KÉNOSIS

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¿Cómo hacer una buena confesión?

Autor: 
Card. Jorge Medina Estévez
Fuente: 
Kénosis

El sentido del pecado y el sacramento de la Reconciliación van de la mano. Si se debilita uno, entra en crisis el otro. En la medida en que la vida ha transcurrido asumiendo un rostro prevalentemente horizontal, bajo la carga creciente de los problemas, siente fatiga para entender que la mirada dirigida a Dios, a la búsqueda de su luz, de su sustento, ayuda a resolver mejor y con más eficacia las grandes interrogantes de la vida cotidiana. El sacramento de la penitencia presupone y ha de acrecentar la conciencia de que el encuentro con Dios es fuente de calor y serenidad.

El sacramento de la Penitencia es una perla escondida en la tierra. Quien contribuye a poner en evidencia ante los hombres su belleza y a desenterrarla porque ya era su tiempo será sumamente grato a Dios.

I. Para comenzar

Si deseas confesarte, significa que Dios está tocando a las puertas de tu corazón, pues no es sencillo ir al confesionario. Para comenzar, es recomendable que puedas leer el Evangelio de san Juan (20,19-23), porque un hombre limitado como tú, el sacerdote, entrará en tu conciencia y se lo permitirás, si así te parece bien cumpliendo con el mandato de Jesucristo.

Esto es posible porque ese hombre es un sacerdote que durante su ordenación ha recibido el poder de perdonar los pecados, el poder que Cristo mismo dio a sus apóstoles. El sacerdote lleva sobre sí una gran responsabilidad frente a Dios. Si él escucha tus pecados, lo hace para servirte, no para afligir tu conciencia; lo hace para reconciliarte con la Iglesia y darte el perdón de Dios. Su labor no es fácil. Reza por él con el fin de que el Padre de los cielos le dé amor, le conceda el celo por la salvación de sus hermanos y el Espíritu Santo lo ilumine.

Cuando te confieses, haz un acto de fe en Jesús y en su Evangelio. Rinde honor a Dios sometiéndote a la forma que Él estableció para perdonar nuestros pecados. Haz también un acto de humildad contrapuesto a la soberbia que has cometido al pecar, prefiriendo hacer tu voluntad que la voluntad de Dios.

1. Para tener en cuenta

Cuando nos confesamos, tenemos que ser muy conscientes de lo que estamos haciendo. Por eso recordemos antes lo que vamos a hacer:

No mencionaremos nuestras buenas acciones, con el fin de que el sacerdote no nos reconozca, dependiendo de la estructura del confesionario. Tampoco nos disculparemos buscando “justificaciones” a nuestros pecados. Mucho menos confesaremos los pecados de otras personas. No se trata sólo de “cumplir” una formalidad para recibir la Comunión, sin hacer y cumplir verdaderos propósitos para el futuro. La confesión no es una simple conversación, tampoco una descripción de todos los pequeños detalles que me han sucedido.

Jesucristo no instituyó para esto el sacramento de la Penitencia. Se tienen otros valores que, no siendo todavía los únicos, se obtienen con frecuencia en la Confesión: consolación no simplemente humana, sino proveniente del perdón de Dios. Consejo para resolver un determinado problema espiritual o para orientar de la mejor manera nuestra vida cristina. Reanimar la conciencia, pero no de lo que se podría recibir de un psicólogo o de un psiquiatra, puesto que el confesor generalmente no está especializado en estas ciencias; por lo tanto, reanimar la conciencia en la gracia de Dios para enmendarse.

Ten presente que el sacerdote no es un sabio profeta. Los sacerdotes no tienen las mismas cualidades, el mismo talento, la misma preparación académica, las mismas virtudes. No son infalibles en el aconsejarte y pueden equivocarse, sobre todo cuando el penitente no le proporciona los elementos suficientes ni los objetivos de juicio, o no le habla sobre la falta en la que incurrió.

2. No olvides que…

Cuando nos confesamos, buscamos cambiar, con la ayuda de la gracia de Dios, nuestra vida de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo y obtener el perdón de Dios Padre por los méritos de nuestro Señor Jesucristo y por la gracia del Espíritu Santo. Nuestros pecados son un rechazo de la Alianza a la cual Dios nos ha llamado por medio del Bautismo; todavía Él continúa ofreciéndonos su amor y su perdón. Él quiere reinsertarnos, interna y externamente, a la comunidad de la salvación en su pueblo santo que es la Iglesia.

