KÉNOSIS

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Revitalizar la familia desde el Evangelio

Autor: 
Toribio Tapia Bahena
Fuente: 
Vida Pastoral - Mx

Hablar de la familia desde la perspectiva bíblica no es fácil. Enfrentamos, por una parte, un problema cultural a la vez que temporal; la manera de entender la familia en aquella cultura y en aquel tiempo era, en aspectos elementales, muy diferente a la nuestra. Por otra parte, no vale cualquier referente para la valoración de la familia cristiana; se necesita un principio absoluto que, desde la perspectiva del Evangelio, sólo puede ser el Reino o Reinado de Dios que propuso Jesús con lo que dijo e hizo.  

Teniendo en cuenta esta problemática y considerando las posibilidades esperanzadoras del Reino, propongo que reflexionemos sobre el espacio, las relaciones y los principios que deben regir a cualquier familia que pretenda ser cristiana.

La casa: espacio privilegiado que necesita revitalizarse

Todo grupo humano necesita espacios para sus relaciones; la familia no es la excepción y tiene, en todas las culturas, un espacio real y simbólico que identificamos con la casa. No hay familia que no tenga –formal o convencionalmente– un espacio para evidenciar sus relaciones. Para reflexionar sobre el alcance y significado del espacio doméstico es importante que acudamos a lo que hizo Jesús en la casa. 

Si hacemos un recorrido global del evangelio de Marcos percibimos la importancia que tiene la casa. Así, por ejemplo, es en una casa –y no en la sinagoga (vv. 21-28)– donde los discípulos ejercen su primera tarea: identificar las necesidades de la gente y presentárselas al Maestro. Han comenzado –aunque sea modestamente– su misión de trabajar en favor de la vida de las personas (v. 18) y lo hacen en un espacio cotidiano . Es también en la casa donde Jesús cura y perdona los pecados; una acción demasiado atrevida para los escribas (2,1-12). Para ellos no sólo era una blasfemia que Jesús curara y perdonara los pecados sino que al mismo tiempo lo hiciera en un espacio “no oficial”.

Pero la casa no sólo era el lugar de la actuación de Jesús; también era un espacio donde compartía la mesa con publicanos y pecadores (2,15ss; 14,3) y donde se discutían cuestiones de primera importancia como el ayuno (2,18-22) o el comportamiento comunitario (9,33ss; 10,10) . 

Con el fin de esclarecer con más concreción este aspecto vayamos a un texto paradigmático de Marcos que con cierta seguridad corresponde a la vida de Jesús. Este pasaje refiere el encuentro de Jesús con una mujer griega, sirofenicia de nacimiento (7,24-31).  Lo más interesante es que Marcos, a diferencia de Mateo, ha ubicado este encuentro en una casa . 

El encuentro de Jesús con la mujer sirofenicia en el espacio cotidiano de la casa evidencia que la soberanía de Dios es incluyente. La Buena Nueva del Reino está al alcance de todos (1,14-15), es decir, es algo real y para todos. Este pasaje de Mc 7,24-31 también evidencia la casa como un espacio para el reconocimiento mutuo (v. 23) que, según Marcos, termina siendo la mejor manera de establecer una relación digna; de ahí que el mismo evangelio insinúe otra posibilidad: en la casa se puede percibir que el “otro”, el diferente, tiene una palabra salvífica . 

Por eso, según Marcos, en el espacio doméstico se pueden superar las distancias. Aquella mujer pertenecía a un grupo dominante que provenía de la ciudad; su interlocutor, por el contrario, era un campesino judío. Quienes escuchaban el evangelio de Marcos pensaban que el cruce de barreras sociales y económicas era imposible de lograr. Sin embargo, el evangelista logra convencer de que es posible también romper este tipo de barreras fomentando una interrelación digna, pues, según Marcos, la peor amenaza para que el Reino se haga presente es el rechazo que conduce al dominio y a la explotación de los demás.

