KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Domingo: 26 de noviembre de 2017

Autor: 
Rafael Espino
Fuente: 
Vida Pastoral México

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

 

ANTÍFONA DE ENTRADA

Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos (Ap 5,12; 1,6).

MONICIÓN DE ENTRADA

Cristo es el Rey del universo: Él es el Señor de la historia, nuestro Dios victorioso. Él venció la muerte y ahora dirige con su dominio de amor, perdón y paz. Vivamos esta Eucaristía con el gozo de tener a Cristo como soberano que nos guía hacia la Patria eterna.

MONICIÓN DE LA PRIMERA LECTURA

El profeta Ezequiel invita a la esperanza, basándola en la figura de los pastores que se desviven y que cuidan con celo y esmero su rebaño. Escuchemos.

MONICIÓN DE LA SEGUNDA LECTURA

Cristo, con su resurrección, ha destruido el pecado y ha aniquilado la muerte, por eso el apóstol Pablo invita a permanecer gozosos hasta la consumación de los tiempos. Escuchemos.

MONICIÓN DEL EVANGELIO

Jesús nos propone una serie de acciones a favor del prójimo, a fin de que nos volvamos merecedores de su Reino y entremos a gozar de la vida eterna. Escuchemos.

"Cristo, nuestro Rey"

Las palabras del Evangelio tienen sabor escatológico: “Cuando venga el Hijo del hombre…se sentará en su trono de gloria…”. El lenguaje nos hace entender que ese día final llegará y la gloria de Cristo finalmente se desbordará. Entonces, escucharemos palabras alentadoras: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”. Se trata de expresiones típicas de alguien que tiene poder y autoridad de rey. En efecto, Cristo es y será siempre nuestro rey. Un rey y juez universal frente al cual, al final de la historia, brillará la verdad de los corazones y se descubrirán los secretos de las conciencias humanas.

La formidable escenografía del juicio universal no debe desviarnos de su real enseñanza: la de un encuentro último con el Señor. En ese encuentro, el amor que les hemos tenido a los pobres será la razón de nuestra alegría: “Tuve hambre y me dieron de comer; estuve sediento y me dieron de beber; era forastero y me hospedaron…”. La identificación de Jesús con los pobres no es alegórica: los pobres son el sacramento y el signo visible de su presencia entre nosotros. Hay mucha ternura en ese más insignificante de mis hermanos como para no tomarlo en cuenta. En definitiva, sobre el amor que les hemos tenido a los pobres seremos juzgados. Pobres son aquellos que nos molestan con sus lamentos; que nos desagradan con su aspecto y que nos tienden penosamente la mano a la orilla de las calles.  En el trasfondo del juicio universal no todo es alegría, canto y luz. Por justicia habrá también “castigo eterno” para aquellos que hicieron caso omiso de los pobres, para quienes no los escucharon ni extendieron sus brazos para brindarles calor. Para ellos el castigo consistirá en la exclusión del Reino del Padre.

Reflexión: P. Umberto Mauro Marsich, SX

Citas bíblicas: Ez 34,11-12.15-17; Sal 22; 1Cor 15,20-26.28; Mt 25,31-46