Todo esto se puede experimentar viviendo en nosotros la auténtica “conversión”. Esto significa el rechazo del pecado y el regreso al amor de Dios, o si se prefiere, alejarse del pecado por amor a Dios. Si hubiéramos amado siempre a Dios más que a otra cosa, no habríamos pecado nunca. En la medida en que aceptamos el pecado en nuestra vida, no podríamos decir con toda verdad que somos “cristianos”, es decir, discípulos de Jesucristo y miembros de su Iglesia. En realidad, la Iglesia es una comunidad de “convertidos”, o por lo menos una comunidad de hombres que están buscando seriamente “convertirse”. Por esto el sacramento de la penitencia es una “celebración”, un evento alegre: es el triunfo del amor de Dios y la renovación de su alianza con el cristiano pecador.

Ahora podemos comprender mejor por qué, si no se te da un consejo sabio, si no “sientes” un gran consuelo y si no tienes la impresión de que el confesor haya comprendido bien tu situación, el sacerdote, después de haber escuchado tu confesión sincera, te concede el perdón y la “absolución”, pues sólo así eres reconciliado con Dios y con la Iglesia, lo cual no es poco.

3. ¿Un asunto personal?

Algunos piensan que se trata de un asunto personal entre Dios y el penitente, pero están equivocados. Porque no sólo has ofendido a Dios, sino también a la Iglesia, es decir, a la comunidad de los cristianos. Quizá nunca lo habías pensado, pero es así.

Con nuestros pecados hemos dado un mal ejemplo a los demás. No hemos dado correcto testimonio del Evangelio de Jesucristo en nuestra vida. De frente a nuestros hermanos hemos ocultado el rostro de Dios nuestro Padre, que debería siempre reflejarse en nosotros, en nuestras palabras y en nuestras obras, muchas veces hemos desanimado a nuestro prójimo en el camino de la vida cristiana. Quizás sin darnos cuenta hemos inducido a otros al mal, asociándolos incluso a nuestros pecados, haciendo así una labor de destrucción del Reino de Dios.

También los pecados muy escondidos y personales, aquellos conocidos solamente por Dios y por nuestra conciencia, han disminuido nuestro dinamismo cristiano; nos han hecho menos ágiles en la caridad, menos puros en los motivos que guían nuestras acciones y menos generosos en el apostolado. Todo esto perjudica a la Iglesia.

Es por eso que tu pecado y tu conversión son asunto “privado” entre Dios y tú. Aunque la Iglesia está involucrada: porque la has herido, la has forzado, la has manchado. Aun así la Iglesia ha orado por tu conversión y si te conviertes de corazón la reconstruyes y la haces más bella a los ojos de Dios y de los hombres. Recuerda que el cristianismo no es acumulación de encuentros individuales con Dios, sino vivir según el Evangelio, en la comunidad de los bautizados.

4. Tus sentimientos

Quizás sientas miedo o vergüenza. Podría ser que pienses que el confesor, conociéndote, te regañará o perderá la buena imagen que tiene de ti. A lo mejor piensas que él se sorprenderá de lo que tú le puedas decir o que se escandalice cuando escuche tus pecados.

Reflexiona un poco, si el miedo hacia Dios no te impidió pecar, mucho menos el miedo o la vergüenza humana debería impedirte confesar todos tus pecados. Dicho de otra manera, tú no has ofendido al sacerdote que te confiesa. Más que enojo, él (como tú) sentirá pena y dolor porque has ofendido a Dios, tu Padre, y has “resfriado” el fervor de la caridad en la comunidad cristiana, la Iglesia, que es tu madre.

Recuerda que el confesor debe guardar el secreto absoluto de los pecados confesados por los penitentes: no puede decir a nadie tus pecados, ni siquiera estando él en amenaza de muerte. Mucho menos puede hablar contigo de tus pecados fuera de la confesión, solamente en el caso que tú mismo se lo permitas. Tampoco puede, indirectamente, externar tus pecados dichos en confesión.

El sacerdote conoce bien las debilidades y los males humanos, quizás a través de una dolorosa experiencia adquirida en el transcurso de su vida personal y con el ejercicio de su ministerio sabe que el hombre puede alejarse del querer de Dios. Es muy difícil que le digas pecados que no haya escuchado alguna vez. Esta misma experiencia, mayor o menor según los casos, lo ayudará a animarte para que continúes en la búsqueda de Dios. Tal vez te sientas confundido y no sepas por dónde comenzar, sobre todo si desde hace tiempo no te acercas a confesarte; de cualquier modo, es muy importante que tú le digas cuáles son los pecados que te pesan más y que tu conciencia te reprocha.

El sacerdote tratará de escuchar con atención tus palabras, tal y como Jesús te hubiera escuchado. Busca dirigir todos estos sentimientos hacia lo que es fundamental: hacia el dolor y el arrepentimiento por haber ofendido a Dios, y hacia la conversión de tu corazón para vivir según las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo. En otras palabras, según un bello pensamiento de san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

5. Dónde me puedo confesar

En donde más te guste. Lo harás en una iglesia, en el confesionario o fuera de él, según las circunstancias. Puedes mantener secreta tu identidad o manifestarla. Cuando elijas el lugar donde confesarte, no te dejes llevar por razones puramente humanas o egoístas: piensa más bien en aquello que pueda contribuir a hacer tu confesión más sincera, bien hecha. Considera la conveniencia del sacerdote y recuerda que su tiempo no es ilimitado. Él no puede dedicarse exclusivamente a ti: debes considerar que ha de servir y atender a muchos más cristianos. Si has hecho tu última confesión hace mucho tiempo, o si ésta que vas a hacer es particularmente complicada, hazlo sin temor ni prisa. Los sacerdotes hemos escuchado confesiones en los trenes, en las calles, en los aviones y también cuando alguien nos visita.

Hay personas que normalmente se confiesan con el mismo sacerdote. Esto es muy bueno, y puede ser útil con la condición de que el penitente se sienta siempre libre de elegir el confesor que desee. Querer confesarse continuamente con el mismo sacerdote podría ser signo de poca fe, puede ser que algún día no pueda. Si tienes un problema particular o muy grave, tienes razón en buscar a un sacerdote particularmente competente en esa materia. Algunos sacerdotes u otros fieles pueden aconsejarte para encontrarlo. No seas muy exigente. Somos pocos sacerdotes y no hay muchas posibilidades de elegir, sobre todo en las pequeñas ciudades, pueblos y zonas rurales. Por eso recuerda que cualquier sacerdote puede darte aquello que es esencial: el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia.

También, una vez que te hayas confesado, eres plenamente libre de acudir con otro sacerdote para decirle el problema que tienes y que te hace ruido. No seas escrupuloso (insistir en lo mismo, dado que ya fuiste perdonado), esto sería una demostración de falta de fe hacia la infinita misericordia del Padre celestial.

II. Cómo me confieso

Te acercarás al sacramento de la penitencia con el fin de que la salvación te llegue como una semilla que cae sobre un terreno fértil y bien preparado. Sería ilógico sembrar la semilla en un terreno lleno de piedras. Por lo tanto, prepárate bien, vale la pena. 

1. Oración

Entra en tu corazón. Busca y propicia el silencio en tu habitación, en un templo o en cualquier otro lugar. Dirígete a Dios diciendo: “Padre, he pecado contra Ti y contra mi prójimo, no soy digno de ser tu hijo. Ten misericordia de mí. He sido débil, ingrato y traidor”. Puedes decir las mismas cosas con otras palabras, que el Espíritu Santo suscitara en lo profundo de tu corazón.

Pídele lo que necesites. En primer lugar, que te ayude a clarificar en qué actos te has alejado del Evangelio de Cristo, en tus pensamientos, deseos, palabras, acciones, en las cosas que debiste haber hecho y que has omitido. Necesitas una luz potente que te ilumine para escarbar hasta las raíces del pecado. No olvides que a veces nos engañamos a nosotros mismos, adormecemos nuestra conciencia y dejamos entrada libre al demonio para confundir el mal con el bien. No es raro que el demonio logre su objetivo y te haga creer, a través de su increíble astucia, que el mal no es malo, que se podría considerar como bueno. El engaño es el arma preferida de Satanás, que, como dice Jesús, “es el padre de la mentira” (Cfr. Jn 8,44ss).

Pide a Dios la fuerza para recomenzar una vida de amor hacia él y hacia tus hermanos; para dar un humilde y vigoroso testimonio del Evangelio de Jesucristo; fuerza para alejarte de las situaciones que te ponen en peligro de pecar. Pide al Señor que te conceda gustar la alegría de vivir en su amistad y de ser un miembro activo de la Iglesia. Que tu presencia y actividad en el mundo sean como un reflejo de Jesucristo, con el fin de que aquellos que no lo conocen reciban la luz de la fe y puedan glorificar así al Padre celestial. Haz oración motivado por la esperanza cristiana. Escucha lo que Jesús te dice: “En efecto, todo aquel que pide recibe, el que busca encuentra, al que toca se le abre…” (Cfr. Lc 11,10-11.13).

2. Acción y omisión

Es el momento de examinar tu conciencia y de ver las contradicciones de tu vida respecto al Evangelio. En el fondo cada pecado es un rechazo, un olvidarse del amor de Dios. Has preferido a otro, y a Dios lo has puesto en el segundo o tercer lugar en tu vida. Ahora veremos en concreto cómo se ha manifestado tu falta de amor hacia Dios, hacia tus hermanos y cómo recomenzar una vida de comunión con ellos; ambas cosas son inseparables. Si lees continuamente los santos evangelios, encontrarás varias cosas que examinar. Por ejemplo, puedes leer los capítulos 5 al 7 del Evangelio según san Mateo.

Haz tu examen de conciencia como lo prefieras. Una opción podría ser tomar como base los Diez Mandamientos; otra es considerar las virtudes cristianas (fe, esperanza, caridad o amor, justicia, fortaleza, prudencia, moderación); también podrías pensar en tus deberes hacia Dios, hacia el prójimo y hacia ti mismo. Comúnmente estas referencias son complementarias entre ellas.

Si ha pasado mucho tiempo desde tu última confesión, sería útil que escribas en una hoja tus pecados, para que durante el momento de la confesión no te olvides de decirlos todos al confesor. No se trata sólo de hacer una lista completa de tus pecados, sino de tener una simple herramienta para hacer una buena confesión y orientar tu conversión.

3. Dolor de los pecados y arrepentimiento

Quizás pensabas que no había nada por qué pedirle perdón a Dios. Si al hacer tu examen de conciencia sientes cierta inquietud, dale gracias a Dios, que te ha querido mostrar tus faltas como cristiano. Dale gracias a Dios porque lo único que quiere es liberarte del pecado. Ahora debes arrepentirte con mucha humildad. De poco sirve una conciencia estéril de tus pecados, si al final no te arrepientes.

Es difícil experimentar el dolor que se siente después de haber pecado. No es solamente tener un sentimiento, una angustia psicológica o una vaga impresión de temor. Es como una tristeza por haber defraudado a Dios y haber herido al prójimo, que es imagen visible de Jesucristo. Es un sincero deseo de no pecar más. Es el arrepentimiento por no haber actuado como hijo de Dios, como discípulo de Jesucristo y como templo del Espíritu Santo.

Se trata de detestar aquello que hemos pensado, dicho, hecho y omitido contra la Ley de Dios y el Evangelio de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Sólo puede tener dolor de los pecados quien es humilde. Ponte en la presencia de Dios como el publicano del templo del que habla el Evangelio, que no hacía nada por levantar los ojos del suelo y decía humildemente: “Señor, ten piedad de mí, que soy un hombre pecador” (Lc 18,13).

Reflexiona con calma para que le digas de la mejor manera a Dios, tu Padre, cómo te pesa el haberlo ofendido y que confías en su misericordia y en su perdón. Pídele que te de la fuerza para ser de ahora en adelante más fiel a sus enseñanzas. En una palabra, pídele la gracia de este sacramento: que en lugar de un corazón de piedra te dé un corazón de carne para servirlo con amor (Cfr. Ez 11,19).

Ofrece al Señor un propósito sincero y eficaz. Adopta medidas concretas para evitar las posibles ocasiones de pecado. Si Dios te ofrece la gracia de poder llorar por tus pecados, dale gracias con mucha humildad. Si no sientes nada, no te preocupes, lo que importa es tu sincera voluntad, ya experimentarás a su tiempo aquello que te haga sentir la misericordia de Dios.

4. Acude al confesor

Háblale con confianza y sé claro, así evitarás que deba estarte preguntando. Comienza recordando cuándo hiciste tu última confesión, después enumera tus pecados. No agregues detalles inútiles, pero tampoco omitas las circunstancias que agravan notablemente un pecado cometido. Cuando se trata de pecados graves di, si es posible, cuántas veces los has cometido, al menos de forma aproximada: éste es un elemento necesario de juicio, y es importante que lo menciones con la finalidad de que el confesor pueda aconsejarte conociendo tu situación real.

