KÉNOSIS

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Judit, la heroína de Israel

Autor: 
Concepción López
Fuente: 
Kénosis

A continuación nos proponemos trazar la figura de Judit, quien, por su coraje y valor, y también por su astucia, el pueblo judío venció a sus enemigos.

La historia de Judit

La trama del Libro de Judit, que se encuentra en la Biblia, comienza con la presentación de Nabucodonosor, rey de los asirios en Nínive (ya sabemos, por la historia, que Nabucodonosor fue rey de Babilonia), que decide hacerle la guerra al rey de Media e invita a participar en ella a los pueblos del contorno. Éstos no acuden a su convocatoria, de modo que Nabucodonosor realiza la guerra solo, vence a su enemigo (Jdt 1,13-16) y decide llevar a cabo una campaña militar absolutamente destructiva contra sus vecinos, en venganza por desatender su llamada. Desde el primer momento, el narrador nos deja claro el orgullo y prepotencia del rey Asirio. Orgullo compartido por su general Holofernes, quien, valiéndose de un ejército “tan numeroso como la langosta y como la arena de la tierra” (Jdt 2,20), pasa devastando, arrasando, incendiando y exterminando, hasta lograr la rendición y vasallaje de todos sus vecinos (Jdt 2,23-28).

Nabucodonosor logra someter a todos los pueblos vecinos, menos uno: el pequeño e insignificante pueblo de Israel, adorador del “Dios del cielo”. Enfurecido e indignado por la resistencia de ese ridículo enemigo, Holofernes rodea Betulia y planea vencerles sin entablar batalla, tan solo asediando la ciudad y cerrando el paso a las fuentes de agua. El salmo canta el plan terrible del enemigo: “Estrellar contra el suelo a los niños de pecho, violar a las mujeres o tomarlas como esclavas sexuales, asesinar a los jóvenes, incendiar las cosechas... Destruirlo todo y a todos de raíz”. Nada distinto de lo que se sigue haciendo hoy en las decenas de conflictos bélicos de todo el mundo. Pero no sabía Holofernes que Yahvé, el Dios quebrantador de guerras, saldría a rescatar a sus pequeños.

Después de treinta y cuatro días cercados por el ejército asirio, el pueblo, desfallecido de hambre y sed, clamó a grandes voces y reclamó a los dirigentes de la ciudad la rendición: “Seremos sus esclavos pero salvaremos la vida…”, dicen los hombres de Betulia (Jdt 7,27). La situación nos recuerda la de los israelitas que claman en el desierto y piden retornar a las hoyas de Egipto... Entonces los ancianos decidieron esperar cinco días más para ver si, en ese plazo, Dios hacía algo. Y es en este momento, en el que el pueblo clama desde el fondo de su desesperación, cuando surge y se eleva la figura de una mujer, Judit, una joven viuda, rica, hermosa y temerosa de Dios, dispuesta a “hacer algo que se transmitirá de generación en generación” (Jdt 8,32). El capítulo 8 nos describe a Judit y su situación vital: viuda desde hacía tres años, permanecía en su casa desde la muerte de su marido, ceñida de sayal y vestida de viuda, y llevando una vida austera de ayunos y oración. Con todo, no resulta una figura sombría. En las fiestas de Israel, Judit sabe participar del regocijo de los suyos (Jdt 8,6). 

Judit, una mujer de oración y acción

Un dato llama la atención en la presentación de la protagonista Judit: ella se había hecho construir un ático en la terraza de su casa. Desde allí podía contemplar el cielo y las estrellas, pero también podía contemplar las calles de su ciudad y los sufrimientos de sus gentes. En su sabiduría, Judit creó un espacio de libertad donde mantener un contacto íntimo con Dios. Y desde este pequeño espacio liberado y liberador, fue capaz de percibir los peligros reales de su gente y sacarla de su desesperación y derrota. En esos momentos de oración recibió la inspiración para determinar la estrategia a seguir y la increíble fuerza para entrar en la boca del lobo y meterse en la misma tienda del general Holofernes y cortar su cabeza.

