KÉNOSIS

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“Cuando los hijos se van de casa” Un momento crucial de la familia

Autor: 
Wilma Binda y Miguel Rojo
Fuente: 
LFC - MX

La llamada fase del “joven adulto” es el momento en el que se formulan los objetivos fundamentales de la propia vida (estilo, valores, relaciones afectivas, ámbito de trabajo). La persona se encamina hacia la primera realización, dejando intacta la posibilidad de cambio. Esta continua búsqueda constituye un notable panacea porque permite a los jóvenes integrar sus propias necesidades, capacidades, dificultades y relaciones afectivas con los nuevos roles que, poco a poco, el contexto social les obliga a asumir. El psicólogo alemán Homberger Erikson (1902-1994) definió este interesante periodo de la vida como “un tiempo de maduración sexual y cognoscitivo en el cual el joven va avanzando día a día por la senda de su propia identidad personal.

El contexto social

Es muy probable que los “jóvenes adultos” procuren marcar las diferencias que median entre ellos y los “programas” de sus propias familias: eligen la profesión, un determinado estilo de vida, unos valores y, sobre todo, pareja, de acuerdo a unos determinados criterios. Y al tomar tales decisiones –aquí radica lo importante– optan, mucho más emotiva que racionalmente, por asumir determinados valores de la familia de origen, mientras se aprestan a cambiar otros.

Hay que subrayar, además, el hecho de que en este momento crucial de la vida de una familia se suma también el cambio de roles y el libre actuar de la mujer. Tradicionalmente, la mujer se mantenía bajo la “tutela” del padre o del marido, y se le concedían poquísimas posibilidades de actuar más allá de los muros domésticos. Hoy ha cambiado completamente la situación. En efecto, se sabe que en la sociedad actual el papel de la mujer tiende a ser más representativo.

Ahora bien, estas transformaciones han operado un profundo impacto en el funcionamiento de la familia y en los modelos que actúan sobre los jóvenes a la hora de concretar sus opciones.

El momento en que los jóvenes deciden irse de casa comienzan las coyunturas más difíciles de la familia, porque implica a padres e hijos en un proceso de individualización difícil, pero necesario, para llegar a una recíproca interdependencia, más madura. En este complejo proceso, los padres tratan de imponer a sus hijos sus propias ideas y expectativas, pero también han de tener muy en cuenta las ideas y expectativas que los hijos tienen de ellos.

Aunque las dos partes de este “juego” tienen la misma relevancia, hay que analizar con atención el tributo de los padres, o sea, las expectativas que éstos nutren respecto de sus hijos.

Influencia de los padres

Las ideas de los padres (sobre todo de la madre, en la primera infancia) parecen influir en el comportamiento y actitudes del niño de manera inevitable, dado que es sumamente adaptable, dependiente y receptivo.

En cambio, en el período de la adolescencia, no sólo se ven confirmadas –o desmentidas– algunas de las secretas esperanzas paternas, sino que también entra en una fase mucho más decisiva el juego alterno de poder entre padres e hijos. El joven ya no es totalmente dependiente de sus padres; de hecho, mediante la escuela, el trabajo y los amigos, ha ido asumiendo (juntamente con la formación de una compleja imagen de sí mismo y de su identidad) otros modelos distintos, y a veces contrapuestos, respecto a lo que había vivido en familia.

Además, el joven tiene mayores posibilidades de comprender y expresar lo que piensa de su familia: aumentando su capacidad de comprensión y la exigencia de atribuir un peso cada vez mayor a su juicio, ahora puede manifestar ante sus padres sus propias debilidades (tachándolos de malos educadores y/o fracasados en la vida). Pero el elemento más importante radica en el hecho de que el adolescente –obedeciendo a una fuerza psicológica centrífuga– se aleja cada vez más de los padres en busca de nuevas relaciones fuera del círculo familiar, mientras los padres (ya en la crisis de la mediana edad, deprimidos y preocupados por el futuro) se tienen que quedar solos, con un sentimiento de pérdida intolerable.

El muchacho o la muchacha que busca una realización externa al contexto familiar enfrenta a los padres con los temas de la separación y de la pérdida. En efecto, plantea el problema de la relación poder/dependencia en la familia mediante la pregunta “¿Quién tiene necesidad de quién?” en la relación hijos-padres. No obstante, mediante sus expectativas, los padres pueden facilitar (o no) la separación psicológica de la familia.

