KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“La belleza del Cristo joven”

Autor: 
Micaela Soranzo
Fuente: 
VP-Mx

El anuncio de Cristo y su Evangelio no es sólo algo bueno y verdadero, sino también algo bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas. En esta línea, todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús.

Buscando recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer en él la verdad y la bondad del Resucitado, presentamos una colaboración de una experta en la materia sobre cómo se ha representado la figura joven de Jesús en el arte paleocristiano. Esto con el objetivo de manifestar la inmensa belleza del Hijo de Dios, la cual nos atrae hacia sí con lazos de amor.

“Tú eres el más bello de los hombres” (Sal 45,3). Esta frase del salmista viene oportunamente atribuida a Cristo, cuya belleza debía haber sido divina más que humana según las primeras y más antiguas representaciones iconográficas que no apuntan a representar sólo su aspecto terreno. En el arte paleocristiano, Cristo es joven y tal juventud coloca su figura en la dimensión de la eternidad: Cristo joven es imberbe y eternamente presente, una figura clásica para expresar la eterna juventud del anuncio cristiano. 

El arte paleocristiano se ha apropiado de estas imágenes, con un Cristo que retoma la iconografía heredada de la simbología apolínea. Si Cristo es “luz de luz”, como recita el Credo, e irradiación de la gloria del Padre, entonces puede ser representado retomando las características iconográficas de Apolo, el dios de la luz, prototipo de belleza. En el Mausoleo Juliano, en la Necrópolis vaticana, se encuentra el mosaico del “Cristo Sol”, una extraordinaria imagen proveniente de los inicios del siglo III, en la cual Jesús aparece con una belleza apolínea sobre un carro tirado por caballos.

Destaca en el arte cristiano de los orígenes “Cristo el Buen Pastor”, representado como un joven imberbe, de cabellos cortos, de bello aspecto y estatura entallada. Una de las representaciones más antiguas es el hemiciclo del bautisterio de Dura Europos (siglo III). Pero la más famosa es la estatuilla en mármol conservada en el Museo Pio Cristiano (siglos III-IV), que es una de las imágenes simbólicas del cristianismo primitivo. La figura del Buen Pastor es recurrente en el arte protocristiano y aparece sobre todo en las catacumbas. La encontramos en los frescos, sarcófagos y decoraciones de las lámparas de barro o en vitrales y medallones… Un joven pastor avanza llevando sobre las espaldas un cordero, o bien, está sentado entre las ovejas que pastorea.

Sea en la pintura como en la escultura, el “Buen Pastor” es presentado, según el modo clásico, en el esplendor de la juventud. La cabeza está ligeramente vuelta hacia un lado, vestido de una corta túnica estrecha y un ceñidor en la cintura; el hombro derecho está desnudo, mientras que los pies están cubiertos por el calzado típico de los pastores. Lleva bandolera sobre sus espaldas con la oveja que tiene bien agarrada por las patas. Los frescos que lo representan de ese modo se encuentran en las catacumbas de Priscila, de San Calixto y Domitila; pero también tenemos el mosaico del “Buen Pastor” en el Mausoleo de Galla Placidia en Rávena (siglo V), en la que Cristo, imberbe y con largos cabellos rizados, aparece enclavado sobre una roca entre seis corderos, mientras que con la derecha sostiene una gran cruz dorada.

Un Cristo joven, bello, símbolo de la gloria divina, aparece también en otras escenas referentes a episodios milagrosos, a la Pasión o a momentos de su predicación. Tenemos, por ejemplo, la esbelta y ágil imagen de Cristo en el milagro de la hemorroísa, cuyo fresco se puede observar en las catacumbas de Pedro y Marcelino, o las escenas milagrosas en el cementerio de Vía Anapo, en las que la figura de Cristo, realmente sugestiva, lo muestran en la multiplicación de los panes, tocando las cestas con una vara. En la catacumba de Domitila (Roma) podemos observar, a su vez, la entrega de las llaves a Pedro, con Jesús sentado sobre un globo como signo de su señorío (“El cielo es mi trono, la tierra el escabel de mis pies”, Is 66,1). Viene después la imagen del joven “Cristo Maestro” que, sentado y rodeado de los apóstoles, les enseña.

Pero un Cristo joven o adolescente, de veras fascinante, es el que aparece particularmente en algunos sarcófagos del paleocristianismo. En el sarcófago de Junio Basso, Cristo es un jovencito de cabello rizado, en la pose de un “cosmocrator” (Rector del Cosmos) en un trono grandioso, a modo de retrato frontal, mientras hace el gesto de la Traditio legis con Pedro y Pablo a la derecha y a la izquierda respectivamente; en el mismo sarcófago hay representaciones complementarias de la pasión de Cristo. También en la catacumba de Domitila, sobre el sarcófago conocido como de la Pasión (de mediados del siglo IV), encontramos a un Jesús bien figurado con las mismas características.

Un reciente descubrimiento, en el espacio egipcio de Ossirinco (Oxyrhynchus), ha reportado la que podría ser una representación de un Cristo procedente de los siglos VI-VII: un joven imberbe de cabellos rizados. En otra del siglo V Cristo es representado en su majestuosidad de resucitado sobre el arco triunfal de las basílicas o sobre el fondo dorado del ábside catedralicio: se trata del majestuoso Cristo resplandeciente que porta un globo con una cruz en su mano izquierda o bien un libro, mientras bendice con la derecha, como en san Vital; aunque es más común la representación del mismo dentro de una almendra iridiscente o sobre un trono. En un período posterior, correspondiente a la secularización del culto cristiano, aparece ya el Cristo barbado y de cabello largo que se adoptará finalmente como imagen canónica de Cristo. Ésta y la representación anteriormente aludida, coexisten hasta el siglo VI tal y como se aprecia en las miniaturas del Evangeliario siríaco de Rabula en los mosaicos de Rávena.

Más tarde, el Jesús imberbe desaparece del Oriente, pero se adopta en cambio en el arte carolingio y románico. A partir de entonces Jesús adulto es representado con cabello largo y con barba, a excepción de las imágenes de Miguel Ángel en el Juicio Universal de la Capilla Sixtina: Jesús se yergue con un rostro enmarcado por el pelo rubio y sin barba y vuelve a evocar al dios Apolo, símbolo de una juventud que pervive por siempre. 

Acerca de la autora: Micaela Soranzo es originaria de Padua (Italia). Se graduó en arquitectura en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia. Se ha dedicado exclusivamente a la arquitectura religiosa y al arte para la liturgia. Ha sido Miembro del Consejo para el Arte de la Oficina Litúrgica Nacional de Italia. Está interesada en Iconografía e Iconología y cuenta también con estudios de teología por el Instituto Teológico de Asís. Desde el año 2005 colabora en la revista Vida Pastoral (con sede en Italia) en la sección “Arte y liturgia”.