KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Hacer de la necesidad virtud

Autor: 
Jaime Tatay, SJ
Fuente: 
SJ

Juan Casiano, uno de los primeros maestros espirituales de la era cristiana, afirmaba que la vocación tiene tres orígenes.

Existe un primer tipo de vocación que procede directamente de Dios, quien comunica una misión particular al creyente.

El segundo tipo se debe a las mediaciones humanas que contagian –mediante un testimonio o modo de ser ejemplar– el deseo de imitar ese particular estilo de vida.

El tercer tipo no proviene directamente de Dios ni es mediada por terceros, sino que es casual e inesperada.

Según Casiano, este último tipo de vocación procede de la pura necesidad cuando –golpeados por la pérdida, el fracaso o la enfermedad– recurrimos a Dios, desesperados, como última tabla de salvación.

De las tres llamadas, la primera se sustenta en los propósitos más elevados. A la mente acuden rápidamente muchas historias de la Biblia, con sus revelaciones divinas, sus apariciones angélicas y (también) las dubitativas respuestas de los elegidos. Los profetas, David, María, Pablo y hasta el propio Jesús en el Jordán entrarían en esta primera categoría de vocaciones directas, inmediatas, “teológicas”.

En el segundo tipo incluiríamos a la mayoría de los santos y las santas que, deseando imitar a otros creyentes –o al propio Jesús– respondieron a la llamada a lo largo de sus vidas. También deberíamos considerar aquí a tantas personas que, de modo sencillo y discreto, han vivido su fe con coherencia; inspirados, impulsados y sostenidos por innumerables cristianos anónimos. Todas estas vocaciones podríamos considerarlas llamadas indirectas, mediadas, “antropológicas”.

Si el primer tipo de vocación irrumpe de forma inesperada y repentina, el segundo se transmite por el complejo y sutil proceso del deseo, el contagio y la imitación. Respecto al tercero, aquel que es fruto del fracaso y la necesidad, Casiano reconoce que es menos elevado. Sin embargo, advierte también que no debemos despreciar su valor: “Del tercer grado, que parece ser el más bajo y tibio, también han surgido hombres perfectos y fervorosísimos, como los que siguiendo un propósito excelente entraron al servicio del Señor y pasaron el resto de su vida con un ardor espiritual también digno de elogio”.

Dicho de otro modo, no son pocos los que haciendo de la necesidad virtud han llegado a vivir como cristianos, a pesar de su rechazo o indiferencia primera. Es más, hay quienes, habiendo sido incluso incapaces de comprender la primera llamada, vuelven a ella gracias a una segunda que acaba superando las expectativas previas. En la Biblia, este es el caso de Jonás, David o Pedro.

Jonás, el más simpático y díscolo de los profetas, tras recibir una misión del mismísimo Yahvé huyó despavorido, traicionando la llamada y renunciando a su primera vocación. Ahora bien, el encuentro desesperado y angustioso con la soledad y la muerte –simbolizadas bíblicamente por la tormenta, el mar embravecido y la ballena– le hace reaccionar y, de algún modo, volver a la casilla de partida para encontrarse de nuevo con su vocación primera: ser profeta en Nínive. Jonás, como tantos otros antes y después que él, hizo de la necesidad virtud y acabó cumpliendo la misión encomendada de forma ejemplar.

David, de un modo todavía más explícito que Jonás, simboliza en las Escrituras la posibilidad de un nuevo inicio tras la sucia traición, el cruel asesinato y la escandalosa codicia en la que incurre al enviar a la muerte segura a Urías para robarle a su mujer, Betsabé. Sin embargo, después de tomar conciencia del mal cometido y pedir perdón, David acaba siendo el rey que, quizás, de otro modo, nunca hubiese llegado a ser.

Pedro es otro de los personajes bíblicos que representa la importancia del tercer modo de llamada al que se refiere Casiano. Todos conocemos de sobra su historia. A pesar de estar entre los primeros elegidos y ser el brazo derecho de Jesús durante su vida apostólica, duda y traiciona al Señor, negándole tres veces en público. Sin embargo, la amarga experiencia de su caída le abre a la posibilidad de un seguimiento más auténtico, más maduro y –posiblemente también– más humano.

Aunque Jonás, David y Pedro no son los únicos personajes bíblicos que hicieron de la necesidad virtud. En una de sus muchas parábolas, Jesús nos narra la historia de ese conocido que llama por la noche hasta que consigue que le abran. Su insistencia, fruto de la pura necesidad, es alabada por Jesús, quien reconoce en ella una virtud.

Por último, también en las curaciones y exorcismos que nos narran los evangelios aparecen multitud de pecadores públicos, hombres y mujeres marginales que fueron apartados de la sociedad, pero que aprovechan el paso de Jesús por sus vidas para salir de la degradante situación en que se encuentran. Son hombres y mujeres que, gracias a su insistencia –haciendo, de nuevo, de la necesidad virtud– salvan sus vidas. “Tu fe te ha salvado”, les dirá Jesús.

Las historias de Jonás, de David, de Pedro y de tantos otros personajes de la Biblia son iluminadoras porque reflejan experiencias espirituales humanas. Muestran procesos en los que hay subidas y bajadas, pasos adelante y atrás, incoherencias y deseos de un nuevo inicio.

Al fin y al cabo, ¿quién no ha necesitado de la experiencia del fracaso para crecer? ¿Quién no ha aprendido a valorar más la vida al ver de cerca la enfermedad y la muerte? ¿Quién no ha descubierto la posibilidad de una ganancia en una aparente pérdida? ¿Quién no ha visto en su propia hipocresía una nueva posibilidad de vida más auténtica? ¿Quién no se ha abierto a la pregunta por la fe tras una experiencia de soledad, fracaso o desengaño? En definitiva, ¿quién no ha hecho, en más de una ocasión, de la necesidad virtud?

Una tentación purista e hipócrita nos impulsa a creer que la fe es solo fruto de la fidelidad, la voluntad y la pureza de intención. Todas esas actitudes son, sin duda, de gran valor y conviene cultivarlas a lo largo de la vida.

Pero no debemos olvidar que el fracaso, la caída, la pérdida y hasta el miedo pueden ser también oportunidades inesperadas y privilegiadas de crecimiento espiritual y encuentro con Dios. No despreciemos las propias contradicciones ni las sorpresas de la vida. Interpretémoslas como oportunidades de crecimiento espiritual.

En definitiva, como ya advirtió sabiamente Juan Casiano, no dejemos nunca de hacer de la necesidad virtud.

Fuente: Blog de Jaime Tatay, SJ