KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Iglesias vacías: “un kairós, un rumbo nuevo”

Autor: 
Tomáš Halík
Fuente: 
Avvenire

El año pasado, antes de Pascua, la catedral de Notre-Dame en París se incendió; este año 2020, en Cuaresma, en cientos de miles de iglesias en diferentes continentes, así como en sinagogas y mezquitas, no hay funciones (a causa de la pandemia Covid-19). Mi reflexión, como sacerdote y teólogo, es que estas iglesias vacías o cerradas son un signo y un desafío que Dios nos ofrece. Comprender el lenguaje de Dios en los eventos de nuestro mundo requiere el arte del discernimiento espiritual, que a su vez demanda un desapego contemplativo de nuestras emociones y nuestros prejuicios más fuertes, así como el desapego de las proyecciones de nuestros miedos y deseos.

En tiempos de calamidad los “agentes durmientes” de un Dios malvado y vengativo propagan el miedo y lo convierten en un capital para sus propios fines. Su visión de un Dios irascible ha sido agua para el molino del ateísmo durante siglos. Pero, a diferencia de ellos, en los momento de calamidad yo no veo a Dios como un director colérico, que está cómodamente sentado detrás de la escena mientras los acontecimientos de nuestro mundo caen en picada. Yo concibo a Dios como una fuente de fuerza que opera en las personas en momentos difíciles a fin de que éstas demuestren solidaridad y amor, o incluso lleguen al sacrificio por el bien de los necesitados. Y me refiero a personas de todo tipo, incluyendo aquellas cuyas acciones no tienen nada que ver con una “motivación religiosa”.

Dios es amor humilde y discreto. Por ello no podemos evitar preguntarnos si en este tiempo de iglesias vacías y cerradas es –o no es– más que una especie de advertencia sobre lo que podría suceder en un futuro no muy lejano: el vaciamiento de las iglesias. De ello ya somos "pequeños testigos", dada la disminución en número de creyentes que participan en los templos –principalmente en Europa–. ¿No es este, acaso, un momento oportuno para repensar nuestro cristianismo? Generalmente, como cristianos pensamos demasiado en convertir el “mundo”, pero solemos olvidar convertirnos a nosotros mismos. De allí que este tiempo de crisis es una oportunidad para la mejora, una posibilidad de transición radical de un “cristianismo estático” a una vida cristiana verdaderamente dinámica.

Durante la época medieval, la Iglesia excedió el uso punitivo en sus veredictos (para contrarrestar herejías o para castigar a quienes no cumplían sus deberes religiosos), orillando a la entera estructura eclesiástica a una especie de “huelga general” que significaba el cese o la interrupción de funciones litúrgicas y la ausencia administrativa de sacramentos. Como consecuencia, la gente comenzó a buscar cada vez más una relación personal con Dios, una fe “desnuda”. Las hermandades seculares proliferaron y se manifestó una ola de misticismo que sin duda contribuyó a allanar el camino, por un lado, para la Reforma de Lutero y Calvino, y por otro, para la reforma católica vinculada a los jesuitas y al misticismo español. Quizás hoy el descubrimiento de la contemplación podría contribuir en el “camino sinodal” hacia un nuevo Concilio de reforma [...].

En muchos momentos de su historia, también los judíos experimentaron la destrucción de su templo (donde Jesús oró y participó a los ritos). Pero aquellos encontraron una solución valiente y creativa: reemplazaron el altar del templo demolido con la mesa familiar, y la práctica del sacrificio con la oración privada y colectiva. Por cierto, a las ofrendas quemadas y los sacrificios de sangre las reemplazaron con el “sacrificio de los labios”: reflexión, alabanza y estudio de las Sagradas Escrituras. Y casi de la misma forma, el cristianismo primitivo, cuando fue desterrado de las sinagogas, buscó una nueva identidad propia: una vida de fe más hogareña. Esto significa que, sobre las ruinas de las tradiciones, judíos y cristianos aprendieron a leer la Ley y los profetas de una forma novedosa. ¿No fue aquella una situación similar a la que hoy experimentamos?

Al inicio del siglo V, con la caída del imperio de Roma, hubo quienes encontraron inmediatamente la explicación de su ruina: para los paganos fue un castigo de los dioses por la adopción del cristianismo, y para los cristianos fue un castigo de Dios a la ciudad de Roma (y su imperio) por ser la “prostituta babilónica”. San Agustín rechazó ambas interpretaciones y desarrolló su teología de la batalla épica entre dos ciudades contrapuestas; no la de los cristianos y paganos, sino la batalla de “dos amores” que residen en el corazón humano: el amor propio, cerrado a la trascendencia (amor sui usque ad contemptum Dei), y el amor que se hace don y encuentra a Dios (amor Dei usque ad contemptum sui / cfr. La ciudad de Dios). ¿Nuestro tiempo de cambio no pide, acaso, una nueva teología de la historia contemporánea y una nueva visión de la Iglesia?

“Sabemos dónde está la Iglesia, pero no sabemos dónde no está”, enseñó el teólogo ortodoxo Pavel Nikolaevic Evdokimov. Quizás lo que el Concilio Vaticano II dijo sobre la catolicidad y el ecumenismo necesita ahora adquirir un contenido más profundo. Ha llegado el momento de un ecumenismo más amplio, de una búsqueda más audaz de Dios “en todas las cosas”.

Por supuesto, podemos aceptar esta Cuaresma (y Pascua 2020) de iglesias vacías y silenciosas simplemente como una breve medida temporal que pronto será olvidada. Pero también podemos interpretar las circunstancias como un kairós: un momento oportuno para “despegar” y buscar una nueva identidad para el cristianismo en un mundo que cambia radicalmente ante nuestros ojos.

La pandemia actual ciertamente no es la única amenaza global para nuestro mundo, ahora y en el futuro. Dejemos que este tiempo sagrado nos invada y se vuelva desafío para buscar a Cristo nuevamente. Recordemos: “Los cristianos no buscamos a Dios entre los muertos” (cfr. Lc 20,38). Por tanto, pongamos coraje y tenacidad en buscarlo en las realidades de nuestro derredor y, sobre todo, no nos dejemos sorprender si se nos aparece “como un extranjero” (cfr. Lc 24,13-35). Lo reconoceremos por sus heridas, por su voz cuando nos hable íntimamente, por el Espíritu que trae paz y elimina el miedo.

Traducción al español: Rafael Espino, ssp

Nota: este es solo un fragmento de “El signo de las iglesias vacías”, un ensayo que el autor (teólogo y filósofo checo Tomáš Halík) confió a un libro electrónico gratuito publicado exclusivamente por la casa editorial Vita e Pensiero (Milán, Italia).

Fuente: Avvenire / Original en italiano “Halík: le chiese vuote sono un segno che è tempo di prendere il largo”  (publicado el 5 de abril de 2020).