias cristianas silenciosas. En efecto, no hay vida cristiana posible fuera de este marco apasionante. La cosa es que no hay otro modo de ser cristiano; la manifestación de la “santidad cotidiana” no hay que buscarla en la éxtasis mística o en fenómenos fuera de lo ordinario, sino en las personas que hacen de las bienaventuranzas su credencial de identidad y que viven según la gran regla de comportamiento del capítulo 25 del Evangelio de Mateo, o sea: “la misericordia hacia el pobre”. Únicamente las personas que viven “con amor y ofrecen, cada día, su testimonio en las ocupaciones diarias, son las que nos dejan ver el rostro del Señor” (n. 63). Aquel que vive la santidad en el don de sí mismo reproduce, virtuosamente, la Palabra de Jesús y evita la tentación de considerar las bienaventuranzas nada más como literatura poética. La verdad es que ellas actúan contracorriente y marcan, con el amor, un estilo de vida diverso de aquel “del mundo”. 

La grande y verdadera regla del comportamiento cristiano deben ser las bienaventuranzas de Jesús, pues en ellas se expresa la plenitud de la misericordia. El ejemplo narrado por el Papa en su exhortación en el número 98 es muy concreto y luminoso para bien trazar el confín entre el ser y el no ser cristiano: “Cuando encuentro una persona que duerme a la intemperie –relata el Papa– en una noche fría, puedo considerarlo como algo impredecible y fastidioso o puedo reconocer, en esa persona, a un ser humano como yo, infinitamente amado por el Padre”. 

En nuestra actitud pasa la línea entre el ser cristiano y el no serlo. Eso porque no podemos proponernos algún ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo. En efecto, si la santidad es el don de sí, como el Señor nos lo ha enseñado, no podemos ya transitar, distraídos o indiferentes, frente al hermano que sufre. Vivir la santidad pide el realizar, en la propia existencia, esa unidad por la cual se pasa de la contemplación del rostro del Señor a la integridad del gesto de la caridad, y de la acción en favor del pobre al misterio del Resucitado.

La exhortación, en las palabras del Papa, no es un pequeño tratado más, sino un instrumento para buscar las formas de santidad, propias para nuestro hoy.  Las cinco características que se nos proponen en el cuarto capítulo de la exhortación indican los riesgos y los límites del ejercicio de la caridad en la cultura de hoy: 1) la ansia nerviosa y violenta que nos separa y debilita, 2) la negatividad, 3) la tristeza y 4) la acedia cómoda, consumista y egoísta. 5) El individualismo y otras formas líquidas de espiritualidad también son las que hoy “no nos permiten encontrarnos con Dios y, sin embargo, dominan el mercado religioso” (n. 111). Por el contrario, necesitamos firmeza y solidez interior para resistirnos a la agresividad que albergamos dentro de nosotros; alegría y sentido del humor, paciencia y mansedumbre, audacia, fervor, coraje apostólico y capacidad de atrevimiento. 

Nos serán de excelente auxilio, también, la disponibilidad a hacer un camino en comunidad y la oración. Así es como el cristiano –concluye el Papa– con su santidad de vida podrá experimentar esa alegría que el mundo jamás le quitará.

Síntesis de la exhortación

Introducción

Alegraos y regocijaos es la exhortación cuyo título se basa en el llamado que hace Jesús a los perseguidos y humillados por su causa. Es una invitación a no perder la esperanza y la sonrisa, a pesar de las pruebas de la vida. El Papa Francisco nos repite, a lo largo de este documento, el llamado a no desalentarnos, pues el camino de la santidad es en sí gratificante, pero lleno de obstáculos siempre nuevos.

CAPÍTULO PRIMERO:

El llamado a la santidad es para todos

La presencia histórica de tantos santos debe convertirse en estímulo para todos los cristianos porque ser santos es posible y el llamado a la santidad es para todos “porque el Espíritu Santo derrama santidad en todas partes” (6). Desde luego, no debemos referirnos necesariamente a los santos canonizables. Es suficiente mirar a los de la “puerta de al lado”. Además, es necesario que sepamos apreciar la santidad universal: aquella que se hace presente en los rostros de ortodoxos, protestantes, anglicanos, etc. La santidad es el rostro más bello de la Iglesia, pero aun fuera de la Iglesia católica el Espíritu suscita signos de su presencia (9).

No hay duda de que el Señor llama a todos a la santidad, a cada uno por su camino. No es cierto que únicamente los religiosos/as pueden lograr ser santos. Hasta la gente común y cotidiana puede ser santa con los pequeños gestos hechos con amor. Porque, justamente, la santidad no es sino la caridad plenamente vivida.

Jesús quiere que la santidad de cada persona sea una “buena noticia” para el mundo entero y que se concretice en el empeño perseverante por construir su Reino de amor, lleno de justicia y paz. Cada quien debe ejercitar la actividad apostólica con su propia espiritualidad: la ecológica (cfr. Laudato si’), la de misión (cfr. Evangelii Gaudium), la de la vida familiar (cfr. Amoris Laetitia), etcétera.

La tentación inevitable a la que debemos resistirnos es la de los “placeres efímeros” y la pereza, porque jamás será sano un fervor espiritual que conviva con una acedia en la acción evangelizadora o en el servicio a los otros. Cuando el hombre llega a comprender que Dios es la verdad y no él, entonces el camino hacia la santidad se le facilitará notablemente.

