KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“El cliente no siempre tiene la razón”

Autor: 
Casías
Fuente: 
Kénosis

Las interacciones comerciales que realizamos como consumidores son una fuente inagotable de oportunidades para vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe.

La mayoría de nosotros conocemos el lema de “El cliente siempre tiene la razón” y muchas veces, bajo el amparo de ese postulado que nos hemos repetido como mantra, justificamos internamente los peores comportamientos con quienes nos han atendido. Escudados en nuestro “poder de compra” nos hemos permitido denigrar y hasta defraudar, sobre todo, a quienes nos han proporcionado un servicio.

Para justificar esas transgresiones contra nuestro prójimo, nos hemos dicho como Don Corleone, el personaje de la película El Padrino: “No es nada personal, son sólo negocios”. Sin embargo, con esa actitud “impersonal” hemos lastimado a hijos e hijas de alguien, hermanos y hermanas de alguien, padres y madres de alguien; en fin, a quienes día con día luchan dignamente por llevar el sustento diario a sus respectivos hogares.

Comprobemos el anterior argumento con algunos ejemplos que se repiten día con día en innumerables ocasiones:

¿Cuántas veces hemos dejado con el recibo de compra en la mano a los dependientes de alguna tienda de conveniencia, diciendo “te lo regalo”, o “¿para qué me sirve esa basura?” Ellos tienen el deber de entregarlo. Nada nos cuesta recibirlo amablemente y, si no lo necesitamos, posteriormente podemos tirarlo.

¿Alguna vez has increpado furiosamente frente a tus familiares o amigos a quien te atiende en algún restaurante por algún problema con los alimentos? ¿Te imaginas lo que puede sentir esa persona que la mayor parte de las veces sólo se limita a traer las órdenes que le proporcionan de la cocina? Puede ser que los alimentos no sean de nuestro agrado, pero no hay necesidad de ser agresivos en el momento de la réplica. ¿Por qué no actuar con más cordialidad ante los meseros? Si así lo hacemos ellos gustosos arreglarán las deficiencias. De otra forma nos arriesgamos, incluso, a que nos sustituyan el platillo, pero ahora aderezado con el condimento de la venganza.

¿Cuántas veces te han hablado por teléfono para ofrecerte un producto o servicio y les has colgado furioso, o bien, les has gritado que ya no te estén molestando, que no te interesa nada de lo que te ofrecen? Pues bien, dichas personas sólo cumplen con su trabajo, el cual es uno de los más ingratos y difíciles debido a la exposición continua de ofensas y recriminaciones. Aunque la llamada nos sea molesta, con paciencia y amabilidad podemos decirles que no queremos ser groseros y que no nos interesa su producto. Esto no es tan difícil de hacer y los resultados de dicha acción son sorprendentes.

¿Como inquilino has dejado de pagar deliberadamente la renta o, incluso, antes de abandonar la casa que te fue encomendada en un contrato de confianza, has destrozado los muebles o dañado los espacios? ¿Has pensado que esa propiedad constituye la fuente de ingresos de alguien que procura su pan de cada día y tendrá que gastar lo que muchas veces no tiene en reparaciones? ¿Cómo poder dormir tranquilo después de una acción así e incluso alardear con los amigos y familiares dicha “astucia” sin pensar que todo lo que hacemos será expuesto en un “tribunal de suprema justicia” al final de nuestros días?

Como patrón, ¿alguna vez has abusado (de cualquier forma) de la persona que está a tu servicio? ¿Te has aprovechado de aquel que regularmente no tiene prestaciones o que no cuenta con un salario justo? ¿Qué tal si de vez en cuando les proporcionamos a estas personas algo de ropa que no usemos, algunos alimentos o de repente algún incentivo por su trabajo realizado?

¿Cuántas veces se nos ha acercado en la calle alguna persona humilde para ofrecernos su mercancía? Muchas de esas personas se muestran cordiales, sin embargo las despreciamos porque las vemos sucias o porque desconfiamos de ellas. Pues, ¿acaso somos tan importantes que nos podemos dar el lujo de rechazar la mano de Dios, quien habita en todos nuestros semejantes?

¿Y a aquel niño, anciano o joven desvalido y mugroso que aunque no te ofrezca ningún producto o servicio te importuna en tu camino para que le des una moneda? ¿No sería maravilloso estar dispuestos a desprendernos de lo material (aunque sea poco) y darlo libremente, con una sonrisa, sin especular o importarnos para qué se va a usar?

Podemos estar cansados, apurados, irritados, o tener cualquier “buena razón” para ser descorteses o groseros con las personas que nos sirven, pero sería bueno tener siempre presente la regla de oro: “No hagas al otro lo que para ti (o los tuyos) no quieras”. Nuestros familiares y amigos nos ven, nos escuchan y registran nuestras acciones.

Ciertamente, como clientes también somos propensos a ser víctimas de injusticias y malos tratos, y es lícito defenderse de la mejor manera posible, siempre de modo amable y de acuerdo a los medios a nuestra disposición. Sin embargo, lo importante es tener en mente a Dios y pedirle sabiduría para encarar los problemas día a día. Y, en todo caso, actuar durante la jornada ofreciendo al Creador los contratiempos y perdonando las ofensas. Se dice fácil… pero no lo es.

Fuente: Revista La Familia Cristiana (México).