La exigencia del mutuo respeto

Los padres que han sabido inculcar en sus hijos la serena convicción de que son capaces de realizarse en el campo profesional, social y de relaciones humanas, tendrán las cosas más fáciles cuando llegue el momento de la separación psicológica del núcleo primario que es la familia de origen. En cambio, obstaculiza la salida de la familia un continuo “martilleo” sobre la incapacidad del joven para arreglárselas por sí mismo, para llegar a ser un miembro vivo y activo de la sociedad.

Evidentemente, la habilidad que pueden tener los hijos para separarse del nido familiar también depende del miedo de los padres a perder su independencia y a no ver la posibilidad de reconstruir sin ellos una vida medianamente satisfactoria. Y esto puede llegar a producir un sentimiento de culpa injustificado en el joven, dada la depresión que sufren los padres al pensar que aquel se va a alejar de la familia. 

El joven adulto puede seguir dependiendo de la familia de origen, o puede romper del todo con ella mediante un corte de pseudoindependencia. De hecho, los cortes radicales no dejan resueltas las relaciones emotivas y suelen darse –por parte del joven– con una carga de reactivación que demuestra claramente que sigue muy ligado a la familia desde el punto de vista emotivo.

El cambio hacia la vida adulta reclama un mutuo respeto entre el joven y la familia. Reclama así mismo formas de relación en las que el joven sepa apreciar a sus padres por lo que son, sin exigirles lo que no pueden dar y sin echarles en cara lo que de ninguna manera pueden ser.

Los activos intercambios con la familia constituirán el ámbito de comunicación y recíproco apoyo entre sus miembros. Pero ello sólo será posible si el joven ya se ha “separado” psicológicamente de su nido.

Elegir pareja

Otra cosa que también está ligada a los esquemas de relación que se han vivido en la familia de origen es la elección de pareja estable. Y esto, tanto si se aceptan como si no se aceptan aquéllos (de manera más aparente que real). Pero, además, también se da una implicación directa de los padres del joven o de la joven en esta relación. Cuántos consejos bombardean a las muchachas desde pequeñas sobre la oportunidad de escoger a un determinado tipo de marido (¡bueno, guapo y rico!). Con lo que “el marido ya no es el encuentro entre dos personas, sino el encuentro entre dos familias que ejercen su influencia y crean una compleja red de relaciones”.

Además, el matrimonio reclama la renegociación de un notable número de reglas de vida, precedentemente elegidas por el joven (por sí mismo o en relación con las opciones de la propia familia de origen). Como ya queda dicho, también la elección del quién, cómo, dónde, cuándo casarse es factor de notable tensión en la familia. Y esto aún puede verse ulteriormente complicado cuando no se comparte el modelo de posibles relaciones con la pareja y su familia.

Un dato que no se puede menospreciar en el análisis de este fenómeno juvenil es la existencia de “modelos” de vida conyugal que día a día se diversifican más y se hacen más numerosos. Hablamos de modelos tan disímiles a la institución matrimonial.

La presencia de numerosas estructuras familiares constituye una de las barreras más conflictivas entre las generaciones. Y para bien o para mal, esto va extendiéndose a los comportamientos más cotidianos.

Sugerencias para los padres

A continuación proporcionamos algunas sugerencias para que los padres vivan este proceso de una manera satisfactoria:

  • Asumir que la ausencia de los hijos en la vida cotidiana de la familia es también una oportunidad de los padres para alcanzar plenitud en el disfrute de su tiempo libre, de sus espacios propios y exclusivos. Pues el tiempo dedicado con pasión a los hijos durante años, puede transformarse ahora en diversión, entretenimiento y dedicación a sí mismos.
  • Vivir con naturalidad el “duelo de la pérdida”, reconociendo los aspectos positivos de lo que acaba de concluir y de la etapa que inicia.
  • Aprovechar la oportunidad para renovar la intimidad con la pareja.
  • Recordar que separarse de los hijos es una etapa más del proceso de ser padres. Esta independencia entre padres e hijos no significa dejar de interesarse los unos por los otros, ni renunciar a la relación familiar.