KÉNOSIS

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Abraham, un hombre de fe inquebrantable

Autor: 
Jaime Gutiérrez
Fuente: 
FC - México

“No tengas miedo porque yo soy tu protector. Tu recompensa va a ser muy grande”.

Personaje: Abraham fue descendiente de Sem e hijo de Taré. Tuvo como esposa a Sara y fue padre de Isaac (antepasado de los hebreos) y de Ismael (antepasado de otros pueblos semitas).

Etimología del nombre: su nombre proviene de la raíz ab, que significa “padre”, y ram, que se asocia a “lo alto o excelso” (“el padre excelso”). Su nombre primitivo era Abram, pero Yahvé lo llamó Abraham, porque lo hizo “padre de todos los creyentes”.

Lugar de origen: Abraham nació en Ur, antigua ciudad de Mesopotamia, situada aproximadamente entre la actual ciudad de Bagdad en Irak y el extremo del Golfo Pérsico. A la edad de 75 años, cuando murió su padre, se trasladó a Canaán (hoy Palestina).

Dato curioso: Abraham no sólo es una figura importante para la religión cristiana, también lo es para las religiones judía e islámica, ya que fue el propulsor del monoteísmo. La Biblia lo presenta, de hecho, junto con su hijo Isaac, así como con el hijo de éste, Jacob, como patriarca del pueblo hebreo.

Abraham aparece descrito en los primeros libros de la Biblia, específicamente en el libro del Génesis. Fue el progenitor de la nación hebrea y de varios pueblos árabes. Pero más allá de su descendencia física, su grande herencia ha sido en la dimensión espiritual, ya que puso toda su vida al servicio de Dios, favoreciendo así la obra de salvación en el mundo.

Una orden, una vocación

Abraham recibió una orden intempestiva: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar”. Fue algo dramático. En ese momento Abraham contaba con 75 años; a esa edad ningún anciano quiere que le estén sacando de su rutina. Sin embargo, Abraham no presentó objeciones: se puso en camino imediatamente, aunque no sabía a dónde iba.

Todos en la vida recibimos de parte de Dios alguna orden que, a veces, nos puede parecer inesperada; pero si no la seguimos podemos enredarnos en nuestros propios proyectos y toparnos con desilusiones. Pues la vocación es eso: una orden del Señor que hay que cumplir, sabiendo que nos favorecerá y que dará glorial al Creador.

Nuestros caminos no son los de Dios

En el capítulo 15 del Génesis se reporta una revelación que tuvo Abraham. El Señor le dijo: “No tengas miedo porque yo soy tu protector. Tu recompensa va a ser muy grande”. Abraham no se alegró del mensaje divino, a pesar de que el Señor le ofreció protegerlo y darle una “gran recompensa”. Él prefirió quedarse en su desencanto por no tener hijos, y por eso más tarde le reclamó al Señor…

La “gran recompensa” de la que hablaba el Señor, incluía lo mejor que se le pudiera obsequiar a Abraham. Pero Abraham, en un primer momento, no pensó en el plan de Dios, sino sólo en sus deseos y proyectos.

Hay algo más: de acuerdo al relato bíblico, el Señor le había prometido a Abraham que le daría muchos hijos; sin embargo nunca llegaba el primogénito, y la vejez avanzaba implacablemente. Entonces Sara y Abraham pensaron que tenían que “ayudarle” a Dios. Se les ocurrió que Abraham podía tener un hijo con la esclava Agar, ya que Sara era estéril. Y nació el hijo de Agar (Ismael), y con él llegó también la intriga a aquel hogar, pues las dos mujeres (esposa y esclava) le hicieron la vida imposible a Abraham con sus celos.

Lo anterior nos enseña que el plan de Dios tiene su tiempo propio. El afán de Abraham y Sara por tener un hijo (no acataron la voluntad del Señor), y considerar sus solas fuerzas, los llevó a la desesperación y al desastre.

Muchos de nuestros contratiempos, en la vida, son producto de nuestra prisa, de no saber esperar el momento precioso, la “hora de Dios”. Nos adelantamos y, automáticamente, nos introducimos en situaciones conflictivas de las que después no sabemos cómo salir.

Abraham aprendió la elección y continuó su peregrinaje sin rumbo, esperando que se aclarara la voz de Dios y que una luz brillara en medio de su oscuridad.

Abraham lleva al sacrificio a su hijo Isaac

Dios le había concedido su primer y único hijo a Abraham: Isaac. Pero en el capítulo 22 del Génesis aparece un hecho sumamente dramático: Abraham escuchó de parte del Señor que debía sacrificar al hijo que le acaba de conceder después de tantísimos años de espera. Hasta ese entonces Abraham se había jugado el todo por el todo en aras de la fe. Pero ahora, reconociéndose asistido y amado por Dios, decidió llevar al sacrificio a su muchacho; lo colocó sobre el altar; y cuando ya tenía el puñal en lo alto, un ángel del Señor le detuvo la mano... Tal vez nos parezca espantoso el hecho de “sacrificar un hijo”, pero en el tiempo de Abraham era costumbre ofrendar a Dios uno de los hijos (generalmente el primogénito). A pesar de ello, el Señor le demostró a Abraham que Él no era un Dios sanguinario: Él no quería ofrendas de hijos, sino perdón y misericordia.

La actitud de Abraham nos enseña que al Señor se le debe obedecer hasta las últimas consecuencias. Él es el dueño de nuestra vida. Isaac, al ver que ascendía junto con su padre al monte sin llevar la víctima para el sacrificio, le preguntó a su padre Abraham: “¿Y el cordero?” Seguramente a Abraham se le partió el alma al escuchar la pregunta de su hijo; aún así le contestó: “El Señor proveerá”… La experiencia de salvación nos hace ver que el Señor siempre vela por nosotros, especialmente cuando decidimos “perder nuestra vida” para ofrendársela a Él. Es una garantía: con el Señor nunca salimos perdiendo.

Abraham, un andariego

Abraham fue un andariego sin rumbo. No supo hacia dónde ir ni a dónde llegar. Parecía una broma pesada lo que le sucedió: Dios le prometió un hijo a pesar de su edad y vejez. Sin embargo, a pesar de las circusntancias personales, Abraham decidió creer y esperó con ilusión. Fortaleció su fe y llegó incluso a levantar el cuchillo sobre el corazón de su primogénito. Por eso dice la Carta los Hebreos que “Abraham creía que Dios era tan poderoso que podía resucitar a su hijo” (Heb 11,19).

Tener fe es eso: caminar y caminar, aún bajo la noche, pero con la certeza de que a pesar de todo, a pesar de que Dios enmudece, continúa caminando junto a nosotros. Tener fe es saber esperar el momento y la hora de Dios, y, entretanto, seguir caminando con ilusión sin desconfiar ni un solo segundo de su persona, pues Él es un padre amoroso que jamás abandona.