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Educar sin violencia es educar para la paz

Autor: 
Nereyda Rodríguez
Fuente: 
LFC - Mx

En México, al menos 6 de cada 10 infantes de entre 1 y 14 años son sujetos de agresión psicológica y castigo corporal en sus hogares, asegura la presidenta de la Comisión de la Niñez y de la Adolescencia en el Senado de la República, Josefina Vázquez Mota.

Asimismo, la UNICEF informa que 1 de cada 2 niños, niñas y adolescentes sufren de agresiones psicológicas al interior de su familia. [Encuesta Nacional de los Niños, Niñas y Mujeres (ENIM), 2015, por parte de la UNICEF: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia].

Por ello, en septiembre de 2020, el Senado aprobó por unanimidad el proyecto de decreto por el que se reforman y adicionan disposiciones de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y del Código Civil Federal, que busca prohibir el castigo corporal y humillante en contra de menores de edad.

De esta forma, por ley y de forma preventiva, quedaría prohibido el uso de golpes, pellizcos, “cinturonazos”, lanzar objetos, asustar, amenazar o humillar a los menores de edad como forma de corrección o disciplina.

Los representantes populares han puesto su atención en la protección a la niñez debido a que el maltrato, el abuso físico y el abandono constituyen uno de los grandes problemas sociales a resolver, ya que se manifiestan en todos los estratos económicos y sectores sociales.

¿Y qué se entiende por violencia infantil?

Es toda conducta de acción u omisión, basada en la concepción de superioridad y/o en el ejercicio abusivo de poder, que tiene como objeto producir un daño físico, psicológico o sexual, alterando con ella el adecuado, pleno y armonioso desarrollo del menor, y que se generan en el seno familiar (familia nuclear o familia extendida), en la comunidad (en la calle, en las escuelas o en instituciones del sector público y privado), o bien que sea tolerada por el Estado (ausencia de legislación y de medidas jurídicas y administrativas de protección y atención a las víctimas) [ Boletín Mexicano de Derecho Comparado, UNAM, Número 96].

Específicamente, el castigo corporal es el acto en el que se utiliza la fuerza física y que tiene por objeto causar algún grado de dolor o malestar, aunque sea leve. Puede tener la intención de corregir, disciplinar o castigar el comportamiento de un niño o niña; pero, al implicar el empleo de la fuerza física, es siempre degradante, según indica el Comité de Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en su Observación General n. 8, 2006.

En este mismo orden de ideas, diversos estudios de psicología social sugieren que los niños al crecer en un medio en donde la agresión es común, ya sea que ésta se ejerza por los padres, por quienes tienen su custodia, por maestros e, inclusive, en el medio o lugar donde habitan, provocarán que se desarrollen y crezcan con una imagen distorsionada de lo que es la convivencia y el respeto, lo que los llevará a vivir y reproducir relaciones de maltrato y violencia que impactará de manera importante en el orden social.

Asimismo, las niñas y niños expuestos a castigo corporal tienen menos probabilidades de tener un desarrollo adecuado, según indica la UNICEF.

Y enlista las consecuencias físicas, psicológicas y sociales más frecuentes del castigo físico y humillaciones verbales en los hijos e hijas:

• Trastornos en la identidad: Los niños, niñas y adolescentes golpeados pueden tener una imagen distorsionada de sí mismos. Pueden creer que son malas personas y por eso sus padres los castigan.

• Baja autoestima.

• Sentimientos de soledad y abandono.

• Ansiedad, angustia, depresión y comportamientos destructivos y autodestructivos.

• Síntomas de Trastorno de Estrés Postraumático: los niños maltratados pueden tener dificultades para dormir; pesadillas; explosiones de ira; sentimientos de preocupación; culpa o tristeza; pérdida de interés por las diversiones; incapacidad para recordar la secuencia del hecho; dificultades para respirar y/o sudoración cada vez que recuerdan lo sucedido.

• Alteraciones en el proceso de aprendizaje como la motivación, la atención, la concentración y la memoria.

• Exclusión del diálogo y la reflexión. La violencia bloquea y dificulta la capacidad para encontrar modos alternativos de resolver conflictos de forma pacífica y dialogada.

• Generación de más violencia: los niños, niñas y adolescentes pueden aprender que la violencia es un modelo adecuado para resolver los problemas.

• Sufrimiento de daños físicos, incluso la muerte.

