“Ama y haz lo que quieras”

La frase se atribuye a san Agustín y la verdad es que es muy buena. Podría ser una síntesis de toda la doctrina cristiana. “Ama y haz lo que quieras”: ante cualquier duda, ante cualquier dilema; tú asegúrate de hacerlo por amor y estarás haciendo lo correcto.

El problema es que amar no es tan sencillo. Como lema está muy bien, pero a la hora de concretarlo, surgen los problemas. Porque a veces aquello que creemos que es amor no dura en el tiempo. Otras veces, detrás de un acto aparentemente generoso, descubrimos que nos buscamos a nosotros mismos; que en realidad nos ofuscamos si no se nos agradece lo suficiente. Queremos amar, pero depende de “a quién”. Hay gente a la que somos incapaces de amar porque nos producen rechazo, o nos son desconocidos, o simplemente porque ellos tampoco nos tratan bien. A veces no nos atrevemos a amar por miedo a que nos hagan daño. O preferimos simular un sucedáneo de amor, que nos permite pasar página sin que duela, pero cuando llegan las pruebas desistimos (…). Pues, a fin de cuentas, ¡qué fácil es querer el bien… pero qué difícil es hacer el bien!

No obstante, he aquí lo que motiva la frase “ama y haz lo que quieras”: Jesús de Nazaret, el rostro de Dios vivo. Sí, porque Él nos enseña a amar, y nos propone un amor incondicional. Su ejemplo aparece en el Evangelio, en páginas vívidas que muestran al hombre que tuvo el valor de pasar haciendo el bien hasta sus últimas consecuencias. Un hombre en cuya vida caben silencios y palabras; oración y acción; lágrimas y amistades; consuelos y broncas; alegría y cruz. Un hombre que se hizo llamar Maestro –tal como debía– y amó hasta el extremo. Para que con Él, y sólo con Él, podamos decir: “ama y haz lo que quieras”.