KÉNOSIS

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Virgen de Guadalupe: la Madre que sana al mexicano

Autor: 
Clodomiro Siller Acuña
Fuente: 
Vida Pastoral - Mx

La curación en los tiempos prehispánicos

Los pueblos mesoamericanos tenían una medicina que habían desarrollado durante siglos. En asambleas se otorgaban cargos a algunas personas con experiencia para atender la salud del pueblo. Por lo general, esos encargados eran sumamente eficaces.

Quienes curaban consideraban que, aunque su preparación había comenzado desde niños, acompañando a otras personas que conocían los medicamentos y sanaban al pueblo, su función y servicio de curar estaba muy relacionado con Dios, dispensador de todos los bienes, fuente de salud y autor de la vida que disfrutamos.

Sin embargo, al inicio de la Colonia (finales del siglo XV y principios del XVI) muchos europeos comenzaron a frecuentar a los médicos indígenas para develar sus prácticas. El efecto más considerable fue que los médicos provenientes de Europa emprendieron una descalificación de los médicos tradicionales indígenas, acusándolos de brujos y hechiceros. Este fenómeno produjo graves consecuencias, algunas de las cuales se han extendido hasta nuestros días. Las peores de ellas son la denigración y el abandono de medidas sanitarias y del legado medicinal indígena. Otras no menos lesivas se manifiestan en situaciones muy peculiares, como el caso de los científicos e investigadores internacionales que acuden a las comunidades étnicas para asimilar conocimientos (a veces milenarios), y después acudir a patentar los ingredientes autóctonos que las personas comunitarias usan para sanar.

La primera evangelización no la entiende el pueblo

Diez años antes de que sucediera el evento del Tepeyac, había comenzado la evangelización en México, pero los indígenas no abrazaban la fe cristiana porque no entendían ni el lenguaje ni los símbolos usados en la catequesis y en las celebraciones litúrgicas de los españoles. Y no obstante que poco después se haya inculturizado el Evangelio, sobre todo a partir del uso de los códices indígenas, eran muy pocos los que se convirtieron al cristianismo. Por eso dice el texto donde se narran los encuentros de Juan Diego con la Virgen de Guadalupe que en el templo a donde iba Juan Diego pasaban lista los domingos, para probar que los indígenas no asistieran a otros ritos antiguos.

La sanación social de Juan Diego

Ya desde el principio, cuando Tonántzin llamó a Juan Diego diciéndole “Digno Juan, Digno Juan Diego” (Ioántzin. Ioandiegótsin, v. 13 del Nican Mopohua), ella lo estaba sanando de la opresión a la que había sido sometido, pues, gracias a la Conquista española, había pasado de ser un sacerdote del pueblo a un campesino de por allí (un nicnotlapalzíntli, v. 2). 

En el original del Nícan Mopóhua, que es la narración que hemos venido recordando, vemos que Juan Diego le pide a la Virgen que elija a una persona rica y bien posicionada socialmente para que el Obispo acredite su voluntad. Pero la Virgen le anuncia que él era el mediador indicado (Tú eres mi mensajero, muy digno de confianza, vv. 39-44). Ella tenía muchos servidores y mensajeros, pero era necesario que por mediación y ayuda de Juan Diego se hicieran realidad los planes divinos (cfr. vv. 39-44).

La dramática situación del pueblo

Diez años después de que se conquistó la ciudad de México-Tenochtitlan, el pueblo indígena padecía una profunda crisis de identidad; sus símbolos culturales estaban desapareciendo (la flecha y el escudo yacen por tierra... por donde quiera están rendidos todos los habitantes, ya sean los del monte o los del lago, cfr. v. 3).

En medio de esas circunstancias tan dramáticas, fue cuando la Virgen de Guadalupe se encontró con Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Se presentó como Tonántzin in Hipalnemohuáni (la Madre de Aquél por quien se vive), como Tonántzin in Tloquenahuáque (la Madre de Aquél que está siempre cerca y junto de nosotros) y con otros cuatro nombres que la identifican como la Madre de Dios (cfr. v. 22).

La Virgen le dijo a Juan Diego que ella pedía un templo para en él mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa; y para oír y remediar todas las angustias, miserias, penas y dolores de todas las naciones (que viven en esta tierra), y de aquellos que la invoquen y en ella confíen (cfr. vv. 23-25).

Desde la cúspide eclesial no le creen al teólogo Juan Diego

Juan Diego llevó el mensaje de la Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga (1468-1548 d.C.), pero éste no le creyó; todavía menos le creyó cuando Juan Diego le comunicó que la voluntad de Tonánzin era que en ese lugar (el Tepeyácac) le construyeran un templo . En una segunda entrevista, Juan Diego, que era teólogo –esto se explica a partir de que su ciudad era conocida cono Cuauhtítlan, o bien “lugar de Águilas”, lugar de los que hablan de Dios–, entendió el sentido cristiano de la voluntad de la Guadalupana, y le dijo a Zumárraga que por todo lo que había visto y admirado descubría que ella era la amable, siempre Virgen, la admirable Madre de nuestro Salvador y nuestro Señor Jesucristo. Así, Juan Diego se mostraba como una persona evangelizada que, a partir de lo que le había revelado la Virgen, encarnó el Evangelio en su tradición religiosa anterior. Sin embargo, aún con esta actitud de mensajero de la Virgen, el Obispo tampoco le creyó.