De esta manera podríamos decir que Marcos presenta un ejemplo de lo que pudo haber significado el espacio doméstico para Jesús y el alcance de esta actitud en algunas de las primeras comunidades cristianas. 

No es suficiente pues el hecho de vivir en un mismo espacio; se hace indispensable evidenciar en él otro tipo de relaciones entre las personas. Para Marcos la casa puede ser un espacio para evidenciar y hacer experimentar el Reino de Dios mediante la inclusión a todos y a través del reconocimiento de las otras personas como portadoras de palabras salvíficas. Esto permite pasar de la simpatía al encuentro, al grado de que hasta las barreras más denigrantes puedan superarse de manera adecuada.

La fraternidad: principio de relación irrenunciable

Cuando Jesús eligió a sus discípulos no pensó en hacer un grupo imitador de los comportamientos establecidos; se dedicó por completo a formar una comunidad que fuera capaz no de competir sino de presentarse como alternativa ante el proyecto del mundo: ante el servilismo, servicio; contra el odio, amor; ante el egoísmo, la entrega de la vida; contra la marginación, la inclusión desde el amor; ante el culto viciado por intereses, el culto en Verdad.  

No era suficiente con que la casa fuera un espacio donde se encontraran dignamente las personas; debería construirse la nueva familia de los hijos de Dios. De ahí que Jesús y sus primeros discípulos fueron determinantes ante el grupo familiar de tipo patriarcal. 

Un texto que permite entrever la nueva familia de Jesús es Mc 10,28-31. Si comparamos la lista de renuncia y de recompensa que menciona Jesús en los vv. 29 y 30 nos damos cuenta que en la segunda ocasión no se menciona al padre. Recordemos que en la manera de comprender y de vivir en el grupo familiar de aquel tiempo el padre (paterfamilias) era la figura clave. Tenía una autoridad casi absoluta como dueño de la casa o familia, a la que daba su nombre; era  como el jefe de Estado pero en la familia; se desempeñaba como juez y único propietario de las cosas y de las personas. 

Si la comunidad de discípulos quería ser realmente alternativa no deberían sólo desplazarse en el espacio (del templo a la casa) sino optar por construir, en este nuevo lugar, una verdadera familia de hermanos. Ellos habían abandonado la casa patriarcal, es decir, cierta manera de comprender y de organizar la vida comunitaria; la recompensa que recibirían se convertía en una gran responsabilidad: construir una comunidad familiar en la que no exista alguien que se sienta dueño de las demás personas; crear un nuevo tipo de relaciones humanas en el que no haya un dueño absoluto sino solamente hermanos (véase también Mt 23,1-12). 

Por eso, desde el proyecto de Jesús, la casa, así como las relaciones entre sus miembros, son un espacio y una oportunidad para compartir la vida.

Exigencias

La revitalización del espacio doméstico y la aceptación de la fraternidad como principio ineludible de las relaciones familiares suponen ciertas exigencias que bien podríamos rastrear, desde algunos criterios adecuados, en el mismo mensaje del Evangelio.

Quiero señalar, por una parte, la exigencia de regirse en la vida por principios, más que por opiniones secundarias. En cierta ocasión, según el evangelio de Marcos (10,1-12), unos fariseos se le acercaron a Jesús –para ponerlo a prueba– y le preguntaron si un marido podía repudiar a su mujer (v. 2). Lo más interesante, de acuerdo a nuestra reflexión sobre la familia, es que mientras los fariseos se aferran a un punto de vista que además tenía bastante respaldo en la práctica cotidiana, Jesús acude a un principio. Mientras aquellos basan su comportamiento en una opinión, Jesús fundamenta va al origen, al comienzo, al fundamento de cómo deben ser las cosas.

