KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Vale la pena vivir? Carta de una joven desesperada

Autor: 
Juan Manuel Galaviz
Fuente: 
La Familia Cristiana - Mx

Estimado Padre: 

Le escribo porque, de no hacerlo, creo que voy a morir. No quiero hacerme la víctima o la sufrida, ni mucho menos; sé que el destino de cada quien ya está marcado y que nadie puede cambiarlo. También sé que yo soy la que no debí nacer nunca y que a nadie le importa lo que le pasa a nuestros semejantes, porque a veces ni uno mismo se importa.

Veo día a día que la vida va pasando y que la gente sigue igual, y en ella me incluyo yo más que nadie; que actuamos como autómatas, que gritamos a los que están más abajo de nosotros; en fin, que somos un asco humano, basura podrida, y que contamos con una gran miseria en el alma.

Ahora, no quiero que piense que por mis largos 19 años no he vivido lo suficiente como para no darme cuenta del mundo. Sé que existen alegrías, lo sé, sé que existen, pero ¿valen la pena, con tanta hipocresía y falsedad que nos rodean?

Tampoco quiero que piense que estoy amargada o que odio al mundo. No, no es eso. Sólo sé que ya no quiero seguir así, día tras día, con esta gran tristeza que siento, con este gran dolor que tiene mi alma. A veces pienso que llevo un gran globo dentro del corazón, y que un día va a explotar.

En fin, creo que debo terminar de contarle, porque de lo contrario tendría que escribir hojas y hojas, que al fin y al cabo a nadie le importan; ni siquiera creo que a usted le importen. Porque he leído sus falsos consejos; consejos que tiene que decir porque es su trabajo y nada más. Pero creo que usted tampoco tiene tiempo para escuchar a los demás.

Consejos, ¿de que sirven los consejos? ¿Para qué escucharlos si cuando tenemos un problema nos quedamos solos? Sí, nos quedamos solos con nosotros mismos. Y para decir palabras, cualquiera las dice. Pero, dígame: ¿Usted puede sentir esto que siento? No lo creo. Nadie siente lo que nos pasa, y es por eso que siempre estamos completamente solos.

Gracias por perder su tiempo leyendo algo que siento. Gracias y adiós.

Atte. Gabriela

 

Muy apreciable Gabriela:

Releo una y otra vez tu carta, y sin embargo te digo: “¡vale la pena vivir!” Abrir el corazón y los ojos, para que salgan los infectos olores del pesimismo y se presente ante nosotros un panorama entusiasmante, digno de ser amado.

La vida no siempre será un paisaje perfecto. Errores, maldades e hipocresías siempre las tendrás a la vista; pero pronto te darás cuenta de que eso no es lo único que se presenta ante tus ojos. Y acabarás por comprender que hasta las flaquezas del mundo son un estímulo para que no desmayes en tu afán de luchar con energía. Sí, Gabriela, para encontrar la felicidad debes poner amor donde veas egoísmo; verdad, donde trate de imperar la mentira; alegría, donde aparezcan el abatimiento y el malhumor; serenidad y reflexión, donde la prisa y el interés materialista pretendan hacer de la existencia humana una vulgar competencia.

Dices que nuestro destino está marcado. Es cierto: nuestro destino es amar y ser felices, dos cosas que no pueden estar separadas. Solamente con la generosidad del amor se vence esa miseria del alma de la cual tú hablas, miseria que, a final de cuentas, es egoísmo.

Creo que tu único error es tu visión, tu perspectiva de vida. Tú esperas que la felicidad te llegue desde fuera, siendo que más bien debe proyectarse desde adentro. Porque la felicidad sólo puede proceder de tu corazón, de tu mente, de tus acciones, de tu nobleza, de tus iniciativas. Cuando Cristo dijo: “El Reino de los cielos está adentro de ustedes”(Lc 17,21), seguramente pensaba también en estas cosas. Y lo mejor es que pensaba en ti y en todos los seres humanos que a veces nos dejamos ahogar por la tristeza, cuando todo sería tan sencillo y hermoso si nos resolviéramos a comenzar por el amor.

Gabriela, no me queda más que decirte que “la esperanza todo lo alcanza”. ¿Es una motivación? No sólo motivación sino elemento con el que toda persona desesperada debe recomenzar: “esperanza”. Porque la esperanza es efectiva, y es, por cierto, un don de Dios que nos impulsa a caminar.

Me despido de ti con estimación.

Atte. P. Juan Manuel Galaviz, ssp