KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

El águila y la ardilla tramposa

Autor: 
José Sépi
Fuente: 
LFC-Arg

A los pies de una inmensa montaña había una arboleda. Y en esa arboleda, vivían unas cuantas  ardillas.

Las ardillas eran felices viviendo entre los árboles frondosos, porque además de otorgarles una sombra fresca y un lugar perfecto para construir sus nidos, también les aportaban su alimento: principalmente, las bellotas.

Y aunque a veces la vida nos hace pensar que estamos viviendo en un paraíso terrenal, lo cierto y verdadero, es que vivimos transitando un “valle de lágrimas”.

Así sucedió un día, que ya rebosantes de tanta felicidad, algo inoportuno aconteció en la arboleda.

La ardilla más vieja de la familia, comenzó a gritar desenfrenadamente que le habían robado todas sus bellotas.

Era muy extraño todo este asunto, porque a decir verdad, en los muchos años que las ardillas llevaban conviviendo, nunca había sucedido nada semejante. Y entonces se armó un alboroto indecible.

Las ardillas, comenzaron a echarse la culpa una a la otra, y a decirse toda clase de cosas horribles que siempre lastiman los oídos y entristecen al corazón.

Lo cierto, es que en poco menos de una hora, la felicidad que había reinado en la vida de las ardillas, cayó de bruces en un pozo oscuro, profundo y sin fondo.

Pero en lo alto de la montaña, vivía un águila. Y el águila era un ave que podía escuchar y ver todo lo que pasaba allá abajo.

Al principio, el águila reflexionó que aquel revuelo se debía simplemente a un malentendido. Y que tal vez por un descuido involuntario de la vieja ardilla, las bellotas habían ido a parar erróneamente en el hueco de algún árbol vecino.

Sin embargo, las ardillas ni se molestaron en buscar las bellotas, y se fueron a dormir exasperadas.

Aquella noche, la luna era como un inconmensurable farol amarillo iluminando de lleno la montaña y los árboles.

El águila estaba dando sus rutinarias vueltas nocturnas por el aire, cuando de repente percibió a lo lejos una pequeña silueta que saltaba y se escondía entre los árboles.

Es sabido que los ojos del águila, pueden ver hasta cuatro o cinco veces más lejos que cualquier otra especie, incluido al hombre.

Y fue por eso precisamente, que el águila descubrió que aquella pequeña y escurridiza silueta, pertenecía a una ardilla.

Aquella ardilla, que era tramposa y ruin, sabiendo que pronto llegaría el frío invierno, entraba por las noches en los huecos de las casas de las ardillas más viejas y se robaba las bellotas.

Al ver la insidia, el águila se elevó en el aire a cientos de metros en cuestión de segundos, cerró sus enormes alas y cayó en picada a más de doscientos cuarenta kilómetros por hora sobre la ardilla tramposa.

Y cuando la tuvo atrapada con sus garras curvas y afiladas, comenzó a chillar por encima de los árboles mostrando su presa.

Entonces las ardillas despertaron de su sueño y al mirar hacia lo alto del cielo descubrieron en las enormes garras del águila, al verdadero culpable del robo de las bellotas…

Reflexión: Si un águila puede ver a su presa a más de quinientos metros de distancia, imaginemos entonces cuánto más puede alcanzar a ver Dios. Recordemos que no existe un sólo lugar en el mundo donde podamos ocultarnos de su mirada. 

Por eso, procuremos siempre hacer bien las cosas y a la luz del día. De modo que si alguien descubre nuestro proceder, nuestra actitud no nos genere vergüenza. Vivamos cada día de nuestra vida sabiendo que Dios siempre y en todo momento nos está mirando.