KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Adviento: esperar al que vendrá

Autor: 
Martin Gelabert
Fuente: 
RD

Estamos ya en pleno tiempo de Adviento. Por todas partes se habla de cómo celebrar este año la Navidad. Preocupación comprensible, pero que corre el riesgo de hacernos olvidar el sentido del Adviento.

El Adviento tiene dos partes distintas. Relacionadas, pero distintas. Y no conviene hablar de la segunda parte hasta que llegue el momento porque, de lo contrario, no ayudamos a vivir el acontecimiento que celebramos en la primera parte.

La primera parte del Adviento tiene una dimensión eminentemente escatológica. No está dedicada a preparar el misterio de Navidad, sino a celebrar un importante artículo del Credo, el que dice que el Señor de nuevo vendrá con gloria, al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos. La primera parte del Adviento no se refiere al pasado, sino al futuro; no celebra lo ya acontecido, sino lo que vendrá.

¿Qué interés tiene este artículo de la fe, que dice que el Señor vendrá para juzgar, o sea, para dejar claras todas las cosas, para poner orden en toda la realidad? Mucho. Según lo que esperamos y a quien esperamos, así vivimos. Quien espera, aún en medio de muchos dolores, la curación de una enfermedad, vive con mucha más alegría que quien, sin sufrir tanto, sabe que con su enfermedad tiene los días contados. Quien espera la pronta liberación, aún en medio de sufrimientos e incomodidades, vive con más alegría que quien sólo espera la muerte. Nosotros esperamos la “vuelta” del Señor, o sea, esperamos encontrarnos con Él al final de nuestra vida.

El mejor modo de esperarle es saber encontrarle ya presente en nuestra vida. ¿Dónde encontrarle? Como bien dice la liturgia, el Señor sale a nuestro encuentro “en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y, por el amor, demos testimonio de la espera gozosa de su Reino”.

La encíclica que acaba de publicar el Papa, Fratelli tutti, puede ser un buen manual del Adviento, pues en ella nos invita a construir una nueva humanidad más fraterna, en la que haya tierra, pan y techo para todos; en la que nadie sea discriminado por motivos de raza, de orientación sexual, de lugar de nacimiento, de enfermedad o de pobreza. Esta humanidad es la que Dios quiere y la que debemos preparar. Preparando esta humanidad fraterna abrimos caminos para que el Señor venga ya en cada uno de nuestros presentes.

Fuente: Religión Digital