KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Hambre y sed de justicia”

Autor: 
Nereyda Rodríguez
Fuente: 
VP-Mx

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”, nos dice  Jesús durante su enseñanza en la montaña (Mt 5,6). Sentencia que para tantas personas significa una esperanza ante tantas injusticias que se viven en nuestro país y en el mundo.

¿Y qué es tener hambre y sed de justicia? Podemos decir que es desear fervientemente la paz y la seguridad para todos. Por supuesto que tenemos derecho legítimo a esperar esto de nuestros gobernantes, e incluso a exigirlo; pero, también implica llevar a cabo acciones personales y ciudadanas, para que nuestros prójimos, nuestros hermanos, no sufran las consecuencias de circunstancias y sistemas económicos injustos, tales como la pobreza, el desempleo, la marginación, la insalubridad, la falta de oportunidades en la educación, la violencia, etc.

El profeta Isaías, afirma: “La obra de la justicia será la paz; y sus frutos, la tranquilidad y la seguridad” (32,17). Así pues, ¿quién, siendo justo, puede gozar de una paz o una tranquilidad total cuando alguien, cerca de él, sufre hambre o padece una enfermedad sin tener medicinas que lo alivien?

La justicia, según nos enseña la doctrina cristiana, es una de las cuatro virtudes cardinales cuya práctica establece que se ha de dar al prójimo lo que es debido, con equidad respecto a los individuos y a la búsqueda del bien común. Además, es una virtud moral que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece a Derecho y razón. Así pues, con lo anterior, conocemos que esta virtud debe residir en la voluntad y regular nuestros deberes estrictos para con el prójimo. Además, para alcanzarla requiere del ejercicio de otras virtudes que iremos viendo más adelante.

Es, quizá, una de las virtudes más difíciles y exigentes para el espíritu del ser humano. Implica sacudirnos de nuestro egoísmo y, muchas veces, renunciar a la comodidad y a la tibieza. Las personas comunes regularmente luchamos por tener un buen trabajo, un techo seguro, incluso algún lujo, con el fin de que nuestra familia goce de cierto bienestar y, con ello, creemos estar cumpliendo con todos nuestros deberes; pero, ¿qué tareas nos imponemos para que, fuera de casa, los desamparados tengan alimento que llevarse a la boca o abrigo que ponerse? Es Cristo mismo quien nos enseña hasta qué punto debemos servir para el bien de los demás: “Lo que a ellos hicieron, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40)

La justicia, entonces, es una virtud que nos vincula positivamente con las demás personas; se refiere a la búsqueda de la equidad en todas nuestras relaciones interpersonales, y de conciliación para el bien común en nuestras relaciones humanas en general. Quien no está interesado en las circunstancias que lo rodean y que afectan al resto de sus semejantes, sin duda alguna, falta a la justicia. Esto aplica desde la vida política del país, como es el ir a votar y elegir buenos gobernantes, hasta interesarnos por el pariente que está desempleado, y ayudarlo. 

Al respecto, leemos en el Evangelio de San Mateo: “Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el que de ustedes quiera ser grande, que se haga el servidor de todos y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos. Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre” (Mt 20,25-28).

Así que, precisamente, en oposición a quienes actúan como dictadores y abusan de su autoridad, el cristiano debe manifestar su convicción en la doctrina de Cristo, viviéndola congruentemente, siendo justo consigo mismo y con los demás; la respuesta a Cristo siempre supone compromiso y valentía. “El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (no. 1807).

La vivencia de la virtud de la justicia, entonces, pone orden y paz en la vida personal y social del individuo. Quien hace suya esta virtud respeta los derechos de cada uno, es honrado en los negocios, repele al fraude, es inaccesible a la corrupción, defiende los derechos de los vulnerables y humildes, enfrenta las injusticias de los poderosos, etc.; y, con todo ello, coadyuva al orden en la sociedad y a su paz interior. La persona justa sólo quiere la parte que le corresponde; mientras que el injusto quiere parte de lo que no le corresponde, por eso viene la anarquía, el abuso, la opresión de los débiles y la degradación social. 

Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia nos indica que los cristianos debemos estar presentes en cualquier acción social para buscar soluciones justas a los problemas de la vida, usando todos los métodos legítimos; en otras palabras, hay que involucrarse, actuar y comprometerse con esta acción social. Es claro que para muchos puede ser más fácil desentenderse y “lavarse las manos”; sin embargo, éstos no son los que siguen a Cristo, sino los que lo condenan, como hizo Pilato.

Involucrarse en los problemas sociales tiene una finalidad cristiana: buscar el bien común, es decir, crear las condiciones de vida social que hacen posible –a los grupos y a cada uno de sus miembros– el logro de la propia perfección (CCE no. 1924).

En la acción social, los cristianos debemos superar la inercia, la apatía y el temor; debemos compartir la responsabilidad en la historia actual; ejercer, de manera legítima, el derecho a proponer y elegir regímenes políticos determinados con nuestra libertad de decisión como ciudadanos, los cuales deben respetar el principio del Estado de Derecho. (CCE no. 1901)

Al respecto, cabe recordar que en el ámbito moral y social la justicia tiene tres variantes: la conmutativa, la distributiva y la general. Se distinguen de la siguiente forma:

La justicia conmutativa o de intercambio es aquella que determina los derechos de los individuos entre sí; cada quien debe recibir tanto como da. Es la igualdad de derechos, sobre todo, en las relaciones comerciales. Su transgresión obliga a indemnizar o a restituir. Por ejemplo: contratos de negocios o de trabajo que sean honestos, precios equilibrados en los productos y servicios, compra-venta conveniente para ambas partes, etcétera.

