KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

La defensa del medio ambiente

Autor: 
Eduardo Bonnín Barceló
Fuente: 
VP - México

Aspectos del problema ambiental

Muy conscientemente hablo de “problema ambiental” y no de “problema ecológico”. Porque lo que se discute actualmente no es la salud de la ecología, sino la ciencia del medio ambiente. Ésta nunca había estado tan bien. Nunca se había estudiado con tanta profundidad. No, el problema no es de la ecología, sino del medio ambiente. El cual, ciertamente, nunca había estado tan mal.

Por influjo de los desastres ambientales, cada vez más graves y frecuentes, desde finales de los años sesenta se ha ido imponiendo con realismo la necesidad de establecer nuevas normas de comportamiento humano frente al medio ambiente. Han surgido ONG´s medioambientales (Greenpeace, por ejemplo) y partidos políticos ecologistas. Los propios poderes públicos, a través de la legislación, han contribuido a que sectores cada vez más numerosos de ciudadanos sientan el medio ambiente como algo propio y necesitado de cuidado. Desgraciadamente los intereses económicos de las empresas más importantes continúan con frecuencia sobreponiéndose a los intereses del conjunto de la humanidad, incluyendo las generaciones futuras.

Durante estos mismos decenios, coincidiendo con el debate científico, económico y político sobre el medio ambiente, se ha venido también desarrollando el interés de los filósofos y teólogos por las relaciones entre el ser humano y la naturaleza.

Estos son algunos de los principales problemas relacionados con el medio ambiente:

1) Deforestación y desertificación: la disminución de los bosques, especialmente los tropicales, es altamente preocupante. Esta preocupación se ha vuelto más intensa con relación a la selva del Amazonas, considerada como “el pulmón de la Tierra”. Tanto los intereses económicos de los países ricos, sobre todo los relacionados con la producción de madera, como los de los pobres son responsables de este intenso proceso de deforestación. Estos últimos porque, debido al crecimiento demográfico, necesitan roturar cada vez más tierras para dedicarlas a la agricultura.

Por otra parte, el proceso de desertificación, con el aumento de tierras inútiles para producir alimentos, se encuentra en un grave proceso de avance, especialmente en África.

2) La pérdida de biodiversidad: se trata de la desaparición de un número creciente de especies vegetales y animales, especialmente las presentes en los bosques tropicales. Se afirma que desaparecen centenares de especies cada día, en gran parte debido a la caza y a la pesca incontroladas. Y esta pérdida es irreparable. Téngase en cuenta que la biotecnología confiere un especial interés a las reservas genéticas de la biosfera.

3) El riesgo de cambio climático: este es producido por las emisiones de gases contaminantes, especialmente el dióxido de carbono (CO2), procedente de la combustión de hidrocarburos (carbón, gas y petróleo). Se trata del llamado “efecto invernadero”, ocasionado por la contaminación atmosférica que impide la refracción de la radiación procedente del sol y que puede incrementar la temperatura de la superficie terráquea. Un aumento de la temperatura global del planeta puede ocasionar deshielos en los polos y el consiguiente aumento de la superficie de las aguas marinas, dejando bajo el mar muchas zonas bajas de la tierra firme.

4) La lluvia ácida: está relacionado con lo anterior. Es consecuencia sobre todo de las emanaciones de gases de azufre y nitrógeno procedentes de las plantas industriales. La lluvia que cae sobre los campos y bosques está contaminada por dichos gases (al caer en estado líquido se vuelve diez veces más ácida que el estado gaseoso), lo cual tiene efectos muy negativos para la vegetación. En los países desarrollados existen numerosos bosques cuyos árboles están gravemente enfermos como consecuencia de la citada lluvia ácida.

5) El agujero de la capa de ozono: debido a las condiciones climáticas en el invierno del hemisferio sur, se ha constatado en él un adelgazamiento importante de la capa de ozono que rodea a la Tierra y que nos protege de los efectos perniciosos de los rayos ultravioletas del sol. En el hemisferio norte también ha comenzado a constatarse dicho fenómeno.