Al final de la historia, Judit, “la judía”, consigue liberar a su pueblo de aquel opresor cruel que amenazaba con el genocidio de su pueblo. Judit no se limitó a orar en su oratorio, sino que arriesgó su vida en el intento, superando todos sus miedos.

Judit no es la única mujer que, en la Biblia, pospone la salvaguarda de su propia vida por el bien de su pueblo. Ester también se expuso ante el voluble y caprichoso rey Asuero. Tampoco es el único personaje que lucha desde la desproporción de la fuerza, desde una evidente debilidad frente a un enemigo imponente: el niño David luchó contra Goliat, Yael acabó con Sísara, Gedeón luchó contra miles él solo acompañado por su escudero… En Judit volvió a hacerse realidad la Palabra de Dios que nos promete que, en nuestra debilidad, triunfa su fuerza (cfr. 2Co 12,9-10).

Ésta es, en resumen, la historia de Judit, mujer llena de sabiduría, inteligencia y bondad (Jdt 8,29), mujer que creyó en el poder de Dios para salvar a su pueblo a su modo y en su tiempo, y colaboró con Él incluso poniendo en peligro su vida. De ella tenemos mucho que aprender. Por ejemplo, su capacidad de estar continuamente conectada con Dios (cfr. Jdt 8,12-17), con su modo de actuar y sus designios, lo que la hacía más sagaz que los ancianos y más sensible a la desdicha de su prójimo. Judit fue puente, mediadora y madre de Israel. Su fuerza le venía de Dios. No permaneció instalada en la seguridad de su estatus. Bajó de su seguridad, entró en el peligro sabiéndose sostenida de la mano de su Dios, destruyó al opresor, consoló a su pueblo: “Y ya nadie atemorizó a los israelitas mientras vivió Judit ni en mucho tiempo después de su muerte” (Jdt 16,25).

Sobre la sensibilidad materna en el mundo actual

La historia de Judit nos lleva a reflexionar sobre el papel preponderante de la mujer no sólo en la sociedad, sino también en la vida de la Iglesia; pensemos tan solo en el grande número de ellas que se comprometen en las actividades eclesiales: catequistas, ministras extraordinarias de la comunión, celebradoras de la Palabra, encargadas de la caridad, visitadoras de enfermos, promotoras de una sociedad más justa, etc. Sin dejar de señalar la importancia que tienen como madres de familia en la transmisión y en la vida de la fe. Decía el Papa Pío XII que las oraciones que más gustaba y quería, eran aquellas que de niño aprendió de su mamá. Porque, sin lugar a dudas, las mujeres tienen ese carisma y tacto, esa sensibilidad materna de engendrar a Cristo en el corazón de las nuevas generaciones.

El mismo Papa Francisco, en diferentes foros, ha reconocido el papel de la mujer en la Iglesia y en el mundo en este momento crucial de la historia. Según él, las mujeres tienen como propia característica una gran sensibilidad frente al otro, son ellas las que pueden revertir la cultura de muerte actual que ha producido una economía liberal en donde las personas somos tasadas con criterios económicos, como meros objetos de compra-venta.

Actividad personal

Lee atentamente el libro de Judit, que se encuentren tu Biblia, y toma nota de sus protagonistas y de los rasgos que les caracterizan. Después, reflexiona las siguientes preguntas:

– ¿Qué puedes aprender de Judit, la mujer israelita?

– ¿Qué retos se plantean para las mujeres de hoy a partir de la figura de Judit?

– ¿Vives con los ojos y los oídos abiertos al clamor de quienes te rodean?

– ¿Te das espacio para meditar, en tu ático interior, cuál es la voluntad de Dios para ti?

Pon atención a las oraciones de Judith que aparecen en el capítulo 9,16, y contesta:

– ¿Qué imagen de Dios te transmiten?

–¿Son oraciones de acción de gracias, de alabanza, de súplica?

A partir de esta Palabra de Dios, escribe tu propia oración.