KÉNOSIS

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El aciago septiembre: del terremoto de 1985 al de 2017

Autor: 
Guillermo Gazanini
Fuente: 
RD

A las 7:19 hrs, el presidente de la República y los miembros de su gabinete, los secretarios de Gobernación, de la Defensa Nacional, de Marina y el Comisionado Nacional de Seguridad, salían de Palacio Nacional cruzando presurosamente la plancha del Zócalo para conmemorar a los caídos de la gran tragedia de hace 32 años, del sismo que marcaría el fin del sistema hegemónico político cuando evidenció su parálisis ante la calamidad.

Tres décadas más tarde pesaba sobre la memoria el desastre en el Sureste mexicano aún en emergencia. El presidente izaba la bandera a media asta como buscado un auxilio del cielo, después se dirigió a los miembros de las Fuerzas Armadas agradeciendo el esfuerzo de la tropa para aliviar la tragedia de millones que sufrieron el peor de los sismos en 100 años, el 7 de septiembre pasado. El presidente volaría de nuevo al Sureste impactado, pero su regreso a la capital estaría forzado por la casualidad.

El 19 de septiembre es el día nacional de la protección civil en México. Cada año, los megasimulacros son una especie de recordatorio de lo vulnerable que somos, de la fragilidad de nuestras ciudades que se levantaron sobre lo más inestable. A las 11 hrs, las alertas sísmicas sonaron en edificios públicos y calles, en avenidas y escuelas. La monótona tarea se aliviaba con la indiferencia, los móviles en mano o el reclamo por la supuesta inutilidad de prepararnos a lo imprevisto.

A las 13:14 hrs la tierra estrujó y supimos que no era un ensayo. El movimiento fue una sacudida salvaje, no sólo estremeció edificios, cimbró conciencias y de la gran cicatriz brotó el dolor de hace 32 años. A diferencia de aquél gran terremoto, el sismo del martes 19 de septiembre de 2017 estuvo a las puertas de la gran Ciudad, a escasos kilómetros, con devastación de 7.1 grados, conmoviendo nuestra arrogancia por hacer la ciudad hacia arriba ante la escasez de espacios y que debería levantarse sobre rigurosos normas de construcción y de protección civil. Lo más estrujante es la pérdida de vidas, más de 225 al momento, 94 en la Ciudad de México, y el resto en los Estados del centro del país, Morelos y Puebla, los del epicentro; México, Oaxaca y Guerrero. En 1985 nunca supimos cuántos murieron, algunos dicen que 10 mil.

En las calles, en los lugares que no sufrieron derrumbes, el diálogo era el mismo. A diferencia de 1985, en este 19 de septiembre, las comunicaciones fueron fluidas permitiendo la inmediata localización de edificios y zonas donde se requiere de la ayuda inmediata a pesar de los cortes de electricidad y fallas después del movimiento. En 1985 no sabíamos nada de nuestros familiares, hubo zozobra, confusión y oscuridad que se hizo más espesa cuando el 20 de septiembre por la noche otro temblor sumía en el pánico a la urbe herida; hoy a los pocos minutos, pudimos saber la condición de muchos a través de redes sociales.

En las paradojas de la Ciudad, hay gestos de miedo y temor, pero de gran valentía y solidaridad. Como hace tres décadas, muchos ponen lo poco que tienen para aliviar la pena. Lo más dramático es el colapso de un colegio donde 32 niños vieron segadas sus vidas en un día de escuela; sin embargo, mientras las horas transcurren, no acaba la esperanza de hallar a otros 30 infantes desaparecidos. Es inevitable el recuerdo de los niños del temblor, ahora adultos treintañeros sobrevivientes de los escombros del Hospital Juárez, tenían pocas horas de haber visto a luz. Ellos nacieron dos veces gracias a los voluntarios que tomaron en sus manos lo que la autoridad botó por su incapacidad.

Esos milagros y los escombros de hace 32 años hicieron añicos un sistema corrupto y prepotente que demostró su más grande incapacidad; cedió ante la sociedad cuya entrega por los demás era el mejor testimonio de la furia social como si se tratara de la energía del gran temblor, para dar certidumbre cuando un presidente gris reconocía la gravedad del desastre que "había rebasado en respuesta" al gobierno sumido en la crisis de sus propias fisuras que estrujaron el monolítico aparato institucional ochentero.

Quiso el destino o la casualidad que este 19 de septiembre tuviera una paradójica coincidencia porque en sus debidas dimensiones ponen a prueba la resistencia de un pueblo que sigue aprendiendo y donde la solidaridad es signo patente del nivel que hemos alcanzado desde aquel fatídico 1985.

Hoy el mejor apoyo es el consuelo infundiendo esperanza para levantar las cosas. Solidaridad vuelve a ser la palabra más poderosa superando al poder del temblor mismo. Nadie imaginaba lo insólito del destino. Ninguno pensaba que volvería a ocurrir un 19 de septiembre que tiene nuevo significado. Superada la emergencia habrá historias de heroísmo y de inverosímiles milagros, también de corrupción impune, pero la ciudadanía posee una formación como no la tenía hace 32 años. Y si el país se construyó de manera diferente, la respuesta de las autoridades no debe ser fragmentada. Carlos Monsiváis lo escribía en su crónica del terremoto de 1985 actualizándose para este septiembre aciago: "El sismo ordenará nuestra adquisición de saberes". Saberes de un pueblo que va de la mano de la Guadalupana, Ella quien le ha dicho: ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?