   Entre las causas se ha hecho hincapié en el uso de los clorofluocarbonos (CFC), un producto químico que se utiliza en la fabricación de frigoríficos, climatizadores, espumas industriales, aerosoles, etc. Los CFC en la atmósfera se descomponen y producen monóxido de cloro que degrada el ozono convirtiéndolo en oxígeno. Existen acuerdos internacionales para prohibir el uso de los CFC, pero la situación es grave porque los que ya se han enviado a la atmósfera no se pueden reabsorber fácilmente.

6) La contaminación de las aguas: el gran desarrollo agrícola que se inicia en los años cincuenta, caracterizado, entre otras cosas, por el uso masivo de abonos químicos, insecticidas y pesticidas se ha estancado en los últimos años y sus repercusiones negativas sobre los suelos y las aguas son preocupantes. Añadamos el efecto contaminante de la industria sobre mares y ríos. Los problemas ocasionados por las centrales nucleares (cfr. Chernobil en la antigua Unión Soviética) y el envío de desechos radioactivos a determinadas fosas marinas, constituyen otros factores de preocupación ambiental.

7) El crecimiento demográfico: sin admitir las exageraciones que se dijeron en decenios anteriores, es obvio que el crecimiento constante de la población constituye un factor de contaminación. Todos más o menos contaminamos y por lo tanto es lógico que cuantos más seamos más contaminación habrá. Lo que no puede admitirse es que la fecundidad de los pobres sea la causa principal de degradación del medio ambiente. Un ciudadano rico del Norte consume un promedio de veinte veces más recursos naturales que un ciudadano pobre del Sur. Por lo tanto, aunque debe disminuirse más el crecimiento demográfico de lo que ya se ha hecho en los últimos años, desde la perspectiva de la población la disminución del problema ambiental no está en que los países pobres disminuyan drásticamente su población, sino en que los países ricos dejen de vivir en la actual cultura del despilfarro y del consumo inútil.

Dios no tiene la culpa del problema ambiental

En ciertos círculos se dice que la culpa la tiene el Dios de la Biblia. Y todo porque al Señor, según el libro del Génesis, se le ocurrió decirles a Adán y Eva: “Crezcan, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la Tierra” (Gén 1,28). Con lo que Dios no sólo sería el culpable del problema medioambiental sino también del problema demográfico, muy relacionado con el anterior.

Creo muy sinceramente que a todos éstos que explotan sin misericordia los productos no renovables del planeta Tierra no les mueve ciertamente el afán de obedecer a Dios, sino las ganas de tener más dinero y más poder económico. Pero, si alguno hubiera que se escudase en el Génesis para cometer sus desmanes y atropellos medioambientales, habría que decirle que está interpretando muy mal la Sagrada Escritura. Por de pronto hay que tener en cuenta que en el Génesis hay dos relatos de la Creación. En el segundo, el que los biblistas llaman el “texto yavista”, se nos dice que el Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que “lo guardara y lo cultivara” (Gén 2,15).

Pero volvamos al texto de Génesis 1,28, que es el que ofrece dificultad para algunos. ¿Cuál es el papel que, frente a la naturaleza y en el seno de ella, los seres humanos estamos llamados a desempeñar? No ciertamente el de permitir que sea la naturaleza salvaje la que nos gobierne. Puede que en Occidente hayamos ido demasiado lejos a la hora de domesticar a la naturaleza, pero lo cierto es que la tradición cristiana afirma claramente que el hombre no existe simplemente para rendir culto a la naturaleza salvaje. Los humanos debemos estar con Dios y colaborar con Él en su plan de perfeccionar y completar la Creación.

El principio administración

En el pensamiento cristiano sobre la relación del hombre con su medio ambiente ha tenido siempre una gran importancia el llamado “principio administración”. Un buen administrador debe actuar como un fiel representante de Dios, sustentando su Creación y manteniéndola para las generaciones futuras. La administración supone por un lado responsabilidad y, por otro, un papel activo y creativo por nuestra parte con respecto al medio ambiente. Hemos de ser tanto cultivadores como guardianes. Recordemos por otra parte –y sin abandonar el libro del Génesis– que si Adán y Eva son los fundadores del cultivo de la tierra, Noé desempeña ciertamente el mismo papel respecto de la conservación de la vida animal, al introducir en el arca –por orden de Dios– una pareja de cada una de las especies animales “para conservar la vida” (Gén 6,18-20).