CAPÍTULO SEGUNDO:

Dos sutiles enemigos de la santidad

El Papa se refiere a dos enemigos silenciosos pero destructores de la santidad: el “neo-gnosticismo” y el “neo-pelagianismo”. Los dos coinciden en reflejar inmanentismo antropológico: de carácter individualista soteriológico el neo-pelagianismo y de desprecio corpóreo el neo-gnosticismo. Lo más dramático de estos dos sutiles enemigos consiste en la proposición de una doctrina sin misterio, ajena a la trascendencia. Dice el Papa: “Una cosa es un sano y humilde uso de la razón para reflexionar sobre la enseñanza teológica y moral del Evangelio; otra es pretender reducir la enseñanza de Jesús a una pura lógica, fría y dura que busca dominarlo todo” (39). Lo cierto es que nuestra inteligencia y capacidad de comprensión son limitadas. Además, creernos sabios e inteligentes no nos hace, por sí solos, santos. El mismo San Francisco de Asís, sin tantas elucubraciones, nos dio a entender que la mayor sabiduría consiste en difundir fructuosamente lo que uno tiene para dar.

Otro requisito de la santidad es la humildad. Para ser humildes, como a Dios le agrada, necesitamos vivir dócilmente en su presencia y envueltos en su gloria, y dejar que Él, como alfarero, nos moldee con el don de la gracia que sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana. A fin de cuentas, no todo depende del esfuerzo humano; la gracia de Dios nos envuelve y nos hace actuar en plenitud.

CAPÍTULO TERCERO:

A la luz del Maestro

En este tercer capítulo Su Santidad reconoce que las palabras de Jesús, con todo su sabor poético, van igualmente contracorriente con respecto de lo que son las costumbres del mundo. El ejemplo claro son las bienaventuranzas. Ellas proclaman santos a los que lloran, a los que buscan la justicia, a los que actúan con misericordia, a quienes construyen la paz evangélica. La categoría de “los misericordiosos”, según el Papa Francisco, constituye un grupo humano privilegiado, pues, en efecto, son quienes saben descubrir el rostro de Jesús en quienes Él mismo ha querido identificarse. 

A este punto, el Papa ratifica que no podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo: “Donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, mientras que otros solo miran desde afuera, mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (n. 101). Queda así plasmado que el culto más agradable para Dios es la práctica de la misericordia, porque la misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino que ella se convierte también en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos (n. 105).

CAPÍTULO CUARTO:

Algunas notas de la santidad en el mundo actual

Las notas de la santidad o “las expresiones espirituales” –como las llama el Papa– son las que pueden conformar un modelo de santidad. Se trata de cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que sobreviven a pesar de la cultura actual que, por supuesto, no simpatiza por ellas. Estas notas de santidad se enmarcan en la propuesta de las bienaventuranzas, expuestas en el Evangelio de Mateo en el capítulo 25,31-46, y que el Papa Francisco actualiza con ejemplaridad:

Primera nota: estar firme en torno al “Dios que ama y que sostiene”. Es la fidelidad del amor de quien se apoya en Dios. Y lo es también frente a los hermanos cuando no los abandona en las dificultades y cuando vence el mal con el bien (Rm 12,21). 

Segunda nota: la alegría y el sentido del humor. Todo santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor.

Tercera nota: audacia y fervor. La santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador; es hablar con libertad y coraje. De facto, la audacia y el coraje apostólico son constitutivos de la misión.

Cuarta nota: la santidad se logra mejor en comunidad. La razón es que es muy difícil luchar contra la concupiscencia y las tentaciones del demonio y del mundo egoísta, si estamos aislados.

Quinta nota: en oración constante porque la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración.

CAPÍTULO QUINTO:

Combate, vigilancia y discernimiento

El combate y la vigilancia son actitudes contra la propia fragilidad, la pereza, la lujuria, la envidia, los celos y demás… es también una lucha constante contra el diablo, príncipe del mal. No pensemos, por tanto, que el demonio sea un mito. Más bien, es una realidad y es un ser que nos acosa. En la lucha contra el diablo hay que estar despiertos, confiados y ser orantes. Esa lucha es también camino hacia la santidad.

¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo? La única forma es mediante el discernimiento, que es capacidad de razonar, elegir, que es don que hay que pedir a Dios cotidianamente. El discernimiento es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor sin olvidar que exige la escucha a la voluntad de Dios y la oración. 

El discernimiento no es un autoanálisis ensimismado o una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos. El hábito del discernimiento, sobre todo para los jóvenes de hoy, es algo verdaderamente necesario, porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas (n. 167). Es cierto que somos libres de elegir cualquier cosa con la libertad de Jesús Cristo, pero Él nos llama a examinar bien, a discernir lo que hay dentro de nosotros y lo que sucede fuera de nosotros. Se trata de escrutar los “signos de los tiempos” para reconocer en ellos los caminos de la verdadera libertad (cfr. 1Tes 5,21).

Conclusión

El Papa, con la exhortación Gaudete et Exsultate, espera que, finalmente, toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad. Para ello, termina pidiendo al Espíritu Santo que infunda, en todos, un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios.

Acerca del autor: Umberto Mauro Marsich es sacerdote y misionero xaveriano. Se licenció en Teología Dogmática y realizó un doctorado en Teología Moral en la Pontificia Universidad Angelicum de Roma. Se ha desempeñado como docente en el Colegio Centro Unión de San Juan del Río, Querétaro, en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), en la Universidad Pontificia de México (UPM) y en el Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México (IFTIM). Actualmente es colaborador de revistas nacionales e internacionales, así como maestro y miembro activo del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC).