KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Cómo saber si alguien “es digno” del sacerdocio?

Autor: 
Marco D’Agostino
Fuente: 
VP

¿Quién puede determinar una vocación? Durante el rito de ordenación sacerdotal, el obispo pregunta al responsable del Seminario –o al Superior en caso de los religiosos– si los candidatos que están siendo presentados para el orden sagrado, son dignos. Y le pregunta explícitamente si está “seguro”. La respuesta, sin sombra de duda, es “no”. Pues, ¿quién puede determinar la “certeza de una vocación”? ¿Y quién puede entrar al corazón de un joven y afirmar que él saldrá adelante, que será fiel y será capaz de manejar las diversas situaciones que se le vayan presentando? ¿Y quién podrá aseverar que está preparado con diligencia, sin que le falle nada, en grado de acoger, con la misma fe y disponibilidad, el don que Dios le pone en sus manos?

Pienso, pues, que atrás de la palabra “digno” estén otras palabras como “frágil”, “necesitado”, “pecador”. Entonces es como si la pregunta que emite el obispo resonara en el corazón de todos de otro modo: “¿Estás tú seguro que estos jóvenes sean tan frágiles de modo que hoy, mañana y pasado mañana alzarán sus manos hacia Dios?”

El pasaje evangélico de Mateo 14, 22-33 podrá ser una lectura actual de tal situación: Pedro pide a Jesús caminar sobre las aguas y Jesús se lo concede; así cada uno hace el intento de responder al Maestro, pero después busca su propia ruta, se fía de sus fuerzas. Y debido al viento y al pavor, el apóstol comienza a hundirse. Y es precisamente en esas circunstancias cuando, desde el fondo de su corazón y de sus labios, brota la oración más bella de todo el Nuevo Testamento: “Señor, ¡sálvame!”.

El sacerdote es un hombre que tiene la necesidad de ser salvado, sacado de las aguas de sus miedos y sus límites. Un hombre que no se avergüenza de sus muchos límites, que los reconoce y los enfrenta con serenidad y empeño; que maneja sus miedos y va llevando cuenta de sus errores de modo que no crezcan ni se repitan. Él es “digno” si camina como un hombre capaz de volver humildemente sobre sus pasos equivocados para reorientar continuamente su mirada hacia el Maestro, quien ofrece su mano firme a favor de sus siervos.

La certeza de la vocación no depende sólo de la moralidad, aunque también de ella; me parece que la certeza debe apoyarse en una “humanidad” auténtica que el sacerdote debe cultivar en sí mismo. Es humano porque está unido a Dios y a los hermanos, pero también unido a sí mismo porque se conoce “de corazón”. Si cada joven que se prepara al ministerio se dispone a crecer como hombre y como creyente, entonces podrá ser también un buen sacerdote. No existe la certeza de que él va a ser fiel pero sí la convicción de que, como ha pedido ayuda al Señor durante sus años de formación, y como ha confiado en sus hermanos, hombres y mujeres que ha encontrado en su vida, podrá ir adelante.

La “certeza” de proponer candidatos al orden sagrado, requiere “sentirse cuerpo”, Iglesia unida. El Papa Franciscodijo alguna ocasión: “Es importante la amistad sacerdotal; tener alguien con quien soltar la lengua en los momentos difíciles y de desánimo”… Todo sacerdote es frágil y necesitado. Es simplemente humano. Pero la fragilidad no es un defecto. Todos somos mendigos del amor y de la misericordia de Dios. Todos estamos llamados al crecimiento y a la configuración con Cristo el Señor.

Acerca del autor: Marco D’Agostino es sacerdote italiano. Prefiere no ostentar ningún tipo de títulos académicos. Le gusta, tan sólo, que lo reconozcan como Párroco y Rector de Seminario.