Fue con la señal de flores que envió la Virgen  (vv. 79-85) que finalmente el Obispo creyó y procedió a la edificación del templo, construido con la ayuda de toda la gente que se sintió convocada (vv. 106-111).

Guadalupe sana al tío de Juan Diego

En medio de todo esto, sucedió que el tío de Juan Diego, llamado Juan Bernardino, se enfermó mortalmente porque le dio la viruela, una enfermedad proveniente de Europa y a la que los indígenas llamaron cocolíztli. La situación no era nada fácil, pues, el tío estaba a punto de morir –tío, en el sentido que era hermano de la mamá, el principal pariente, el más apreciado, cuna de ascendencia–. Juan Diego dejó todos sus compromisos que tenía con la Virgen y con el Obispo, y se dedicó a buscar médicos de su comunidad para que lo curasen, pero ya no había nada qué hacer, su tío estaba en los límites de la vida; una gran enfermedad se había asentado en él, y por ella había de morir. Entonces, su tío le pidió que fuera por un sacerdote para que lo preparara a bien morir. Juan Diego, para no encontrarse con la Virgen, evitó pasar por encima del cerro: su primera preocupación era la de resolver las necesidades de su tío. No quiso encontrarse ni causarle pesadumbre a la Virgen. Rodeó el cerro, pero Ella le salió al paso, la Virgen, presurosa y llena de amor maternal, le dijo: No es nada lo que te preocupa y aflige. ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y mi cuidado? ¿Acaso no soy yo tu fuente de vida? ¿No estás acaso en el hueco de mi manto en donde cruzo mis brazos? ¿Quién más te hace falta? Que ya nada te apene ni te dé amarguras. No te aflija la enfermedad de tu tío. Porque no ha de morir de lo que ahora tiene. Ten por seguro en tu corazón que ya sanó (y en aquel momento sanó su tío, como después se supo). Cuando Juan Diego oyó las palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho, se calmó su corazón. Y le suplicó a la Guadalupana que inmediatamente lo despachara a ver al Señor de los sacerdotes a llevarle su señal para que le creyera (cfr. vv. 60-78).

Juan Diego se asegura de la verdad de la promesa de Guadalupe

Cuando ya se estaba construyendo el templo, Juan Diego le pidió a la Virgen que le permitiera ir a su casa a ver a su tío... Concedido el deseo, acudió a donde se encontraba el enfermo, en compañía de algunos más. Al llegar, vieron a su tío que estaba sano y que nada le dolía. Él se asombró mucho de que su sobrino viniera muy acompañado y muy honrado y le preguntó qué sucedía para que lo honraran tanto. Juan Diego le narró su encuentro con la Virgen. Y le repitió las palabras que habían salido de Ella: Que no se afligiera, que su tío estaba sano, y de lo mucho que se consoló. Y el tío dijo que era verdad, que precisamente entonces lo había curado, y que él la había visto tal y como se había mostrado a su sobrino, y que ella le había dicho que tenía que ir a México a ver al Obispo. Y que cuando fuera a verlo, le revelara todo lo que vio, y le platicara de qué manera maravillosa lo había ella sanado. Y que llamaría y nombraría bien a aquella preciosa imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

La conversión del pueblo

Luego trajeron a Juan Bernardino ante el Obispo para que hablara y atestiguara delante de él. Y junto con su sobrino Juan Diego, el Obispo los hospedó en su casa por unos cuantos días, hasta que se levantó el templo de la Reina y Señora del Cielo allá en el Tepeyac (vv. 112-121).

Cuando el pueblo conoció la imagen de la Virgen de Guadalupe que aparecía con rasgos indígenas, con símbolos indígenas, y que su mensaje era de salvación y curación, comenzaron entonces las conversiones al cristianismo (al estilo de lo que Paulo VI llamó Religión del Pueblo).

Desde aquel entonces la Virgen de Guadalupe ha marcado profundamente a nuestro pueblo (México, y con él toda América Latina), de tal manera que muchos han llegado a afirmar que “los habitantes de nuestro país son más guadalupanos que mexicanos”, incluso se atreven a decir que muchos “son más guadalupanos que cristianos”.

La Virgen de Guadalupe, Madre que sana a los mexicanos

Desde hace siglos, mucha gente, cuando por algún motivo se enferma (o se enferma algún pariente o conocido), lo primero que hace es invocar a la Virgen de Guadalupe para que le conceda salud. Además, no deja de consultar y seguir las recomendaciones de las personas que curan en sus comunidades. También hacen la promesa y “cumplen la manda” de ir en peregrinación al Santuario de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac para agradecer la salud otorgada por la Madre de Dios.

Dentro y fuera del Santuario de la Basílica de Guadalupe puede hoy encontrarse una enorme cantidad de gente que peregrina de rodillas (a veces sangrando), para agradecer a la Virgen el milagro de la salud. Y dejan flores y encienden una candela o veladora, como símbolos de la verdad y la enseñanza que han obtenido en esa experiencia de curación, prueba de la bondad de Guadalupe, que es la Madre que sana a los mexicanos.

Acerca del autor

Clodomiro Siller Acuña, originario de la ciudad de Saltillo Coahuila (México), es especialista en culturas indígenas y el fenómeno guadalupano. Actualmente es Miembro de la Mesa de Coordinación del Centro Nacional de Misiones Indígenas (CENAMI). El artículo aquí expuesto se ha publicado en la revista Vida Pastoral, Ediciones Paulinas, México 2016.