Si el confesor te pregunta cualquier cosa acerca de tu confesión, respóndele con sinceridad y sin darle tantas vueltas al asunto. Una vez terminada tu confesión, escucha con atención el consejo del sacerdote y pregúntale si tienes dudas sobre cualquier recomendación. El confesor te indicará la penitencia que deberás cumplir. Al final recibirás el perdón por tus pecados cometidos en el nombre de Dios Padre, por los méritos de Jesucristo y la gracia del Espíritu Santo. ¡Así has quedado reconciliado con Dios y con la Iglesia!

5. Cumplir la penitencia

La penitencia es una buena obra que debes cumplir para el perdón de tus pecados. La gran y única reparación por nuestros pecados es la que ofreció Jesucristo al Padre de los cielos, con su vida, su pasión y su muerte redentora en la cruz. Nuestras obras buenas, cernidas de entre las no tan buenas, son como los granos de arena que Dios ve como expresión de nuestro arrepentimiento y como voluntad de expiación. El sacerdote puede imponerte diversos tipos de penitencia. Podría ser una oración o ayudar a alguien que lo necesita, también puede tratarse de renunciar a alguien o de abstenerse de algo. Asimismo, podría consistir en que ofrezcas tus obligaciones ordinarias con espíritu de penitencia.

Comúnmente la penitencia es proporcional a la gravedad de los pecados cometidos; pero si es menor, harías bien si le adjuntas otras obras de penitencia además de aquellas que te proponga el sacerdote. Podría ser difícil cumplir la penitencia que te haya dado el confesor; si es así, díselo en ese momento para que te la cambie o te la disminuya. Pero no debes dejarte llevar por el tamaño de la penitencia, ni reclamar, pues tendrás más méritos en cumplir una penitencia que conlleva  un mayor esfuerzo.

No seas tan riguroso de cumplir la penitencia antes de recibir la Sagrada Comunión, pero procura hacerlo lo más pronto posible; de lo contrario, podrías olvidar la penitencia que te ha indicado el sacerdote. En ese caso, tú mismo puedes ponerte alguna otra obra penitencial.

6. Una cosa más…

¿Algo más? Sí. El Espíritu Santo ha despertado en tu corazón un deseo de conversión. Te ha dado la gracia para vencer el temor, la vergüenza y la flojera, pues sólo así podrás acercarte a confesarte. Jesucristo ha dado a sus sacerdotes el poder de perdonarte: “A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les quedarán sin perdonar” (Jn 20,23).

Dios Padre te ha esperado con misericordia. La virgen María ha intercedido por tu conversión. También tu ángel de la guarda ha colaborado. Otros cristianos te han dado buen ejemplo o consejo que te ha ayudado a acercarte a Dios. ¿Lo ves? Has saldado tu deuda con la ayuda de muchos. Es justo, por lo tanto, que te detengas un momento para darle gracias a Dios. En otras palabras, es justo que reces por quienes, siéndote conocidos o desconocidos, te han ayudado.

Y no olvides las palabras de Jesús: “Ahora estás curado, pero no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor” (Jn 5,14). Comienza de nuevo, con espíritu sincero y generoso, a amar a Dios antes y primero que a todo, y ama a tus hermanos como Cristo nos ama.

Acerca del autor: Jorge Arturo Agustín Medina Estévez es un cardenal de la Iglesia romana y arzobispo chileno. Es prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Antes de ingresar al seminario asistió a la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Obtuvo el bachillerato en Artes y Biología. Es doctor en Teología y en Derecho Canónico. Durante largo tiempo fue Canónico Penitenciario de la Catedral Metropolitana de Santiago y por algunos años Juez del Tribunal Eclesiástico de Santiago. También fue designado cardenal protodiácono que, conforme al Código de Derecho Canónico, es quien anuncia al pueblo el nombre del nuevo Sumo Pontífice elegido, enviste a los obispos y vicarios en la Diócesis de Roma a nombre de Su Santidad, incluso es quien impone el Palio y el Anillo del Pescador al Sumo Pontífice en la Misa de entronización, considerando que el Papa es a su vez obispo metropolitano de la Diócesis de Roma, por lo que fue quien anunció al mundo la elección del Papa Benedicto XVI.