Desde esta perspectiva, y con relación a la familia, debemos estar muy atentos a lo que vamos decidiendo, pues en muchos momentos nos puede ganar la conveniencia en lugar de la convicción; tenemos el riesgo de guiarnos por la excepción en lugar de aceptar con madurez las exigencias de lo que hemos elegido. La vida no es un juego; las personas no son juguetes que podamos desechar a la hora en que se nos antoje. La vida matrimonial –y la de familia– no puede regirse por opiniones secundarias que atenten contra los valores que sirven de fundamento . 

Por otra parte, se puede considerar la exigencia de ser discípulo auténtico y no sólo una persona de honorabilidad o buena reputación. El mismo evangelio de Marcos sitúa este segundo principio (10,17-31) en el contexto de la exigencia que hemos señalado anteriormente. Nos referimos al caso del hombre rico y su relación con las exigencias y consecuencias del discipulado. Para Jesús –y para el mismo evangelista y sus comunidades– el cumplimiento individualista de los mandamientos por parte del joven rico no encaja en esta nueva manera de comprender la vida de los discípulos; por eso, dice el evangelio: Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme (v. 21). Si tomamos en cuenta que todos los mandamientos explicitados por Jesús están relacionados con la fraternidad, cabe una pregunta: ¿Cómo es posible que aquel hombre los haya cumplido todos desde su juventud y siga siendo rico?

Aquel hombre, de acuerdo a los parámetros mediterráneos de la antigüedad, era una persona honorable pero no necesariamente de bien; había acumulado satisfacción personal y respeto de quienes lo conocían pero no el tesoro en el cielo. Le faltaba convertirse en hermano y seguidor de Jesús. Y es que, según el Maestro, no basta el cumplimiento egoísta de ciertas normas; es indispensable vivir de principios, construir la fraternidad, amar a las personas. Los discípulos pensaban que el cumplimiento de ciertos mandamientos los hacía buenos; Jesús piensa que la fraternidad e ir detrás de él para construir una auténtica comunidad de hermanos es lo que realmente garantiza que se consiga la vida eterna. 

Desde la perspectiva del Evangelio, el espacio doméstico y la misma familia tienen que ir mucho más allá del mero cumplimiento de normas. Es indispensable promover la vivencia de principios. La misma familia no se constituye sólo por la observación de una ley; le da sentido pleno la vivencia de los valores del Evangelio. La familia cristiana va mucho más allá de ser un grupo generador de personas de buena reputación o con carga de honorabilidad. Cualquier familia que pretenda llamarse cristiana debe estar generando nuevos y mejores discípulos de Jesús.

Somos conscientes de que “la familia en los tiempos modernos ha sufrido, quizás como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y la cultura”. Sin embargo, nos llena de esperanza el hecho de que “muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar” . Estas tristezas y alegrías deben animarnos a seguir reflexionando sobre el modo de hacer del espacio doméstico un auténtico lugar para revitalizar, corregir y hasta buscar mejores actitudes y comportamientos que hagan de cada familia un hogar auténtico. Esta tarea no se puede cumplir desde cualquier parámetro; desde el mensaje del Reino que proclamó y vivió Jesús tenemos la ineludible y urgente tarea de construir una verdadera comunidad de hermanos; unas relaciones que sin sacrificar ministerios y sin confundir funciones tengamos como punto de referencia los principios de relación que ofrece el Reino, a saber: la fraternidad, el respeto, la dignidad, la reconciliación.

Acerca del autor

Toribio Tapia Bahena es sacerdote de la diócesis de Ciudad Lázaro Cárdenas. Durante varios años (2005-2010) colaboró en la Conferencia del Episcopado Mexicano como secretario ejecutivo de la Dimensión para la Animación Bíblica de la Vida Pastoral. Actualmente es profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de México así como en el IFTIM (Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México). Colabora, además, en las Obras Misionales Pontificias de México (OMPE) y es asesor de la FECCEFOBI (Federación Católica de Centros de Formación Bíblica). Nota: el texto aquí  publicado fue tomado de la revista “Vida Pastoral” (Editorial San Pablo México).