Pero no abandonemos el texto de Génesis 1,28 que habla de “dominar” la Tierra. La palabra hebrea original tiene que ver con la autoridad de los reyes. Pero en el antiguo mundo israelita los monarcas eran vistos como representantes de Dios, el cual les habría confiado la misión de practicar la misericordia y la justicia con sus súbditos. Es en esta clase de dominio en el que piensa el autor del relato de la Creación. No se trata de que alguien entregue el poder a otro, sino de que el Señor de todas las cosas confía en una de sus criaturas y la hace responsable del bienestar y del crecimiento de todas las demás.

Quizás –siguiendo también el pensamiento bíblico– haya que tener más en cuenta la idea de la unidad de los seres humanos con el resto de las creaturas vivas, derivada de su común pertenencia a la categoría de “seres vivientes”. Esto puede ser tanto un importante correctivo a una interpretación abusiva del “dominio” del ser humano, como a la idea de algunos ecologistas radicales de que la naturaleza pura es superior al ser humano y de que puede prescindir de él sin ningún problema.

Con todo lo cual quizás hayamos aclarado un poco esto de que –como afirma el título de libro del teólogo escocés Ian Bradley– “Dios es verde”.

El Magisterio de la Iglesia ante el problema ambiental

Como la preocupación por el medio ambiente no se generaliza hasta finales de los años sesenta, es explicable que el Concilio Vaticano II no estudiara esta problemática. Pero a partir de los años setenta tenemos diversas intervenciones del papa Pablo VI sobre la cuestión. Así, decía en un discurso a la FAO: “Ya estamos viendo viciarse el aire que respiramos, degradarse el agua que bebemos, contaminarse los ríos, los lagos y aun los océanos, hasta hacernos temer una verdadera muerte biológica en un futuro cercano, si es que no se adoptan valientemente y no se ponen en práctica con severidad algunas enérgicas medidas” (cfr. también Octogesima adveniens, no. 21).

Juan Pablo II trató el tema del medio ambiente en su primera encíclica Redemptor hominis (no. 15), en la Sollicitudo rei socialis (no. 34) y en la Centesimus annus (no. 37-38). Pero el texto más articulado fue el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1990 titulado “Paz con Dios creador, paz con toda la Creación”.

El Catecismo de la Iglesia Católica trata del problema ambiental y de las relaciones entre el hombre y la naturaleza en los párrafos que llevan por título “El respeto a la integridad de la creación” (no. 2415-2418). El episcopado latinoamericano estudió el tema ambiental en los documentos de Puebla, Santo Domingo y Aparecida (cfr. los índices de las ediciones oficiales).

Pero como a muchos esto les parece poco, el Vaticano está preparando, desde hace algún tiempo, un documento más amplio y profundo. Por esto es muy probable que, cuando este artículo llegue a manos del lector, el Papa Francisco nos haya regalado una nueva encíclica, que en realidad será la primera de su pontificado, sobre el problema ambiental y sus implicaciones éticas y teológicas. Amigo lector: léala y llévela a la práctica.

Acerca del autor

Eduardo Bonnín Barceló, Sch. P., sacerdote escolapio, realizó la Licenciatura en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, España. Obtuvo el Doctorado en Teología Moral por la Universidad Pontificia Comillas, en Madrid. Ha sido profesor de Teología Moral en varias instituciones, como el Teologado Escolapio de España, el Instituto “Regina Mundi” de Roma y el Seminario Regional de Trujillo en Perú. Fue profesor en la Universidad Nacional de Costa Rica y en la Universidad Pontificia de México. Actualmente es Colaborador del IMDOSOC. Ha publicado una veintena de obras, la mayoría relacionadas a la Ciencia Moral y la Ética, y ha escrito en revistas nacionales e internacionales.