La justicia distributiva regula la relación de la comunidad con cada uno de sus miembros; rige las relaciones entre quienes gobiernan y los gobernados. Por ejemplo: pago de impuestos, administración de los mismos para servicios públicos y pensiones, aplicación de la ley en forma imparcial, equidad en oportunidades en educación y trabajo, salud pública, etcétera.

La justicia general o legal regula la relación de cada miembro con su comunidad. Exige de todos y cada uno todo lo necesario para el bien común; esto implica la renuncia de fines personales para contribuir a los fines de la sociedad. Atiende a la observancia de la ley.

Así pues, la sociedad asegura la justicia social cuando respeta la dignidad y los derechos de cada persona; por ello, es una responsabilidad insoslayable para cada quien –en lo individual– respetar los principios de orden y equidad. Incongruente sería si esperáramos que nuestra comunidad o nuestro país funcione, si nosotros mismos no cumplimos con la normatividad y las reglas de cada lugar en donde convivimos.

Podemos encontrar en el Catecismo católico algunos deberes específicos de justicia, por ejemplo: cumplir las obligaciones respecto a Dios; el respeto a los padres y autoridades; cumplir con las obligaciones profesionales –esto compete también a los estudiantes, quienes deben prepararse responsablemente en cada grado académico–; el respeto a la dignidad humana, que incluye evitar discriminaciones; cumplir la palabra dada y los compromisos adquiridos; el cumplimiento de contratos, etcétera.

Otro principio que sería excelente integrar a nuestra voluntad para coadyuvar con la virtud de la justicia es la austeridad, ya que el hombre es ambicioso por naturaleza, y casi siempre desea más de lo que necesita, sobre todo en la cultura consumista en la que vivimos. El hecho de marcarnos límites en la ambición de bienes materiales, y distinguir entre lo necesario y lo superfluo nos impedirá caer en prácticas injustas y en la tentación de servirnos de los demás, en vez de servirlos. 

Por otro lado, cabe mencionar que existe una tentación en la que podemos caer en la búsqueda de la justicia: la venganza. La justicia es lo opuesto a la venganza, ya que el incumplimiento de las leyes o de los deberes tiene que tener un castigo o indemnización proporcional para quien lo cometió, pero no más que eso. El castigo debe ser realmente educativo, que tenga el propósito de modificar conductas y conducente a persuadir al transgresor para que no vuelva a repetir la conducta injusta; no se trata de sentir placer al infringir un castigo, sino de buscar la edificación del infractor, e incluso su salvación espiritual.

En este mismo orden de ideas, hay que aclarar que el perdón no sustituye a la justicia. Se tiene que perdonar setenta veces siete, pero la justicia debe implantarse de acuerdo con las leyes justas.

Otro vicio en el que podemos caer al buscar justicia es el de la ira. Si bien es cierto que ante una injusticia hay un deseo ardiente, aunque razonable, de imponer a los culpables su justo castigo, se corre el riesgo de desviar este sentimiento a un plano de furor irracional, el cual acarreará casi siempre graves consecuencias. Y lo que es peor, puede llegar a sembrar el odio en nuestro corazón. Así pues, se requiere de fortaleza para ser valiente y enfrentar el problema, pero también de templanza para lograr autodominio en nuestras emociones e impulsos.

Así que es de vital importancia concluir que la justicia sola, no basta. Hacer algo sólo por el deber de cumplir es un motivo válido, pero escaso. Se parecería a saciar la sed con pequeños sorbitos, cuando tenemos cerca un manantial de agua limpia y clara. 

La justicia, sobre todo, debe ir acompañada de la caridad que es la virtud más grande porque encierra en sí todas las virtudes. Con ella, buscamos el bien de todos; con ella, además de ser justos, también buscamos la misericordia, la paciencia y la generosidad que Cristo nos enseñó. Al ser la caridad una virtud teologal, no olvidemos que hay que pedirla mediante la oración.

Estamos conscientes que hay hambre y sed de justicia en muchos ámbitos y en muchos lugares; por ello, no podemos volver la cara a tantas necesidades sociales. Tenemos que hacer uso de nuestra activa voluntad e involucrarnos en causas justas. A veces, esto implica grandes esfuerzos y hasta algunas enemistades con quienes son deshonestos; sin embargo, no hay que desanimarse: quien actúa con justicia y rectitud, sin duda, cuenta con la ayuda de Dios.

Acerca de la autora: Nereyda Rodríguez Ayala se ha desempeñado como reportera de prensa escrita en la agencia de noticias NOTIFAX; ha sido Asesora de Prensa y Relaciones Públicas en el Senado de la República Mexicana; ha colaborado en el monitoreo, análisis y redacción de la información transmitida por radio y televisión en el Instituto Federal Electoral (IFE). Ejerció actividades de producción y edición de imagen en el Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales (CEPROPIE) y en el Instituto Mexicano de Televisión. Actualmente es docente de diversas materias de Comunicación Social en el Instituto de Comunicación y Filosofía (COMFIL). Desde el año 2004 pertenece a la Misión Evangelizadora (Misión 2000).