KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Cuando José extravió a Jesús

Autor: 
Cordelia
Fuente: 
Pensar por libre

José fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien. Anochecía, y la caravana empezaba a prepararse para acampar. José había caminado todo el día con su primo Simón y parientes de Belén, poniéndose al día de las novedades de su pueblo natal.  María,  por su parte,  marchaba con un grupo de mujeres de Nazaret. Escuchaba y sonreía, aunque apenas hablaba.

José buscó a Jesús entre los chavales que corrían,  para decirle que fuera a buscar a su madre, y entonces se dio cuenta de que no lo había visto en mucho rato.

Los niños solían cambiar de grupo con frecuencia, a ratos con los hombres, a ratos con las mujeres, a ratos ellos solos, hablando, cantando o simplemente corriendo.

José vio a Isaac, vecino y amigo de Jesús, y le hizo señas para que se acercara.

— ¿Donde está Jesús? No le he visto desde la mañana.

—Al poco de salir de Jerusalén dijo algo de que tenía un encargo tuyo y se marchó. No le he vuelto a ver.

José sintió un puño que le apretaba el corazón. Él no le había encargado nada a Jesús.

— ¡Isaac!, es importante. ¿Recuerdas sus palabras exactas?

— Dijo algo así como que tenía que ocuparse de los asuntos de su padre.

José, después de darle las gracias a Isaac, fue a buscar a María.

— María...

El tono de voz de su marido fue suficiente para que María se diera cuenta de que algo pasaba. Escuchó la explicación de José, y dijo sin dudar:

— Está en Jerusalén. Seguro. Debemos volver a buscarlo.

Ya era noche cerrada, imposible ponerse en marcha hasta la mañana. María y José se sentaron juntos, la espalda apoyada en una roca.

José rodeaba con su brazo a María, y ella apoyaba la cabeza sobre su hombro. Ambos sabían que no podrían dormir.

Mientras espera el alba, José recuerda.

Recuerda ese día en que dejó por primera vez que Jesús manejara el cepillo en el taller. Y que se clavó una astilla larguísima en la palma de la mano. Y cómo se mordía los labios para no llorar, mientras él se la sacaba.

Recuerda cuando María se fue a cuidar a su madre unas semanas y se quedaron los dos solos, comiendo las “nimiedades” que cocinaban entre ambos, y poniendo cara de cómplices cuando mamá volvió a casa.

Recuerda el viaje a Jerusalén para presentar al niño en el templo. Cómo le daba la risa floja pensando en la cara que pondrían los sacerdotes si supieran quien era ese Niño. Y María le regañaba y le decía: ni se te ocurra reírte cuando estemos allí. 

Y sobre todo, recuerda la primera vez que vio a Jesús. Había salido del establo para poner paja y agua a la mula. Y cuando volvió a entrar, María estaba sentada, mirando un bulto envuelto en pañales que tenía en brazos. Y él no supo qué decir. 

Se acercó a mirar, por encima del hombro de María. Y vio aquella carita, tan pequeña, los ojos cerrados, la boca esbozando una media sonrisa. Y cuando Jesús abrió los ojos, y le miró, con esa mirada verde y dulce, sintió que el corazón le iba a estallar en el pecho. Recordando esos momentos, a José se le llenaron los ojos de lágrimas.

Dios le había confiado a su Hijo y él lo había perdido…

 

Un texto escrito por: Cordelia (desde el quirófano).

Publicado en: “Pensar por libre”