Además, estos niños tienen mayor riesgo de repetir el ciclo cuando sean adultos e involucrarse en relaciones abusivas o volverse abusivos. Con respecto a su salud física, tienen mayor riesgo de padecer problemas cuando sean adultos; estos pueden ser afecciones de salud mental, como depresión y ansiedad, u otras como son diabetes, obesidad, cardiopatías y otros problemas.

¿Y qué le pasa a los niños y jóvenes cuando sus padres los humillan o insultan?

Los seres humanos construimos nuestro pensamiento a partir del lenguaje; en este proceso, los vínculos familiares son fundamentales al ir construyendo significados. Los niños confían y creen en lo que sus padres y cuidadores les dicen, por lo tanto, si éstos usan palabras humillantes para calificarlos, pensarán que estas palabras realmente los definen como personas.

Aunque algunas madres y padres creen que insultar no es lo mismo que golpear, podemos afirmar que las palabras humillantes y que vilipendian pueden generar los mismos sentimientos de dolor emocional, frustración e impotencia que el castigo físico en las personas.

Así, podemos concluir que la violencia no educa. En general, este tipo de acciones violentas parecieran ser efectivas a corto plazo: el niño o niña cumple con el mandato de los adultos de forma inmediata; pero, a mediano y largo plazo, esto no les ayuda a desear portarse bien, ni les enseña la autodisciplina u otras conductas alternativas para resolver conflictos porque no hay explicación ni reflexión de por medio; además, los hace poco sensibles ante las experiencias violentas.

Como hemos visto, la violencia recibida en la infancia tiene un impacto muy negativo en la vida adulta. Si deseamos una sociedad sana y menos violenta, resulta de vital importancia que podamos cambiar nuestra manera de tratar a nuestros niños. Debemos criarlos con respeto, acompañándolos en sus procesos vitales sin forzarlos, ni violentarlos.

El aprendizaje sobre la paz o sobre la violencia no es un proceso teórico, sino vivencial. Los significados de amor, solidaridad, empatía, diálogo, respeto hacia uno mismo y al otro se aprenden en el vínculo más cercano que es la familia. Si queremos vivir en una sociedad pacífica, también debemos contribuir con los que nos toca y educar en la paz.

¿Cómo educar a los hijos e hijas sin violencia?

Es importante reconocer que los niños, niñas y adolescentes, de acuerdo con la etapa de desarrollo que viven, tienen determinada capacidad de entendimiento o razonamiento y características particulares. Conocer más acerca del desarrollo evolutivo de los hijos e hijas puede ayudar a saber qué esperar y qué exigirle a la hora de educarlos y ponerles límites.

Cuando nuestro menor está haciendo algo que no debe hacer, hay que respirar hondo, calmarse y pensar:

• ¿Estoy esperando algo adecuado para la edad de mi hijo o hija?

• ¿Le estoy hablando claro y firme, sin gritar?

• ¿Le he mostrado un ejemplo con mis acciones?

• ¿De qué otras maneras, tal vez más lúdicas, podría transmitirle el mensaje?

• ¿Qué emociones tengo?, ¿estas emociones están relacionadas a la conducta de mi hijo o hija?, o ¿están relacionadas con otras preocupaciones del trabajo, la pareja, económicas, etcétera?

• ¿Qué emociones reconozco en mi hijo o hija en este momento? ¿Está pudiendo expresarlas?

• ¿Estoy facilitando que pueda hacerlo?

De esta manera, madres y padres podrían estar en un permanente proceso reflexivo acerca de cómo están ejerciendo su autoridad y como están siendo vistos por sus hijos e hijas.

Además, hay estrategias educativas no violentas, tales como: el refuerzo verbal de conductas positivas; dejar que asuman las consecuencias de sus actos y, luego, en un clima de calma y serenidad, conversar juntos para reflexionar sobre la experiencia vivida y sacar aprendizajes; el diálogo, el juego, la lectura de libros didácticos, el “tiempo fuera”; y, sobre todo, el buen ejemplo en nuestras acciones y vida diaria.

Acerca de la autora: Nereyda Rodríguez Ayala se ha desempeñado como reportera de prensa escrita en la agencia de noticias NOTIFAX; ha sido Asesora de Prensa y Relaciones Públicas en el Senado de la República Mexicana; ha colaborado en el monitoreo, análisis y redacción de la información transmitida por radio televisión en el Instituto Federal de Producción de Programas Informativos y Especiales (CEPROPIE) y en el Instituto Mexicano de Televisión. Actualmente es docente de diversas materias de Comunicación Social en el Instituto de Comunicación y Filosofía (COMFIL). Desde el año 2004 pertenece a la Misión Evangelizadora (Misión 2000).