KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Dios, ¿ausencia o silencio?

Autor: 
José Ma. R. Olaizola
Fuente: 
Kénosis

¿Por qué, si Dios es bueno, permite el sufrimiento de sus hijos? ¿Por qué calla? ¿Por qué no se hace más visible? ¿Por qué ante la duda no se manifiesta? ¿Por qué la única respuesta a nuestras plegarias es su silencio? ¿Por qué un Dios omnipotente no es un Dios evidente? Estas preguntas no son nuevas. Son universales. Hombres y mujeres de todas las épocas y culturas se enfrentan, en algún momento, con la dureza del silencio de Dios y con las afiladas aristas de estos interrogantes. Nos muerden. Nos descolocan. Son el punto sin retorno de la fe. Son el lugar en el que se estrella nuestra duda, y donde naufragan nuestras certezas…

Pues bien, ante estos cuestionamientos, caben dos posibles respuestas:

Primera respuesta: “Dios no habla porque no está”

Es decir, ante su silencio, lo único que cabe decir es que Dios no existe. Que su identidad es tan solo un anhelo, una búsqueda desesperada de sentido, de seguridad, de un horizonte que nos permita creer que la vida es algo más que nuestra realidad desnuda. Porque, por más que nos empeñemos, nunca lo oiremos. Porque no existe. Porque la vida es solo esto. Y nosotros, nuestra inteligencia, nuestra creatividad, nuestra capacidad de amar y de odiar, de hacer el bien y de herir, son tan solo fruto de la casualidad, de una improbable evolución que, sin embargo, ocurrió… Y aquí estamos, fantaseando sobre un creador que nos quiere, que da sentido a nuestra vida y que nos hace creer que tras la muerte hay algo más; porque nos da miedo sentirnos solos y abocados a la desaparición. 

Segunda respuesta: “Dios habita en el silencio”

Es decir, Dios es silencio y es palabra. Su capacidad creadora, su intención volcada en nosotros, su deseo de encuentro, su vaciarse en unos seres creados a su imagen y semejanza… todo ello pasa por una libertad que da vértigo. Sí, Él es un Dios que no puede imponer su verdad, su evidencia, su poder, porque, de hacerlo así, no sería un Padre, sino un dueño.

Dios habita en el silencio. De hecho, el silencio es el precio de nuestra libertad y de nuestra necesidad de conquistar lo que podemos llegar a ser.

Dios habita en el silencio, sí. Y nos ha donado la fe para que demos un paso más allá de nuestras certezas; para que reconozcamos e intuyamos su palabra.

Dios habita en el silencio, ese es su lenguaje, ese es el más grande misterio que ha puesto delante a nuestra humanidad, para que le busquemos, para que nos dejemos inspirar…

Y, ¿entonces?

He ahí el dilema. ¿Dios es ausencia o es silencio? ¿Es vacío o es reto? ¿Es una negación o es una llamada? ¿Es oscuridad o es camino? Ante esta encrucijada, nos queda una dolorosa solución: elegir en libertad. Es decir, creer o permanecer en la oscuridad; buscar o paralizarnos; amar o perder la más valiosa motivación existencial… 

¿Qué hacer? ¿Por qué optar?...

Yo, desde mi experiencia, te digo: ¡Arriésgate!; Él habita tu corazón; su silencio es un grito punzante a tus oídos: “Hijo, yo te llamo, ven y verás, ven y verás…” (Juan 1,43-51).