KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Es necesario creer en los sacerdotes?

Autor: 
Miguel A. Fuentes
Fuente: 
Teólogo Responde

Pregunta:

Estimado Padre:

“Me parece que mi problema es el de muchos católicos: me cuesta creer en los sacerdotes. He tenido muchas malas experiencias conociendo sacerdotes muy poco dignos de su misión: poco preocupados de los fieles, o inquietos sólo por sus propios intereses, o simplemente “mundanos”. Esto me ha producido el efecto de que no pueda mirarlos sin desconfianza. ¿Qué puedo hacer?

Respuesta:

Estimado:

En las Memorias de Don Bosco se relata que él acostumbraba a decir a sus salesianos: “El sacerdote siempre es sacerdote y debe manifestarse así en todas sus palabras. Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la obligación de mirar por los intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha de permitir nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que manifieste el deseo de la salvación eterna de su alma” (Memorias Biográficas, vol. 3, p. 68 / Edición española).

Pero el mismo Don Bosco, cuando oía hablar de defecciones o de escándalos públicos de personas importantes o sacerdotes, también decía a sus discípulos: “No debéis sorprenderos de nada; donde hay hombres, hay miserias” (Memorias, vol. 7, p. 158).

Me parece que en estas dos referencias se contiene el justo equilibrio para juzgar al sacerdote y para regular nuestra relación con el mismo.

El sacerdote está llamado, por su vocación, a una gran santidad; pero sigue siendo un hombre, y en cuanto tal, frágil y rodeado de flaqueza. Entre los apóstoles del mismo Cristo, uno lo traicionó (Judas), otro lo negó (Pedro), y los demás lo abandonaron durante su Pasión. Pero esto no los hizo menos sacerdotes; y a ellos dio poder de consagrar su Cuerpo y su Sangre (“Haced esto en memoria mía” Lc 22,19), y de perdonar los pecados en su nombre (cfr. Jn 20,23).

Debemos orar por nuestros sacerdotes, para que sean santos y para que sean fiel reflejo del Sumo y Eterno Sacerdote, que es Jesucristo. Pero debemos mirar al sacerdote como a un “sacramento” de Cristo; es decir, que mientras vemos a un hombre, con defectos y miserias, la fe nos debe hacer “descubrir” al mismo Cristo. Por eso preguntaba San Agustín“¿Es Pedro el que bautiza? ¿Es Judas el que bautiza? En realidad, es Cristo quien bautiza”. Es Cristo quien consagra para nosotros en el altar, y es Cristo quien nos perdona los pecados. La eficacia viene de Cristo, no del ministro. Las palabras de Cristo (“Haced esto en memoria mía”“A quienes perdonéis los pecados…”) conservan siempre toda su lozanía y eficacia, a pesar de que el ministro que las pronuncia sea un pecador empedernido. Por eso Inocencio III condenó a quienes afirmaban que el sacerdote que administra los sacramentos en pecado mortal obraba inválidamente (cfr.Denzinger-Hünermann, n. 793) ; y lo mismo repitió el Concilio de Trento (cfr. Denzinger-Hünermann, n. 1612).

A todo esto se suma algo que tal vez no sea el caso que Usted me plantea, pero que se da con cierta frecuencia, y es el hecho de que gran parte de los que dicen: “Yo no creo en los sacerdotes, o: yo no creo en los curas…”, ocultan con esta acusación un problema más de fondo: “Más allá de no creer en la persona (el sacerdote), su problema es que no han comprendido en qué consiste el sacerdocio”. Y creer en el sacerdocio implica el conocimiento de que la identidad del sacerdote es ser mediación entre Dios y los hombres (…), independientemente de si son santos o no (la gracia de Dios actúa independientemente de las cualidades o defectos de quien administra los sacramentos).

Recurramos al ejemplo de las Sagradas Escrituras: Cuando los diez leprosos se acercaron a Jesús para pedirle curación, el Señor les dijo: “Vayan y preséntense ante los sacerdotes, tal como lo prescribe la Ley” (Lc 17,14), aunque Él sabía que aquellos sacerdotes dejaban mucho que desear, tal cual como lo demostró la oposición que los mismos sacerdotes hicieron a Cristo.

En fin, Jesucristo nos pedirá cuentas a cada uno de nosotros, por lo que hayamos hecho o por lo que hayamos dejado de hacer, según las enseñanzas de su Evangelio. Además, no nos juzgará por los pecados de nuestros sacerdotes o por la santidad de los mismos (ellos tendrán, también, su debido juicio).

Nos queda siempre la obligación de rezar por nuestros pastores –y corregirles con caridad, si es necesario– para que tengan un corazón como el del Divino Pastor… 

 

Bibliografía para profundizar:

– Carlos Buela, Sacerdotes para siempre, Verbo Encarnado, San Rafael 2000.

– Miguel Nicolau, Ministros de Cristo. Sacerdocio y sacramento del Orden, BAC, Madrid.

– Antonio Chevrier, El sacerdote según el Evangelio, Desclée de Brouwer, Pamplona 1963.