KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Cinco sentidos para el noble servicio de educar

Autor: 
Gemma Justo Medrano
Fuente: 
Cristianisme i justicia

¿Enseña la escuela a saborear o sólo a tragar?, ¿a oler con pericia o sólo a oler? ¿Y tocar? ¿Cómo toca la escuela? ¿Qué necesita mirar? ¿Pone atención para escuchar o sólo escucha rumores que sigue o desoye según las circunstancias?

Amar la escuela con los cinco sentidos es ayudar a hacer de la escuela un organismo vivo que, también con los cinco sentidos, se disponga al servicio de toda la comunidad. Es decir, querer el sentido de educar, del noble servicio de educar. Erich Fromm, el destacado psicoanalista y filósofo humanista de origen judío, en su ensayo El arte de amar, decía algo como que para que el amor entre dos personas sea auténtico, es necesario sentir y practicar primero el amor fraterno, universal. Si no es así —creo que sigue diciendo—, eso es “un egoísmo de dos”. Justo frente a este egoísmo, la vocación de amar, la vocación de educar.

¿Y si detenemos el tiempo para saborear? A menudo priorizamos la organización y el buen funcionamiento por encima de este saborear un proyecto, un tiempo de compartir diálogo, silencio… Debemos tener horarios y programar, pero podríamos parcelar algo menos el aprendizaje, dejar de encapsular tantas cosas que quedan así ahogadas por haberlas privado de un ritmo más de la vida que del currículo. La creatividad, además, puede partir del pensamiento: ¿qué hacemos pensar a los alumnos? Dejémosles pensar sin dirigirles tanto, no rompamos sus posibles silencios productivos.

En ocasiones parece que nos asusta salir perdiendo en la transmisión de conocimientos. Puede ayudar al profesor una buena formación que le haga sentirse seguro con un ritmo más natural. ¡Saboreemos lo que pasa en la escuela!

¡Pasan muchas cosas en la escuela! Incluso por algunos pasillos con olor a cerrado, también viajan aromas frescos de alumnos y profesores que viven un presente esperanzado. Cuando recordamos nuestro sentido del olfato, se nos revela la diversidad de alumnos y les rescatamos de la homogeneidad en la que los sumergimos tan a menudo para ir al trabajo; dejamos entonces de hablar del “alumno” para referirnos a todos ellos cuando el momento requiere la diferencia por necesidades diversas. Cada alumno espera del profesor que se pregunte por lo que se pueda esconder detrás, por lo que pueda haber en su interior.

La resignación de la frase “Es lo que hay” no siempre es realismo, sino una justificación para escabullirse de tocar la realidad. Debemos ser escuela en salida, tocar el exterior y darle respuesta. Sólo este tipo de aprendizaje –que favorece el sentirnos todos parte activa del mundo– podrá ser transformador de la realidad y transformador del ser y conciencia de cada alumno. Del mismo modo, la escuela debe validar para la convivencia todas las capacidades humanas con las que cuenta, sin menospreciar ninguna.

No en vano podemos decir que hay profesores poco rentabilizados; no por desprecio, sino porque la escuela no los ve o, viéndolos, no se les mira. Debería aprovechar todas las fortalezas a su alcance, beneficiarse más de lo que ya tiene: capacidades diversas de los profesores, de los alumnos, de otro personal. Se trata de saber ver la luz de cada uno y hacerla lucir, “ponerla en el portalámparas”.

Al mismo tiempo, cuando la escuela ayuda a hacer una buena entremezcla entre luces y lucecitas, todos ganamos: ¿admiración por el voluntario social o por el influencer de turno, por el simpático famoso millonario o por el periodista que es fiel a la verdad? ¿Hacia dónde hace mirar la escuela?

Escuchar no, pero la palabrería sí está de moda y más aún si produce impacto. Gestionar bien la palabra en la escuela es tan fundamental como distinguir, todos juntos, entre la verdad y los rumores vanos, sean de dentro o de fuera. Hay que construir relatos desde la ética de lo auténtico fomentando el diálogo y el análisis crítico de lo que ocurre en el mundo. Es necesario trabajar más la capacidad liberadora del silencio, donde el alumno se escucha a sí mismo para después salir, más rico, hacia el otro y el mundo.

De tanto acostumbrarse al sistema para sobrevivir, la escuela no escucha a menudo su propia voz. Con el esquema del sistema incorporado, da lo que le sobra, acoge a los que no cuesta tener en el aula… nos hacemos sordos.

Cuando además de tocar, palpo, entro en lo que no soy yo y gano en humildad. Cuando además de ver, miro, me detengo y se ensancha mi horizonte. Cuando además de comer, saboreo, me dejo ganar por la bondad de lo que entra en mí. Cuando además de oler, percibo, discierno con el olor a otros mundos que no imaginaba. Cuando además de oír, escucho, me dejo interpelar y gano en lucidez.

Acerca de la autora: Gemma Justo Medrano es profesora de Secundaria en la Escuela Gabrielistes-Barcelona, en el barrio del Besòs. Responsable para la Misión Compartida Gabrielista. Licenciada en Filología Hispánica (Universitat de Barcelona) y en Estudios Eclesiásticos (Facultad de Teología de Cataluña). La fuente del texto aquí publicado es: Cristianisme i justicia (24 de noviembre de 2021).